Alejo Carpentier y la gestión de papel como arma censoria

Sin ninguna duda, Alejo Carpentier (1904-1980) ha pasado a la historia, con todo merecimiento, como uno de los grandes narradores del siglo XX, e incluso su labor como musicólogo e historiador de la música ha sido objeto de encomio y reconocimiento, pero menos analizada y valorada parece haber sido su labor editorial como administrador general de la Editorial de Libros Populares de Cuba, entre 1959 y 1962, y como director ejecutivo de la Editorial Nacional de Cuba (heredera natural de la Imprenta Nacional de Cuba), cargo que ocupó entre 1962 y 1966.

De izquierda a derecha: un personaje que no identifico, Alejo Carpentier y el escritor y editor español José Bergamín en París.

La experiencia previa de Carpentier en menesteres semejantes se remonta cuando menos a sus años en la cubana Revista de Avance (1927-1930) y posteriormente, ya en París, de La Gaceta Musical, de la que fue jefe de redacción, y en la parisina Imán.

En la Revista de Avance, del llamado Grupo Minorista y a menudo señalada como la primera expresión de las vanguardias en Cuba (por Guillermo de Torre, por ejemplo), Carpentier figuró inicialmente como uno de los Los Cinco, el núcleo director de la revista –junto con el español Martín Casanovas (1894-196) y los cubanos Francisco Ichaso (1901-1962), Jorge Mañach (1898-1961) y Juan Marinello (1898-1977) –, pero ya en el segundo número se anunciaba que había abandonado tal condición, al parecer por incompatibilidad con su puesto como jefe de redacción de la revista gráfica semanal Carteles (de la que ya lo había sido episódicamente en 1925 y de la que desde 1931 hasta su regreso había sido redactor en París) y sería sustituido por José Zacarías Tallet (1893-1998).

La Gaceta Musical, fundada en 1928 por el músico y escritor mexicano Manuel M. Ponce (1882-1948) y en la que colaboraron desde Salvador de Madariaga hasta César M. Arconada, pasando por Adolfo Salazar, Manuel de Falla o Robert Desnós,  tuvo una notable importancia como puente de comunicación entre los ámbitos musicales europeos y americanos.

Sin embargo, la muy interesante revista en la que ocupó desde el principio el cargo de secretario de redacción, Imán (cuyo título se ha relacionado con Les Champs manètiques de André Breton y Philippe Soupault), tuvo una muy corta vida, limitada a un único número fechado el 30 de abril de 1931 y a un segundo, al parecer ya compuesto, que no llegó a publicarse. Fundada, financiada y dirigida por Elvira de Alvear (1907-1959), las 260 páginas del primer número albergan a una pléyade de escritores entre los que se cuentan Franz Kafka, Miguel Ángel Asturias, Jean Giono, Eugeni d’Ors, John Dos Passos, Hans Arp, Vicente Huidobro, Henri Michaux o una traducción de Manuel Altolaguirre de «Documentos» del escritor y crítico literario vanguardista franco-estadounidense Eugène Jolas (1894-1952). También, el propio Carpentier, con la traducción de un texto de Robert Desnos sobre Lautréamont y, más importante aún, con fragmentos discontínuos de Écue-Yamba-O, una obra escrita en prisión en Cuba y rehecha en París, que publicaría en 1933 como «novela afrocubana», en una primera edición de la Editorial España que dirigía Juan Negrín y cuyos fondos fueron casi completamente destruidos al término de la guerra civil (se sabe de la existencia de menos de una docena de ejemplares de esa primera edición de Écue-Yamba-O).

Alejo Carpentier.

En cualquier caso, según indica una de las páginas iniciales, de Imán se hacían tres ediciones distintas, en papeles de calidad diversa, y se distribuía tanto en París, a través de la Librería Española de Juan Vicens de la Llave, y en Madrid de la mano de León Sánchez Cuesta, como en la Librería Viau y Zona de Buenos Aires.

No sería hasta casi veinte años después, con el triunfo de la revolución en Cuba, que Carpentier se pondría al frente, como administrador general, de la Editorial de Libros Populares de Cuba, posteriormente (tras dos años como subdirector de Cultura del gobierno revolucionario), como director ejecutivo, de una de las iniciativas más trascendentes de la política editorial en la historia de Cuba. Ya el 31 de marzo de 1959 se había creado la Imprenta Nacional de Cuba, una de cuyas primeras iniciativas fue una extensa tirada (cien mil ejemplares) de El Quijote en cuatro volúmenes, con ilustraciones de Gustave Doré (1832-1883) y Pablo Picasso (1881-1973), que se puso a la venta al muy módico precio de 25 centavos y con la que se iniciaba la colección Biblioteca del Pueblo. Aun en los años noventa, Arnaldo Orfila decía acerca de las tiradas de las ediciones cubanas: «No se editan [en Cuba] sólo autores cubanos revolucionarios o procubanos, sino también a los clásicos españoles. A nosotros [Ediciones Siglo XXI] nos avergüenza decirles que hacemos 3.000 o 4.00 ejemplares de un libros mientras que ellos editan 15.000 ejemplares de un libro de poemas y 50.000 de una novela».

Pasaron apenas tres años antes de que la Imprenta Nacional (creada originalmente para aprovechar el papel de los periódicos conservadores para imprimir libros) se reconvirtiera y reorganizara en Editora Nacional de Cuba, en un proceso más amplio de clarificación del panorama editorial cubano que Cira Romero explica del siguiente modo:

En 1962, [la Imprenta Nacional se convirtió] en Editora Nacional de Cuba, mediante la cual se separaron las funciones editoriales de la industria y la comercialización. Surgieron las editoriales Universitaria, Pedagógica, Juvenil y Política como parte de esa reorganización. Asimismo nacieron editoriales vinculadas a otras instituciones o grupos que surgieron en esos primeros años de la década del sesenta, como Ediciones R, vinculada al periódico Revolución, la Editorial de la Casa de las Américas, el sello editorial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y Ediciones El Puente, con carácter independiente, donde publicaron algunas de las más jóvenes voces de la literatura cubana de aquel momento.

Carpentier en Cuba.

El propósito y los objetivos tanto de la editorial como del propio Carpentier parecen bastante claros: poner a disposición de todo tipo de lectores los grandes textos de la literatura universal, con particular atención a los clásicos y a los primeros lectores y jóvenes, como lo demuestra en particular la Editora Nacional, primera editorial cubana destinada específicamente al público infantil y juvenil a cuyo cargo estuvo el exiliado republicano español Herminio Almendros (1898-1974) y en la que aparecieron ediciones de La edad de oro, de José Martí, Ivanhoe, de Walter Scott, La isla misteriosa, de Julio Verne, Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, y sobre todo a raíz de la convocatoria de un premio destinado a este público en 1963, también a autores cubanos como Antonio Vázquez Gallo (1918-2007), Anisia Miranda (1932-2009) o Renée Méndez Capote (1901-1989).

En una entrevista a Carpentier que le hizo la escritora mexicana Elena Poniatowska a finales de 1963, y que se publicó en el periódico Revolución de La Habana el 24 de diciembre, el ya entonces autor de El siglo de las luces y apodado en Cuba «el Zar del Libro» aseguraba que el gobierno castrista había publicado más de dieciséis millones de libros –entiéndase ejemplares, claro– a lo largo de ese año.

Alejo Carpentier.

El cargo que ocupaba entonces Carpentier –y lo que en buena medida justifica el mencionado apodo– llevaba aparejada la decisión de autorizar o no el empleo de las partidas de papel existente para publicar (o no) determinados libros, lo que no deja de ser un modo sutil de censura y creó más de un episodio de cierta tensión, como fue el caso por ejemplo de la importante y bien analizada editorial El Puente (creada en 1960 por el joven poeta José Mario Rodríguez con la colaboración de Ana María Simó, Gerardo Fulleda León y Nancy Morejón, entre otros). Según lo cuenta Emilio José Gallardo Saborido:

El segundo [Alejo Carpentier], siempre según Mario [Rodríguez], apoyaba la continuidad de El Puente, pero «sólo si él podía controlar el contenido» […] Sin embargo, la siguiente escasez de papel obligó a Mario a sostener con Carpentier, el encargado de autorizar el empleo de las partidas de este material, una epecie de juego del ratón y el gato que lo llevó a utilizar el siguiente ardid. Visto el afrancesamiento de el autor de El reino de este mundo, pensó que si le prometía publicar una nueva traducción de En busca del tiempo perdido de Proust conseguiría el papel que necesitaba para sus publicaciones. Por supuesto, aquella traducción nunca se llegó a realizar y Mario confiesa que, a pesar de que consiguió lo que se proponía, no cree que llegara a engañar a Carpentier, y que si éste consintió en darle lo que pedía era porque estaba recibiendo presiones de influyentes personalidades que estaban a favor de El Puente, como Herminio Almendros o Félix Ayón.

José Mario Rodríguez (1940-2002).

No abundan las fuentes para hacerse una idea cabal del funcionamiento cotidiano de la gestión de Carpentier como director o coordinador de las diversas iniciativas editoriales bajo su tutela en esos años, pero desde por lo menos 2014 (en que el editor Jaime Labastida lo mencionó en un encuentro en la Fundación Alejo Carpentier) se sabe de la existencia de un nutrido epistolario entre el célebre narrador cubano y el fundador y director de Siglo XXI, Arnaldo Orfila Reynal (1897-1998) que tal vez pudiera dar alguna orientación sobre ello (aunque abarcan de 1966 a 1982), aunque también pudiera resultar tan decepcionante como el cruzado entre Orfila y Julio Cortázar (donde el gran tema parece ser el diseño de las cubiertas de La vuelta al día en ochenta mundos o Último round, ambas con Julio Silva como diseñador).

En el verano de 2016 saltó a la prensa que Siglo XXI estaba trabajando ya en el proceso de edición de este epistolario, del que en el momento de escribir estas líneas aún no se ha publicado, aclarando, el mencionado Labastida, que las cartas se encontraban en un proceso de análisis y revisión que hacía imposible determinar aún su número, y añadía: «También debemos contactar con la Fundación Alejo Carpentier de La Habana, porque tal vez tengan algunas cartas más. Hay que confrontar si son las mismas o distintas y hacer una edición conjunta». A la espera de esta publicación, no es mucho lo que, al parecer, se sabe de esa labor editorial de Carpentier.

Fuentes:

Virginia Bautista, «La magia de la edición entre Orfilia, Carpentier y Cortázar», Excelsior, 4 de julio de 2016.

Dominique Diard, «Políticas y poética: Literatura y Cultura del Nuevo Mundo, según Alejo Carpentier», en Josef Opatmy, coord., Proyectos políticos y culturales en las realidades caribeñas de los siglos XIX y XX, suplemento 43 de Iberoamericana Pangensia, Universidad Carolina de Praga-Editorial Karolinum, Praga, 2016, pp. 301-108.

Emilio José Gallardo Saborido, El martillo y el espejo: directrices de la política cultural cubana (1959-1976), Sevilla, CSIC, 2012.

Javier Montenegro, «Cincuenta y cinco años de libros Cubanos», Cubahora, 31 de marzo de 2014.

Javier Pradera, «Arnaldo Orfila, un editor ejemplar», El País, 17 de enero de 1998, recogido en Jordi Gracia, ed., Javier Pradera, itinerario de un editor, Madrid, Trama Editorial (Tipos Móviles 24), 2017, pp. 177-185.

Cira Romero, «Curioso Boletín de la Editorial Nacional de Cuba», La Jiribilla, núm. 760 (30 de enero al 17 febrero de 2016).

Cira Romero, «La edición en Cuba», portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI)-EDI-RED.

Carmen Vásquez, «Alejo Carpentier en París (1928-1939)», en Milagros Palma, ed., Escritores de América Latina en París, París, Índigo & Coté, 2006, pp. 101-115.

El librero como inspiración (León Sánchez Cuesta)

A Lluis Morral i la seva gent a Laie.

León Sánchez Cuesta.

León Sánchez Cuesta.

La literatura de Max Aub (1913-1972) tiene potencial más que suficiente para convertirse a la larga en lo que la narrativa de Benito Pérez Galdós (1843-1920): una fuente incomparable para conocer la pequeña historia –la intrahistoria, incluso– que cada uno de ellos recreó y que constituye un festín para los historiadores. En particular en el caso de Aub, es una referencia valiosísima para conocer a algunos personajes singulares de la historia española y mexicana del siglo XX. Ignacio Soldevila (1929-2008) destacaba además la faceta de retratista de Max Aub, al hilo de las entrevistas literaturizadas en La gallina ciega. Diario español:

En estos fragmentos encontramos particularmente al Aub novelista, creador de personajes vivos y parlantes, o retratista vivaz, de animando dibujo: son excelentes ejemplos los de Carmen Balcells y de Nuria Espert, que no desmerecen en nada los de sus personajes de fábula más logrados.

Así debió de entenderlo también Ana Martínez Rus, quien al reconstruir la trayectoria vital e intelectual del librero León Sánchez Cuesta (1892-1978), sacando provecho del extraordinario archivo que se conserva en la Residencia de Estudiantes (más de 7.000 cartas a corresponsales distinguidos), tiene el acierto de reproducir completo el espléndido retrato que de él hace Aub en la obra mencionada.

Ya en Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin Agustín Sánchez Vidal reproducía algunas cartas que permitían advertir la trascendental importancia que tuvo el librero León Sánchez Cuesta en la formación de lo que comúnmente conocemos como generación del 27, entendida ésta en un sentido amplio (los poetas Alberti, Altolaguirre, Lorca, Salinas, pero también el narrador y dramaturgo Max Aub, el cineasta Luis Buñuel o la pintora Maruja Mallo). Y alguna cita empleada por Sánchez Vidal revela tanto los proyectos intelectuales en los que andaba metido Buñuel en cada momento –y algunos de sus rasgos personales– como el carácter de faro intelectual de absoluta confianza que adquirió el célebre librero. Le escribe Buñuel por ejemplo el 10 de febrero de 1926 desde París: “Le agradeceré que me envíe la lista de libros que le adjunto. Para cobrar: como yo no iré hasta mayo y pagar en francos es dolorosillo, puede usted remitir a mi madre a Zaragoza, Independencia, 29, las facturas que le deba”, seguido de una lista en la que alternan Spengler con “Pepito Ortega”, Ramón Gómez de la Serna y la Revista de Occidente, además de la petición de, si existe tal cosa “algo publicado en España sobre cine. Algo serio, se entiende”.

Postal de Luis Buñuel a León Sánchez Cuesta del 17 de septiembre de 1926.

La singularidad de Sánchez Cuesta radica, por un lado, en que su negocio no era una librería al uso, es decir, abierto al público, sino que funcionaba más bien como un gabinete que proveía de libros y revistas a grandes lectores de confianza (escritores, artistas, políticos abogados, muchos de ellos muy conocidos además), y por otro lado que se especializó en conseguir sobre todo aquellos materiales bibliográficos que eran difíciles de adquirir (y que a veces se ocupaba de encuadernar en pasta española e incrementar así el precio).

José María Quiroga Pla (1902-1955).

Licenciado en derecho en la universidad de su Oviedo natal, Sánchez Cuesta obtuvo una beca para ingresar en la Residencia de Estudiantes de Madrid, que fue donde entró en contacto con quienes protagonizarían lo que José Carlos Mainer bautizó como Edad de Plata de la cultura española y, sobre todo, donde se ganó una confianza de hombre fiable y bien informado que no hizo sino crecer en los años siguientes. Además de dar fluidez a los contactos culturales entre España y México, de dar empleo a los poetas José María Quiroga Pla entre 1926 y 1928 y Luis Cernuda entre 1930 y 1931 (al cargo de los impagados), entre otros, de editar y hacer circular por Europa y América un Boletín de novedades españolas (desde 1928) o de impulsar una primera etapa de la Librairie Espagnole parisina, fue su carácter de extraordinario canalizador de información bibliográfica y de libros lo que lo convierte en una figura excepcional de la cultura española. En sintonía con ello ha escrito ha escrito Christopher Maurer:

Al acercarnos al prodigioso archivo de Sánchez Cuesta, nos sorprende, entre otras cosas, el grado en que los escritores españoles dependían de él para que les avisara de “cualquier cosa de interés” entre lo recién publicado. En un ensayo de 1922 o 1923, el cordialísimo Alfonso Reyes (del que se conservan 155 cartas a Sánchez Cuesta) se queja de que el librero típico “sabe vender libros, pero no los lee ni se cree obligado a entenderlos”. No era el caso de Sánchez Cuesta.

De izquierda a derecha: Salvador Dalí, María Luisa González, Luis Buñuel, Juan Vicens (socio de Sánchez Cuesta en la Librairie Espagnole), José María Hinojosa y, sentado, José Moreno Villa en 1924.

Sus primeros pasos en el mundo del libro, de la mano de Juan Ramón Jiménez (1881-1958) y Alberto Jiménez Fraud (1883-1964), le llevan a traducir para la Colección Universal de la Editorial Calpe los dos volúmenes de las Notas de Inglaterra de Taine, y a través del editor Manuel Aguilar, a entrar en la Sociedad General Española de Librería (SGEL), perteneciente a Hachette, donde estuvo apenas unos meses, hasta que en 1921 se traslada a México como representante de otra empresa de Hachette, la Agence Génerale de Librairie et de Publications. Dos años después regresa a España para hacerse cargo de la gerencia de la sección de librería de la editorial La Lectura y abre la Librería de Arte y Extranjera de La Lectura, asociado a Jiménez Fraud. En noviembre de 1924, sin embargo, se independiza y pone en pie el negocio que se convertirá en fundamental para varias generaciones de escritores, que es el camino por el que se convertirá también en figura principal –si bien en la sombra– de la cultura española del siglo XX y que Ana Martínez Rus sintetiza y recrea con prosa ágil sirviéndose con particular acierto de una diversidad enorme de documentos (cartas, libros de cuentas, documentación variada e incluso material gráfico muy valioso) en los que acaso sean los capítulos más apasionantes de su libro. En esos años veinte hace Sánchez Cuesta incluso sus pinitos como editor, colaborando con Juan Ramón Jiménez en las revistas Ley. Entregas de Capricho y Sí. Boletín Bello Español del Andaluz Universal.

Ley. Entregas de Capricho (1927).

Como sucede en el caso de tanta gente de letras del siglo XX, la guerra civil llevó a Sánchez Cuesta a iniciar un periplo que en carta al escritor español exiliado en México José Moreno Villa (1887-1955) resumía del siguiente modo el 13 de junio de 1951:

En Salamanca permanecimos hasta julio de 1937 en que, agotadas las posibilidades de vida, pues se prohibió la entrada de dinero del extranjero, salimos de allí […] yo para Alemania a donde me fui con el propósito de aprovechar el tiempo trabajando el alemán y ver que podría hacer en relación con la librería alemana, el día que terminara la guerra. Estando allí me ofrecieron el lectorado en español de la Universidad e Marburgo, el que tenía [Carlos] Clavería, y allá me fui […] hasta que la guerra Europea nos hizo emprender, una vez más, la marcha precipitada, Nos fuimos a Argel a casa de los padres de Andrea [su esposa], y allí permanecimos hasta diez años. Cansados de esperar, necesitado de volver a la vida activa y de dar a mi chico una educación española, volví a España en el año 47. De lo de aquí, no hablemos porque la cosa sería larga. Me establecí de nuevo como librero y ya puede figurarse lo duro que ha sido y aún sigue siendo la brega.

Alberto Jiménez Fraud (1883-1964).

A su regreso del exilio, continuó a trancas y barrancas con su labor, dificultada por las peculiares condiciones de la España franquista para menesteres tan poco ortodoxos como los suyos (y vigilado, obviamente, por la censura), pero aún encontró ánimos para actuar incluso como editor y distribuidor de una Nueva nómina de la poesía española contemporánea (1948), compuesto de breves estudios preliminares y fichas bibliográficas de los poetas importantes del momento (Vicente Aleixandre, José Luis Cano, Carmen Conde, Germán Bleiberg, Juan Eduardo Cirlot….) y que regalaba a todo aquel que adquiriera libros de poesía por un valor de 15 pesetas o superior. Pese a las dificultades, salió adelante con notable éxito.

Elegido en 1963 presidente de la Escuela de Librería del Instituto Nacional del Libro Español (que había contribuido a crear con el insigne librero Marcial Pons) y galardonado con la Medalla Rivadeneyra en reconocimiento a su trayectoria, en 1970 Sánchez Cuesta se convirtió en uno de los accionistas minoritarios de Alianza Editorial (impulsada entre otros por su sobrino Jaime Salinas, que habla de él en Travesías), con una participación de 110.00 pesetas, y nunca llegó a jubilarse.

El librero Marcial Pons (1915-2011), entre dos empleados en 1948.

Es también legendaria la vocación de ayuda a los intelectuales y poetas de su tiempo, así como su proverbial paciencia a la hora de cobrarles los pedidos que le hacían y que solía cumplir con prontitud. Para cerrar de nuevo con Max Aub, valga el dato de que en 1944 el escritor valenciano tenía pendiente de pago una cuenta de 11,1 pesetas.

Ana Martínez Rus, “San León Librero”: las empresas culturales de Sánchez Cuesta, Gijón, Ediciones Trea (Biblioteconomía y administración cultural 173), 2007.

Fuentes adicionales:

Max Aub, La gallina ciega. Diario español (edición de Manuel Aznar Soler), Barcelona, Alba, 1995.

Philippe Castellano, «Compte rendu de l’ouvrage d’Ana Martínez Rus, «San León Librero»: las empresas culturales de Sánchez Cuesta»Cahiers de Civilisation Espagnole Contemporaine, 14 de noviembre de 2008.

Christopher Maurer, “León Sánchez Cuesta, librero, lector, amigo”, Residencia, núm. 5 (abril de 1998).

Sobre de Sánchez Cuesta con dedicatoria de Juan Ramón Jiménez.

Jaime Salinas, Travesías. Memorias, Barcelona, Tusquets (Tiempo de Memoria 32), 2003.

León Sánchez Cuesta, “Una época de mediocridad y falta de interés por la poesía” (carta de Sánchez Cuesta a José Moreno Villa reproducida en Residencia, núm. 5 (abril de 1998).

Ignacio Soldevila, El compromiso de la imaginación. Vida y obra de Max Aub, Valencia, Biblioteca Valenciana (Colección Literaria), 2003 (2ª ed.).

Agustín Sánchez Vidal, Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin, Barcelona, Planeta (Espejo de España 137), 1988.

Alfredo Valverde, “Archivo y Biblioteca de León Sánchez Cuesta”, Residencia, núm 5 (abril de 1998).