López Bernagossi, Llibreria Espanyola y la censura a la sátira

Además de iniciar una espléndida estirpe de libreros y editores, el gerundense de ascendencia italiana Innocenci López Bernagossi (1929-1895) fue en la segunda mitad del siglo XIX uno de los puntales de la divulgación de prensa y colecciones populares, próximas tanto al republicanismo como a la tradición satírica catalana, expuesta, ciertamente, a los vaivenes a que la historia política sometió a la libertad de expresión.

Tras formarse como gerente de la Librería Histórica de Luis Tasso, López Bernagossi compró a los hermanos Oliveres i Montmany la librería que estos tenían en la calle Ample (núm. 26), y ya en diciembre de 1859 aparecía una original iniciativa, El Cañón Rayado. Periódico Metralla de la Guerra de África, del que aparecieron veinticuatro números, impresos en la Imprenta Euterpe (que dirigían Anselm Clavé y Antoni Bosch), hasta marzo de 1860. Se trataba de una demoledora y mordaz crítica de la política española con respecto a la guerra, en la que colaboraron, entre otros (muchos de ellos con seudónimo), el poeta Víctor Balaguer (1824-1901) y en el que destacan sobre todo los grabados al boj de Eusebi Planas (1833-1897) y Manuel Moliné (1833-1901).

Simultáneamente, ya en 1858 se había ocupado López Bernagossi de la edición de El pendón de Santa Eulalia, de Manuel Angelón i Broquetas (1831-1889), a quien publicaría también con éxito Un Corpus de Sangre, Treinta años o la vida de un jugador, Flor de un día, ¡Atrás el extranjero!, etc., y a principios de la década de 1860 la Llibreria Espanyola ya estaba publicando libros regularmente; de 1862 es por ejemplo la novela histórica de Antoni Bofarull La orfeneta de Menargues o Catalunya agonisant, en coedición con la Llibreria del Plus Ultra. No es disparatado aventurar que la elección del nombre fue un subterfugio para poder escribirlo en catalán en unos años en que esta lengua era perseguida. Al año siguiente, 1863, abre un segundo establecimiento en la Rambla del Mig, número veinte, centro tanto de célebres partidas de tresillo como de tertulias en las que se imbricaban la política y el humor.

Sin embargo, el punto fuerte y que más fama le reportó fueron las publicaciones periódicas. En abril de 1965 ponía en circulación una breve revistilla que despertó enseguida el recelo de Antoni Brusi i Ferrer (1815-1878), propietario del Diario de Barcelona, que intentó por todos los medios frustrar su aparición. La idea original la había planteado Conrad Roure (1841-1928), miembro del grupo de defensores del «català que ara es parla» (el catalán que ahora se habla), quien se proponía parodiar la sección de anuncios del almanaque de López Bernagossi El Tiburón, y luego la reformuló el también dramaturgo del mismo grupo Albert Llanas (Albert de Sicília Llanas i Castells, (1841-1915), quien propuso en diversas tertulias publicar una Parodia de un Diario de Barcelona. Pese a las influencias que movió el Brusi, López Bernagossi se atrevió a ponerlo en marcha y, en su Llibreria Espanyola y a cargo de la Imprenta Económica de José Antonio Oliveres, publicó el número correspondiente al de 16 abril de 1865, que fue el único que llegó a aparecer, si bien se agotó de inmediato. Sin embargo, la colaboración entre Llanas y López Bernagossi puso los cimientos de la prensa satírica catalana.

Josep Lluís Pellicer, ilustrador de los Singlots poètics de Pitarra con el seudónimo Nyapus, fue un prolífico caricaturista político antes de asumir la dirección artística Montaner y Simó.

Ese mismo año aparecían dos nuevas cabeceras. Por un lado se estrena el considerado primer almanaque humorístico en catalán, Lo Xanguet (1865-1874), donde colaboran Serafí Pitarra (Frederic Soler, 1839-1995) y autores afines, así como los destacados dibujantes Tomás Padró (1840-1877) y Josep Lluís Pellicer (1842-1901), que luego sería estrecho colaborador de Eudald Canivell (1858-1928). Y por otro aparece Un tros de paper (1865-1866), iniciativa también de Manuel Llanas e ilustrado con novedosas litografías por Tomás Padró y en el que colaboraron, con seudónimo, el propio Llanas, Conrad Roure, que se ocupaba de la crítica teatral, Robert Robert (1827-1873) —cuyo primer número del también satírico El Tío Crispín le había llevado a pasar un año en la cárcel—, Frederic Soler, Josep Feliu i Codina (1845-1897), Eduard Vidal i Valenciano (1838-1899)… Prueba de la extraordinaria aceptación de Un tros de paper es que en 1920 Carles Riba prepara una selección de sus números y que más tarde apareciera en forma de folleto en La campana de Gracia.

Interior de Un tros de paper.

Luego, alternando siempre con los libros, se sucederían otras cabeceras incluso más exitosas, como Lo noy de la mare (1866-1867), La Rambla (1867-1868), que fue suspendido por cuestiones políticas, Lo Somatén (1868-1869), que «declara[ba] terminantemente que no admite ninguna otra forma de gobierno que la República democrática federal»,  Las Barras Catalanas (1869) o las muy longevas La campana de Gràcia (1870-1934) y L’Esquella de la Torratxa (1872-1939), que llegaron ambas a tiradas de 30.000 ejemplares, entre otras muchas.

Imagen de los fundadores y más asiduos colaboradores de La Campana de Gracia que se inicia con López Bernagossi y se cierra con su hijo López Benturas y en la que aparecen los escritores Rovira i Virgili, Roca i Roca, Ángel Samblancat, Gabriel Alomar, Lluis Capdevila, etc., los dibujantes Moliné, Pellicer, Opisso, etc., el grabador Pere Bonet, el fotógrafo y grabador Manuel Solano…

Sin embargo, una de las que mayores quebraderos de cabeza dio a los historiadores de la prensa fue Velón, cuyo origen quizá tenga alguna vinculación con la trayectoria biográfica del padre de López Bernagossi, Miguel López Carrascosa, quien llegó a ser teniente coronel por méritos durante la Guerra de Independencia y, tras el sitio de Girona, fue hecho prisionero por las tropas napoleónicas. Según declara la cabecera de Velón, se trata de un «Diario de Avisos y Noticias», del que se conserva sólo único el número 1, fechado el 18 de abril de 1909, que se vendía a 8 maravedises, cosa que ha hecho que durante muchos años se lo considerara una publicación aparecida durante lo que se conoce como Guerra del Francés, y así lo recogen por ejemplo el catálogo preparado por Joan Torrent, Francesc Carbonell, Josep Montfort y Rafael Borí La presse catalana depuis 1640 jusqu´a 1937 (1937). Sin embargo, en 1940 Joaquím Álvarez Calvo arrojó nueva luz —nunca mejor dicho— sobre el asunto al establecer su fecha en 1877 y atribuir su paternidad a López Bernagossi. El propósito ya señalado en el título era vehicular una corrosiva crítica al Ayuntamiento de Barcelona, que por entonces había anunciado la intención de implementar un impuesto a los comerciantes por el alumbrado público, a lo que éstos replicaron con una huelga de consumo de gas. El Velón, pues, venía a poner de manifiesto el tremendo retroceso que suponía la recuperación del velón como herramienta para alumbrar.

No es arriesgado aventurar que López Bernagossi era un miembro más de un amplio grupo de artistas de la sátira política que por aquellos años tenían como punto de reunión algunas tertulias (entre ellas la de la Llibreria Espanyola) en las que confluían escritores (Pitarra, Conrad Roure, Robert Robert) y dibujantes (Tomàs Padró, Josep Lluís Pellicer, Moliné) y entre los que él representaba la figura del librero-editor (no menos satírico y mordaz), y en los años sucesivos publicaría, en un muy nutrido catálogo, La cólera y la miseria (1882), de C. Gumà (Juli Francesc Guibernau, 1856-1927); L’amor, lo matrimoni y’l divorci (1883), también de Gumà e ilustrado por Moliné; Cel rogent, de Eduart Aulés, Cuentos del avi (1889), de Pitarra; Baladas (1889), de Apeles Mestres (1854-1936), con sesenta ilustraciones del propio autor; Cants íntims (1889) y Estiuet de Sant Martí (1891), también de Mestres; Art de festejar (catecisme amorós en vers), con textos de Gumà e ilustraciones de Moliné, así como varios números de la serie conocida como singlots poètics (hipidos poéticos) de Pitarra de los que, por ejemplo, en 1894 publicó Singlots poétichs, ó sia colecció de totas las obras que, en vers y en català del que ara’s parla. Y estos son méritos que hay que añadir al de fundador de una brillante estirpe de editores en la que destacaron sobre todo Antoni López Benturas (1861-1931), Antoni López Llausàs (1888-1979) y Gloria Rodrigué.

Fuentes:

Varias de las publicaciones de Innocenci López Bernagossi pueden verse en ARCA.

Josep Maria Cadena  i Catalán, «Publicacions satíriques esporádiques», Treballs de comunicación, núm 3 (1992), pp. 55-59.

Josep Maria Cadena  i Catalán, «Les publicacions de l’editor López Bernagossi i Lo Xanguet (1865-1874), primer almanac humorístic en català», Comunicació. Revista de Recerca i d’Anàlisi, núm. 8 (octubre de 1997), pp. 265-315.

Manuel Llanas, con la colaboración de Montse Ayats, L’edició a Catalunya: el segle XIX, Barcelona, Gremi d’Editors de Catalunya, 2004.

Isabel Lletget López, Memoria de la familia Lletget López del 1872 al 1942, Barcelona, 2007.

 

La formación de los editores en España, el ICAL y la Feria de Leipzig de 1914.

Según datos recogidos por Jesús A. Martínez Marín en «La edición artesanal y la construcción del mercado»: «En 1879, del total de 51 editores censados en el padrón fiscal [español], 41 tenían domiciliada su actividad en Madrid, 7 en Barcelona y 3 en las provincias de Guadalajara, Lérida y Sevilla, respectivamente». A tenor de estas cifras, resulta bastante asombroso constatar que, según las mismas fuentes, «al terminar el siglo Madrid y Barcelona son los dos centros de la edición, con 44 y 35 editores respectivamente», pues de ser fiables esos datos resulta espectacular el crecimiento en número de editores en la capital catalana, tanto en términos absolutos como en porcentuales en el conjunto de los españoles.

Eudald Canivell i Masbernat.

Es probable que algo tuviera que ver en ello la iniciativa que empezó a fraguarse en otoño de 1897 en una reunión convocada por el dibujante, tipógrafo, impresor y bibliotecario anarquista Eudald Canivell i Masbernat (1858-1928) en casa del cajista e impresor Josep Cunill, con la participación también del excajista, dibujante y cronista gráfico anarquista Josep Lluís Pellicer i Fenyé (1842-1901), con el propósito de crear un centro que diera una formación más completa y rápida que la que hasta entonces obtenían los profesionales, que se basaba casi exclusivamente en la experiencia acumulada desde el puesto de aprendiz hasta el de maestro.

Un año más tarde, en noviembre de 1898, se constituía formalmente el Institut Català de les Arts del Llibre (ICAL), con la participación también del impresor y editor Josep Thomàs i Bigas (1852-1910), el librero y editor Àlvar Verdaguer, el impresor Fidel Giró Brouil (1849-1926), el escritor y editor Joaquim Casas Carbó (1858-1943) y el tipógrafo e impresor Joan Rusell i Anglarill (1862-1923); como puede advertirse, todos ellos rondando la cuarentena en aquel entonces.

Dos años después de su fundación formal ya contaba con una cabecera que les serviría de portavoz, la Revista Gráfica, cuyo primer director fue el mencionado Pellicer y que se publicó periódicamente entre 1900 y 1928 (salvo los años 1924 a 1927), en los primeros años en la prestigiosa imprenta especializada en libros de bibliófilo Oliva de Vilanova, fundada apenas unos años antes (en 1899) por Joan Oliva i Milà (1858-1911). Paralelamente, en 1900 los editores habían creado el Centre de la Propietat Intel·lectual, la primera asociación de estas características en España y entre cuyos primeros asociados figuraba uno de los dos fundadores de la editorial Montaner y Simon,  Francesc Simon i Font (1843-1923) y otros editores importantes, como Manuel Maucci (1859-1937), Josep Espasa i Anguera (1840-1911), los hermanos Joan y Gustau Gili, Antoni López i Benturas (1861-1931), Francesc Seix i Faya o el impresor Manuel Tasso i Serra, entre otros.

Josep Lluís Pellicer i Fenyé.

Según la detallada reconstrucción que hace Manuel Llanas de los pasos iniciales del ICAL, en 1905 empieza a funcionar activamente la Escola Pràctica de les Arts del Llibre en la misma sede que el ICAL (en los bajos de lo que hoy es el número 153 de la calle Claris) y con el siguiente programa:

Tipografía (subdividida en dos secciones: cajas y máquinas), composición a máquina, litografía, encuadernación, dibujo y gramática castellana. —Y prosigue Llanas—: Y si el profesorado lo integraban, en ocasiones, prestigiosos impresores y tipógrafos (Ceferí Gorchs, Ramon Tobella, Fidel Giró, Joan Russell), el alumnado asistía, por mandamiento estatutuario, de forma totalmente gratuita. De media, oscilaba alrededor de los doscientos matriculados, la gran mayoría aprendices en diversos talleres gráficos; por eso las clases se hacían entre las 20 y las 21.30 h., de lunes a sábado, y alguna vez incluso las mañanas de los domingos. Los únicos requisitos que se exigían para entrar eran haber cumplido los trece años y saber leer y escribir.

Bajo la presidencia del mencionado Francesc Simon i Font (1843-1923), que desde su fundación y hasta 1903 había presidido la junta directiva del Centre de la Propietat Intel·lectual, el ICAL experimenta un notable impulso y se aprueban unos nuevos estatutos que definen del siguiente modo el segundo de sus objetivos (el primero es la docencia): «Establecer solidaridad y facilitar las relaciones profesionales cuando éstas se relacionen con las Artes del Libro».

Logo de Montaner y Simon.

Además de organizar el I Congrés Internacional de les Arts del Llibre (1911), como consecuencia del cual nació la Unió Patronal de les Arts del Llibre (germen a su vez de la Unió Sindical de les Indústries del Llibre) y procurar la participación de sus socios en algunas ferias internacionales y presentar conjuntamente sus reivindicaciones ante las autoridades, uno de los mayores logros del ICAL fue la participación de los profesionales catalanes en la importante Feria de Leipzig en 1914, que conmemoraba el quinto centenario de la Real Academia de Artes Gráficas y de la Industria del Libro, y cuya organización y desarrollo, en cuanto atañe a la participación española, Philippe Castellano ha reconstruido con mucho detalle.

Ya en octubre de 1912 Ludwig Wolkmann, como presidente tanto de la Sociedad Alemana de Artes Gráficas como de la Junta Directiva de la Exposición, propuso que se organizara una representación española al editor español que mejor conocía, el madrileño Enrique Bailly-Baillière y Plano, quien se había formado como librero-editor en Alemania y había sido uno de los promotores de la conocida –para abreviar– como Asociación de la Librería de España (Asociación de la Librería, de la Imprenta, del Comercio de la Música, de los Fabricantes de Papel y de todas las Industrias y Profesiones que concurren en la fabricación del Libro y a la publicación de obras de literatura, ciencia y arte); incluso lo nombra presidente de la Junta Organizadora para España.

Sin embargo, pese a iniciar gestiones (infructuosas) para obtener financiación, Bailly-Bailliere topa enseguida con la oposición del editor catalán Manuel Henrich Girona, por entonces presidente de la Federació de les Arts del Llibre, lo cual le lleva a dimitir en noviembre de ese mismo año, lo que ofrece al gobierno español el pretexto idóneo para desentenderse del asunto y evitar comprometer ningún tipo de partida presupuestaria para la participación española en la exposición.

Así las cosas, el ICAL decide participar en la feria por su cuenta y riesgo, y en septiembre de 1913 crea un comité organizador con Manuel Henrich, August Heinrich Höfer, Ramon Miquel i Planas, A. Cardunets, P. Cruells, J. Fabré, J. Furnells, F. Mestres y Russell. Aun así, Bailly-Ballière, también extraoficialmente tras su dimisión, seguía haciendo gestiones y manteniendo correspondencia con el comité organizador alemán incluso en el verano de 1913. Por su parte, la Revista Gráfica se había hecho eco de la vergüenza que suponía que un país con una industria editorial como la española no participara en una feria tan importante como la de Leipzig, y esa misma queja se repite en diversos números de la revista del ICAL, siempre en vano.

Colofón del segundo volumen de Revista Gráfica.

En septiembre de 1913 desde el ICAL se empiezan a solicitar propuestas de participación en la feria alemana y a crear un comité organizador, con lo que se da la paradójica situación de que avanzan en paralelo dos líneas de trabajo para un mismo fin (una en Barcelona y otra en Madrid), ambas sin contar con un compromiso en firme de participación estatal. Y, en una nueva vuelta de tuerca, al enterarse de la existencia de un comité en Madrid, el del ICAL se disuelve, poco antes de que, ante la nueva imposibilidad de obtener fondos del gobierno, Bailly-Ballière renunciara por segunda vez a presidir el comité organizador. De todos modos, el ICAL sigue adelante con la organización de una presencia extraoficial en la feria y en la primavera de 1914 la Revista Gráfica publica ya un listado de 55 participantes comprometidos, y la iniciativa es saludada con entusiasmo por parte de la prensa barcelonesa.

No tardan en sumarse a la iniciativa del ICAL diversas empresas de otros puntos de la península, y en su número de mayo el órgano de la Federación Nacional de las Artes del Libro ensalza el empeño y el empuje que están poniendo los profesionales catalanes en esa iniciativa:

El Instituto Catalán de las Artes del Libro de Barcelona ha tomado la iniciativa de organizar una Exposición colectiva de sus socios, a la cual se han adherido varias casas del ramo gráfico de Madrid […] Actualmente se está trabajando febrilmente en Leipzig en la instalación y decorado de la sección española […]; de modo que es de esperar que la sección española se presentará dignamente en aquel certamen internacional de cultura, al cual acudirán todas las naciones del mundo. Hay que felicitar calurosamente al Instituto Catalán de las Artes del Libro y a los organizadores de la Exposición española por su altruista labor y trabajo en favor del ramo gráfico de España, que han conseguido, por fin, que sea un hecho la participación y representación de España en la Exposición Internacional de Leipzig.

Finalmente fueron setenta los expositores representados: 51 barceloneses, 1 de Sabadell, 1 de Sant Feliu d Guíxols, 1 de València y 15 de Madrid, desproporción que en su imprescindible estudio de este caso Castellano atribuye tanto a la asunción de la organización por parte del ICAL como al desplazamiento que ya se había producido en cuanto a la capitalidad editorial en España de Madrid a Barcelona, y que en alguna medida cabe atribuir al evidente interés por formar a buenos profesionales que permitieran ofrecer una calidad equiparable, por ejemplo, a la de la industria editorial alemana.

Espacio del ICAL en la Feria de Leipzig de 1914.

Fuentes:

Anónimo, «La Exposición de Artes Gráficas de Leipzig», Federación Nacional de las Artes del Libro, Año I, núm. 2 (marzo de 1914), p. 10.

Anónimo, «Exposición de Leipzig», Federación Nacional de las Artes del Libro, Año I, núm. 4 (mayo de 1914), pp. 8-12.

Eudald Canivell, «Ecos. El Temps», El Poble Català, núm. 3299 (28 de marzo de 1914), p. 1.

Philippe Castellano, «La Sala Espanyola en l’Exposició Internacional de les Arts Gràfiques i de la Industria del Llibre, Leipzig 1914 (o com va voler fer-se Pàtria mitjançant el llibre)», traducción de Anna Carreras, Els Marges, núm. 71 (desembre de 2002), pp. 89-106.

Manuel Llanas, con la colaboración de Montse Ayats, L’edició a Catalunya: el segle XX (fins a 1939), Barcelona, Gremi d’Editors de Catalunya, 2005.

Manuel Llanas, Caires de l’edició catalana en el segle xx, Lección inaugural del curso 2011-2012 de la Facultat d’Educació, Traducció i Ciències Humanes de la Universitat de Vic.

Jesús A. Martínez Martín, «La edición artesanal y la construcción del mercado», en Jesús A. Martínez Martín, dir., Historia de la edición en España (1836-1936), Madrid, Marcial Pons, 2001, pp. 29-71.