El autor (e impresor) del «Diccionario tragalológico»

José María Azcona y Díaz de la Rada.

En 1935 la editorial Espasa-Calpe publicó en Madrid un asombroso libro titulado Clara-Rosa, masón y vizcaíno, que Ravina Martín describió como «mordaz, a veces con fina ironía, que en otras llega a ser hasta divertido». Su autor era el escritor y bibliógrafo navarro José María Azcona y Díaz de la Rada (1882-1951), de quien se sabe que era además encuadernador aficionado, que es quien se esconde tras el seudónimo Fray Gerundio en El Diario Vasco y que el año anterior había ordenado y prologado las Memorias. Escenas de la vida tafallesa de Ángel Morrás Navascués (1846-1934), que previamente (desde agosto de 1933) había ido publicando seriadas en el semanario La voz de la Merindad

El 22 de septiembre de ese mismo año 1935 la obra de Azcona publicada por Espasa-Calpe era ampliamente reseñada en el prestigioso periódico madrileño El Sol, en la misma página en que se anunciaba la reciente aparición, también en Espasa-Calpe, de Mi rebelión en Barcelona, de Manuel Azaña (1880-1940).

El título de la obra de Azcona se refería a un personaje bastante singular, el médico José Joaquín de Clararrosa, que previamente había sido conocido como el fraile Juan Antonio Olavarrieta, y no deja de ser curiosa la explicación que Azcona sugiere para la elección de su nombre como médico: «en América casó con dos mujeres y en Portugal con otras dos, y con los nombres de las cuatro Josefa, Joaquina, Clara y Rosa, formó el seudónimo que le hizo famoso». Muy poco antes había aparecido también en Espasa Calpe un libro del donostiarra afincado en Madrid Pío Baroja (1872-1956), Siluetas románticas y otras historias de pillos y extravagancias (1934) en el que se recogía un artículo cuyo título pudo servir de inspiración a Azcona: «Clara Rosa, fraile vasco y anarquista» (pp.79-86). Baroja dejó en este artículo un sucinto retrato de Clara Rosa: «vascongado un poco arlote, grueso, pálido y rechoncho, con unas barbas negras».

Olavarrieta, nacido hacia 1763 y cuya complicada trayectoria vital ha reconstruido admirablemente Beatriz Sánchez Hita, tomó los hábitos franciscanos en Santander en 1776, pero poco después fue trasladado a Bilbao cuando se halló en su celda material de contrabando. Con el tiempo logra convertirse en capellán de la Compañía de Filipinas, lo que le permite conocer mundo, hasta que se establece en la capital del Perú y empieza a publicar su Semanario crítico (desde 1791), que se hizo conocido por sus agrias polémicas con el Mercurio peruano (1791-1795).

Sin embargo, en 1795 está de nuevo en España y al año siguiente empieza la publicación clandestina de Diario de Cádiz, de vida breve (entre abril y mayo), pero al sentirse perseguido por la Inquisición huye en el Leocadia para radicarse en Guayaquil (por entonces perteneciente al Virreinato de Nueva Granada), de donde sus ideas le llevan a convertirse en cura de Axuchitlán (México). Publica allí una sorprendente negación de la existencia del alma y de Dios, El hombre y el bruto, que pese a haber circulado muy probablemente solo en copias manuscritas se ha considerado una pieza clave del pensamiento materialista de la Ilustración española y que, lógicamente, le llevó a la cárcel por «hereje formal, apostata de nuestra sagrada religión, tolerante, deísta ateísta, materialista, reo de lesa majestad pontificia y real».

Debía cumplir condena en España, por lo que fue de nuevo trasladado a Cádiz, y antes de ser entregado a la Suprema General Inquisición consiguió escapar de las autoridades y cambiar de identidad. Con la ayuda del embajador español, en Portugal se hizo con nueva documentación como José Joaquín de Clararrosa, se convirtió en médico de familia (presentó un título como profesor de Medicina por la Universidad de Zaragoza) y contrajo matrimonio con Maximiana Candía de Pesol. Enzarzado en controversias acerca de su profesionalidad como médico, la jura de la Constitución por parte de Fernando VII en 1820 (que daría inicio al trienio liberal) le da la oportunidad de regresar a España y dedicarse a la publicación de sus ideas: Catecismo constitucional y Reflexiones políticas sobre diferentes artículos de la Constitución, ambas en la Imprenta de Carreño en 1820, además de dirigir el Diario Gaditano de la libertad e independencia nacional, político, mercantil, económico y literario, que en la Hemeroteca Nacional se describe como el «más significativo, avanzado, beligerante y polémico del partido liberal en Cádiz durante el Trienio Liberal».

De esas mismas fechas e inicialmente en las páginas del periódico empieza a publicarse una sección entre satírica y política titulada «Diccionario abreviado de todas las cosas» (concretamente desde el 24 de junio de 1821), origen de la obra que, en palabras de Fernando Durán López, convertiría a Clararrosa en «el más ambicioso diccionarista del Trienio», si bien el propio autor se presenta a sí mismo y su estilo como «diccionarista o cocinero literario de bocadillos sueltos de diferentes substancias bajo de una salsa general y económica, en que cada uno de los convidados echa mano de lo que más gusta». Después de aparecer regularmente en el diario hasta principios de agosto de ese mismo año, y probablemente en otoño (aparece anunciada en el periódico en noviembre) se publicó en forma de volumen (180 páginas). El título completo que figuraba en la portada era Diccionario tragalológico o Biblioteca de todo lo tragable por orden alfabético, por el ciudadano José Joaquín de Clararrosa, pero el anuncio en el mencionado periódico es engañoso, pues se describe como «siendo el mismo que se publicó en el diario, se reimprimió separado de él, aumentado y corregido para mayor comodidad de los lectores», cuando en realidad no es sino una compilación de lo aparecido en prensa, sin ninguna ampliación.

La obra salió de la gaditana Imprenta de la Sincera Unión (Alameda, 114), en la que ese mismo año Clararrosa publica, entre muchos otros varios libros y folletos, «La nación y el gobierno». La razón era simple: Clararrosa era el propietario de la imprenta, en palabras de Ravina Martín, «regalo, según sus malévolos e inevitables enemigos, de un pequeño grupo de amigos exaltados», si bien fue en el mismo Diario de Cádiz donde se explicó que el dinero reunido para comprar los útiles de imprenta salió de una recolecta entre los liberales. El nombre de la imprenta, cuya historia también ha reconstruido con minucia Beatriz Sánchez Hita, ya es indicativo de sus posibles vínculos con la masonería, y más concretamente con la logia del mismo nombre creada en septiembre de 1841.

Como no podía ser de otro modo tratándose de un personaje tan controvertido y singular, enzarzado continuamente en controversias y denuncias, ni siquiera después de muerto estuvo exenta su figura de polémica, ya desde las discrepantes versiones de sus honras fúnebres, cuyo marcado carácter político se pone de manifiesto en la descripción que de él hizo Ravina  Martín:

La mañana del día 28 de enero de 1822, las calles de Cádiz se verán recorridas por un espectacular e insólito entierro: en la caja, con la tapa descubierta, iba el cadáver de Clararrosa con la Constitución de la Monarquía española de 1812 abierta por el capítulo en que se habla de la Soberanía Nacional; un gentío acompañaba al féretro portando hojas de olivo y entonando canciones patrióticas, desde el Trágala al Himno de Riego.

Fuentes:

José Joaquin de Clararrosa, Viaje al mundo subterráneo y secretos de la Inquisición revelados a lo españoles. Seguido de «El hombre y el bruto» y otros escritos, edición, introducción y notas de Daniel Muñoz Sempere y Beatriz Sánchez Hita y prólogo de Alberto Gil Novales, Grupo de Estudios del siglo XVIII (Universidad de Cádiz), 2003.

José Joaquin de Clararrosa, Diccionario tragalógico y otros escritos políticos (1820-1821), edición, introducción y notas de Fernando Durán López, Universidad del País Vasco (Textos Clásicos del Pensamiento Político y Social en el País Vasco 9), 2021.

Fernando Durán López, «Pelearse con las palabras: diccionarios políticos en la prensa española de principios del siglo XIX», en Leonardo Funes, coord., Hispanismos del mundo. Diálogos y debates en (y desde) el Sur, Anexo Digital, Sección III, Buenos Aires, Miño y Dávila Editores, pp.137-146.

Eduardo Enríquez del Árbol, «La capitular Sincera Unión de Cádiz, ¿una logia fundada en la regencia de Espartero?», Trocadero, núm. 26 (2014), pp. 135-168.

Manuel Ravina Martín, «El entierro de un masón: Joaquín de Clararrosa (1822)», Revista de Historia Contemporánea, núm. 1 (1982), pp. 65-80.

Beatriz Sánchez Hita, «Juan Antonio Olavarrieta/José Joaquín de Clararrosa: fraile, médico, periodista y agitador político», Estudios de Teoría Literaria Revista digital, año 3, núm. 5 (marzo de 2014), pp. 115-129.

Beatriz Sánchez Hita, «Semblanza de Imprenta de la Sincera Unión (1821-1823)», en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2016.

Ramon Masats, del libro artístico y literario al turístico

Cuando en 1965 Ramón Masats (n. 1931) se estrenó como director cinematográfico con El que enseña (un reportaje sobre la vida de un profesor de escuela en la España rural) y Prado vivo y triunfó luego con la comedia musical protagonizada por la cantante Guillermina Motta (n. 1942) y el grupo Los Íberos Topical Spanish (1970), tenía ya a sus espaldas una más que notable producción bibliográfica que le había convertido en una de las puntas de lanza de la fotografía española. Sus primeros pasos como aficionado los había dado a principios de los años cincuenta en el ámbito de la Asociación Fotográfica del Casino de Comerç de Terrassa (que tenía su origen en el Casino dels Artistes y publicaba un boletín mensual) y en 1953 ya llamaron mucho la atención sus reportajes sobre Las Ramblas.

Al año siguiente ingresó en la AFC (Agrupació Fotogràfica de Catalunya), donde coincidió con quienes serían los fotógrafos señeros de la llamada gauche divine, Oriol Maspons (1928-2013), Xavier Miserachs (1937-1998) y Colita (Isabel Steva Hernández, n. 1940), y con los dos primeros participó en su primera exposición, en la sede de la mencionada AFC. Fueron precisamente estas relaciones las que propiciarían una etapa de intensa colaboración con iniciativas editoriales.

Sin embargo, a partir de 1955 se embarca en un encargo de la Gaceta Ilustrada consistente en expresar mediante imágenes los principales «valores patrios», muy en sintonía con las consignas que llegaban desde el Ministerio de Educación y Turismo franquista, y es también en estos años cuando trabaja a menudo en el tema de la tauromaquia, de donde saldrá alguna de sus fotografías más famosas.

No obstante, el primer libro importante que publicó iba en una dirección muy distinta. En Confesiones de una editora poco mentirosa, Esther Tusquets explica las gestiones asociadas a los primeros títulos de la colección Palabra e Imagen y comenta acerca de Neutral Corner (1962):

Me sorprendió un poco que Ignacio [Aldecoa] propusiera un libro sobre boxeo. Pero el texto, los breves textos, son buenísimos. Y también lo fueron las fotos de Ramón Masats, gran fotógrafo catalán —amigo y compañero de otros dos grandes fotógrafos catalanes: Oriol Maspons y Xavier Miserachs— recién instalado en Madrid, en cuyo piso a medio amueblar conocí a Carlos Saura con su primera mujer.

El libro, de 23 cm y treinta y ocho páginas sin numerar, con numerosas ilustraciones (algunas a doble página), lo diseñaron los arquitectos Luís Clotet (n. 1941) y Oscar Tusquets (n. 1941) y lo imprimió la Sadag (Sociedad Alianza de Artes Gràficas); sin duda constituye uno de los números más rompedores y atractivos de la colección.

Del año siguiente, 1963, es la publicación del resultado de su colaboración para un libro gestado en Espasa Calpe por el que obtuvo el Premio Ibarra al libro mejor editado, Los sanfermines, con textos del célebre periodista y escritor falangista Rafael García Serrano (1917-1988) y que se inscribe en la tremenda campaña de conmemoración de los llamados «veinticinco años de paz». En consecuencia, el texto que acompaña a las centenar y medio de fotografías de Masats (en blanco y negro y en color) se reproduce tanto en español como en francés, inglés y alemán (en traducciones de Claude Martin, Alfred Dire y Francisco de A. Caballero, respectivamente). Se trata de un libro de 29 x 23 y 275 páginas, que maquetó el mismo Masats.

Al año siguiente vuelve a publicar en la prestigiosa colección de Lumen Palabra e Imagen ilustraciones fotográficas para Viejas historias de Castilla la Vieja, de Miguel Delibes (1920-2010), en un libro diseñado por Hans Romberg y Oscar Tusquets con un formato de 21,5 x 22,5 . En contra de lo inicialmente proyectado para esta colección, y que constituía su principal signo de identidad, en este caso no fue el texto lo que se adaptó a unas imágenes preexistentes sino que Delibes ya disponía de unos textos inéditos que habían sido elogiados por Pedro Laín Entralgo (1908-2001) y Jualián Marías (1914-2005), entre otros (véase «Miguel Delibes, ilustrador ilustrado». La opinión de Esther Tusquets no es sin embargo entusiasta:

…es muy hermoso, y espléndidas las fotos. Pero Masats da en ellas, o eso me parece a mí, una imagen negra de la España mesetaria y profunda, que contrasta, creo, con la visión nostálgica y entrañable de los textos, y me sorprende que Delibes, tan receloso con el pobre Maspons, acusado de fotografiar a las perdices fuera de temporada y desde un coche [para La caza de la perdiz roja, en esta misma colección], no pusiera en esta ocasión ningún reparo.

Edición en Palabra e Imagen, la mítica colección de Lumen. Foto de Marcelo Caballero en Miradas Cómplices.

Según escribió en un número monográfico de Los olviddos Jesús García de Dueñas:

Neutral corner (1926), Los Sanfermines (1963) y Viejas historias de Castilla la Vieja (1964) forman una trilogía ejemplar y constituyen un prodigioso retablo de la España que a trancas y barrancas despegaba de un tradicionalismo servil, de unos márgenes de libertad que parecía que nunca se podrían saltar, de un ahogo moral y del sofoco y la vergüenza que producía una dictadura interminable.

Unos años más tarde —durante los cuales Masats había ido engrosando su obra en revistas como Gaceta Ilustrada, Destino o Actualidad Española, así como en periódicos conservadores como Ya o Arriba—, en 1967 se entregaban al depósito legal procedentes de la imprenta de la Sadag los primeros ejemplares de una edición de cuatro mil del Quijote en dos volúmenes elaborada en Alfaguara que venía a sumarse a la conmemoración del 350 aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes (1547-1616). El proyecto era realmente de empaque, pues el texto cervantino, fijado por Martín de Riquer (1914-2013), iba precedido de un extenso prólogo, unas ciento cincuenta páginas, del historiador español exiliado en Estados Unidos Américo Castro (1885-1972) e ilustrado con gran cantidad de fotografías en blanco y negro. El libro apareció en dos tomos de 713 y 626 páginas, respectivamente, encuadernado en imitación de piel y con el corte superior dorado. Se incluyó en la por entonces recién estrenada colección Puerto Seguro, de la que los primeros números había aparecido en 1966 y dedicados a obras de Camilo José Cela: Caminos inciertos. La colmena (con litografías de Eduardo Vicente), Viaje a la Alcarria (con fotografías de Karl Wlasak).

En esa época empieza a intensificarse la dedicación de Masats al cine y la televisión, y en particular sus obras de no ficción para la cadena estatal española, de modo que el siguiente libro no aparecería hasta 1984. Se trata de Madrid es más que Madrid, en el que sus fotografías acompañan textos del periodista Luis Carandell (1929-2002) y publica en su campaña de captación de turistas la Comunidad de Madrid (luego ese material se reciclaría una y otra vez con diversos títulos y formatos).

A partir de los años ochenta, coincidiendo con su salida de la televisión pública, establece una estrecha colaboración con la editorial Lunwerg, que por entonces empezada a dar sus primeros pasos (se había fundado en 1979), y empieza a publicar ya constantemente fotografías en color. De este modo, Masats haría algunos otros los trabajos editoriales, pero por entonces ya no existía una colección como Palabra e Imagen ni nada lejanamente similar, así que se trató sobre todo de libros más convencionales, muchos de ellos centrados en la capital de España (Madrid es más que Madrid, Un paseo por Madrid, El agua de Madrid, Del cielo a Madrid…) y a menudo con un marcado carácter propagandístico.

Fuentes:

AA.VV., «Ramón Masats, Iberia inédita», Los Olvidados, 2000.

AA.VV., «De vocación, fotógrafo» (entrevista), Minerva (Círculo de Bellas Artes de Madrid), 2008 (entrevista realizada en1999).

Eva María Contreras, «Ramon Masats: “Me gustan los tópicos”» (entrevista), Baobab, núm. 6 (6 de enero de 2001).

Luismi Romero Carrasco, «Fotografía española contemporánea (22): Ramon Masats: tópicos e ironía al servicio de la ironía», Rinconete, 5 de mayo de 2021.

Publio López Mondejar, Ramón Masats, magia y realidad, Centro Virtual Cervantes.

José Ángel Montañés, «El buen ojo de Ramon Masats», El País, 7 de mayo de 2017.

Esther Tusquets, Confesiones de una editora poco mentirosa, Barcelona RqueR, 2005.

La primera bibliotecaria en España y el impresor de su tesis doctoral

La madrileña Ángela García Rives (1891-¿1968?) fue la primera mujer en España que ingresó, como oficial de tercer grado, en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, el 26 de julio de 1913 y con destino inicial en el Instituto Jovellanos de Gijón, pero al año siguiente, tras un paso también breve por el Archivo General Central de Alcalá de Henares, aprobaba el concurso de ingreso en la Biblioteca Nacional de España (BNE), donde desarrolló toda su carrera hasta que el 12 de junio de1961 se jubiló. Allí coincidió con el poeta Manuel Machado (1874-1947), quien había obtenido plaza en Santiago de Compostela pero, gracias a sus influencias en el Ministerio, se la cambiaron por una en la BNE.

Su ingreso planteó una novedad en cuanto a los requisitos para acceder al Cuerpo. A diferencia de sus compañeros masculinos, a Ángela García le bastó presentar como mérito su historial académico para acreditarse, «por estar exenta por razón de su sexo del voto y del servicio militar», según consignaba el periódico Abc.

Ángela García había completado el bachillerato en el colegio Cardenal Cisneros y posteriormente cursó estudios de pedagogía en la Escuela Normal de Madrid y el Colegio Nacional de Sordomudos y Ciegos, antes de ser una de las primeras mujeres en completar la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, donde fue compañera de Claudio Sánchez Albornoz (1893-1984) y donde, mientras trabajaba ya en la BNE, se doctoraría con una tesis titulada Felipe VI y doña Bárbara de Braganza (1748-1759). Apuntes sobre su reinado, según cuyo pie editorial se imprimió en «Madrid, Imprenta y Encuadernación de Julio Cosano, sucesor de Ricardo F. de Rojas, Torija, 5, teléfono 316, 1917», publicada en un formato de 14,5 x 22,5 y acompañado de diversas páginas con reproducciones de grabados de la época tratada.

Julio Casano no era un impresor cualquiera, si bien por aquel entonces, centrado en la impresión y encuadernación de material docente y científico, era sobre todo conocido por su infatigable labor en favor de la formación de tipógrafos, pues ya en 1909 había publicado un artículo importante en esta materia, «Las escuelas profesionales», en el número 37 de El Obrero Gráfico.Tipografía. Litografía. Fotograbado. Encuadernación (1 de marzo de 1909); más adelante, en los años veinte, consta como uno de los profesionales que contribuía económicamente al mantenimiento de la Escuela de Aprendices Tipógrafos promovida por el sindicalista socialista Antonio García Quejido (1856-1927), en la que fue además docente.

En el momento en que se ocupó de la tesis de García Rives, hacía poco tiempo que había empezado a hacerse cargo de una publicación históricamente importante, el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, tomando así el relevo en estas tareas de «Imprenta y Fotograbado de Enrique Rojas» (mayo 1899-abril de 1901) e «Imprenta de Ricardo F. de Rojas» (mayo de 1901-abril de 1916). Y ese mismo 1917 sale de sus prensas, por ejemplo, Tres revoluciones. Apuntes y notas (Las Juntas de Defensa. La Asamblea Parlamentaria. La huelga), del historiador catalán Ferran Soldevila (1894-1971), hermano del célebre escritor Carles Soldevila (1892-1967). También ese año empieza a aparecer con pie editorial de Julio Cosano el extenso anuario unipersonal que Ferran Soldevila venía publicando desde 1895, El Año Político. Ese primer número había aparecido como elaborado en la Imprenta de Enrique Fernández de Rojas (domiciliada en plaza de los Montenses, 24, y calle del Rosal, 2), pero el inmediatamente anterior se publicó con pie de Ricardo F. de Rojas, en la calle de Torijas, 6.

También es interesante, del año siguiente (1919), el volumen ilustrado Retratos del Museo del Prado. Identificaciones y rectificaciones, de Juan Allende Salazar (1882-1938) y Francisco Javier Sánchez Cantón (1891-1971), este último autor años más tarde, en Archivo de Arte y Arqueología (núm. 33, 1937), de «Noventa y siete retratos de Felipe III por Bartolomé González», escrito a cuatro manos con el pintor y poeta José Moreno Villa (1887-1955), y encargado del traslado de las obras del Museo del Prado cuando durante la guerra civil  española corrieron riesgo como consecuencia de los bombardeos de la aviación franquista. El interés de esta obra impresa por Cosano reside, además de en la importancia de sus autores y en el largo periodo en que se mantuvo como título de referencia para los historiadores del arte español, en el hecho de haber sido galardonado por la Junta de Iconografía Nacional.

Ya en los años veinte empezó Cosano a hacerse cargo, en colaboración primero con La Lectura y luego con Espasa-Calpe, de los sucesivos volúmenes de las obras completas de Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), continuidad lógica de su labor de impresión del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza. Y en la misma línea cabe situar más adelante las impresiones para el Museo de Instrucción Pública (luego Museo Pedagógico Nacional), una de las primeras instituciones creadas por la Institución Libre de Enseñanza, como es el caso, por ejemplo, de La escuela unificada, del pedagogo Lorenzo Luzuriaga (1889-1959), quien en su exilio bonaerense, además de traducir profusamente del alemán, dirigiría la Colección Pedagógica de la editorial Losada, crearía la influyente Revista de Pedagogía y formaría parte del consejo de dirección de la revista Realidad. Revista de Ideas (diecisiete números entre 1947-1949), junto a Amado Alonso (1896-1952), Guillermo de Torre (1900-1971), Eduardo Mallea (1903-1982) y Francisco Ayala (1906-2009), entre otros.

Ya en los años treinta, se ocupó Cosano de imprimir el libro Alice Pestana (1860-1929). In Memoriam, editado por su viudo, el pedagogo de la Institución Libre de Enseñanza  Pedro Blanco Suárez, y publicado en 1931, así como la conferencia dada por el cirujano José Goyanes Capdevila (1876-1964) con motivo de la Fiesta del Libro en abril de 1934, La sátira contra los médicos y la Medicina en los libros de Quevedo, que probablemente esté de algún modo vinculada a la impresión de volúmenes de discursos inaugurales de curso para la Real Academia de Medicina y con la de títulos como la Topografía médica del término municipal de Sobrescopio (1932), de José María Jové y Camella, pero la pista de Cosano se pierde durante la guerra civil española de 1936-1939.

Por su parte, Ángela García Rives no legó una obra escrita cuantiosa, si bien en fecha tan temprana como 1907 La Escuela Moderna. Revista pedagógica y administrativa de primera enseñanza ya registra un artículo con su firma con el título «Trabajos escolares». Posteriormente publicó en dos partes un extenso artículo de investigación histórica, «Clases sociales en León y Castilla (siglos X-XIII)» en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, en 1920, al que siguieron en la misma cabecera «Algunas observaciones acerca de la adquisición de obras en la Biblioteca Nacional» y «Servicio de obras obscenas en la Biblioteca Nacional. Comunicación a la Asamblea de 1923».

Si poco o nada se sabe de Julio Cosano durante la guerra civil española, en cambio García Rives figura entre quienes en la inmediata posguerra testificaron durante el proceso de depuración llevado a cabo por la Dirección General de Seguridad contra su compañera en la Biblioteca Nacional, biógrafa e historiadora Luisa Cuesta Gutiérrez (1892-1962), una de las primeras profesoras universitarias españolas, que fue cesada y no se pudo reincorporar hasta 1945.

Ya en los años cincuenta García Rives figura como coautora, con María Luisa Poves Bárcenas, de las ponencias «La unificación de nuestras reglas de catalogación con las de los demás países» y «Lista de encabezamientos de entidades oficiales españolas» en el I Congreso Iberoamericano y Filipino de Archivos, Bibliotecas y Propiedad Intelectual (octubre-noviembre de 1952), y al año siguiente publica en la ya mencionada Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, en colaboración con el periodista y bibliotecario carlista Guillermo Arsenio de Izaga y Ojembarrena (1885-1951), «En torno a las instrucciones de catalogación (encabezamientos especiales y otros elementos de la cédula: modificación de algunas reglas)».

Aun así, quizá mayor interés tiene su participación en la obra colectiva dirigida por el musicólogo y bibliógrafo Jaume Moll (1926-2011) Instrucciones para la catalogación de obras musicales, discos y películas, publicado por la valenciana Tipografía Moderna en 1960 como volumen 49 de los anejos del Boletín de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas.

Fuentes:

Gema Hernández Carralón, «La Eva bibliotecaria: Ángela García Rives, primera bibliotecaria española (1913)», Blog de la Biblioteca Nacional de España, 7 de marzo de 2013.

Francisco Luis Martín, «Dos experiencias socialistas de Formación Profesional en el primer tercio del siglo XX. Las escuelas de aprendices de tipógrafos y de aprendices metalúrgicos», Historia de la Educación, 11 de marzo de 2010, pp. 233-253.

Carmen Morales Sanabria, «La mujer en las ciencias de la documentación», Clip núm. 76 (julio-diciembre de 2017).

Jon Zabala Vázquez, «La presencia femenina en la documentación», en Magdalena Suárez Ojeda, coord., Género y mujer desde una perspectiva multidisciplinar, Madrid, Fundamentos, 2012, vol. I, pp.99-120.

Un episodio ¿turbio? en la trayectoria del editor y traductor Ricardo Baeza

Del muy versátil intelectual español Ricardo Baeza (1890-1956) se ha destacado a menudo las muy diversas maneras en que a lo largo del siglo XX se convirtió en uno de los principales introductores de las corrientes culturales europeas más importantes, ya fuera en su vertiente de prolífico y pionero traductor de Wilde, D’Annunzio, Shaw o Pirandello, como empresario, director y crítico teatral o como editor en Minerva, miembro del «comité selectivo» de la colección Clásicos Jackson (donde firmó varias antologías) y director literario de la Biblioteca Emecé de Obras Universales y de Los Grandes Músicos de la editorial Schapire.

Ramón Gómez de la Serna (1888-1963).

Ya mientras cursaba el bachillerato (1909-1910) empezó Baeza a traducir para la revista fundada por Javier Gómez de la Serna Prometeo, de cuya dirección literaria se ocupaba su hijo Ramón Gómez de la Serna, a la sazón compañero de estudios de Baeza. Se han contabilizado treinta y seis traducciones suyas en esta revista entre 1909 y 1911, pero además ya ese mismo 1909 aparecía su primera traducción en forma de libro, en la madrileña Imprenta El Trabajo: la tragedia La ciudad muerta, de Gabrielle D’Annunzio (uno de sus autores dilectos y de los que más traducciones firmaría en años sucesivos). En los catorce años siguientes, hasta 1923, aparecerían unos ochenta libros traducidos por Baeza, quien sin embargo encontraba también tiempo para fundar en 1916 una editorial (Minerva) en asociación con los hermanos Calleja, colaborar con las revistas La Correspondencia de España (1918) y España (1919-1922), montar la compañía teatral Atenea (que debutó en el Teatro Princesa el 29 de septiembre de 1919) o cubrir la corresponsalía del periódico El Sol en Londres.

Uno de los primeros libros de Minerva, La hija de Iorio.

En el periódico El Sol se publicaron algunos textos de Baeza tan importantes e influyentes en su tiempo como «En torno al problema del teatro» (entre octubre de 1926 y enero de 1927) o más adelante, a finales de 1928, una interesante serie sobre la labor e importancia del traductor: «El espíritu de internacionalidad y las traducciones» (2 de octubre), «Traduttore: traditore» (9 de octubre), «El traductor como artista», (13 de octubre), «Literalidad y literariedad» (26 de octubre) y «La pérfida errata y el traductor sin imaginación» (15 de noviembre de 1928). Por el camino, había vuelto a asumir la dirección artística de una nueva compañía teatral, la de Irene López Heredia y Ernesto Vilches, que se estrenó el 7 de abril de 1928 en el Poliorama de Barcelona con una obra traducida por el propio Baeza, Un marido ideal, de Oscar Wilde, y todo ello sin dejar de mandar colaboraciones a la bonaerense El Hogar y a las españolas La Gaceta Literaria, Índice o Revista de Occidente ni, por supuesto, dejar de ver como aparecían editadas nuevas traducciones suyas.

De 1929 es su compilación de artículos Clasicismo y romanticismo (CIAP), de 1930 su libro sobre la experiencia en Irlanda La isla de los santos (CIAP), y del año siguiente Bajo el signo de Clío (Ulises), pero también por esas fechas cruzan e Atlántico algunas cartas que pueden contribuir a explicar la asombrosa cantidad de traducciones que Ricardo Baeza llevaba firmadas cuando apenas había cumplido los cuarenta años.

Quienes han estudiado la labor de Ricardo Baeza a menudo han pasado de puntillas ─o incluso vuelan─ sobre una declaración un poco escandalosa de Álvaro Mutis (1923-2013) que se publicó en 1978 en un libro de homenaje al escritor, traductor y diplomático también colombiano Jorge Zalamea (1905-1969): «corren por ahí las magistrales traducciones hechas por Zalamea de El negro del «Narcissus» y La línea de la sombra, de Joseph Conrad» (en Juan Gustavo Cobo, ed., Literatura, política y arte, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura-Editorial Andes, 1978).

Montaner y Simón publicó en 1931 una edición de La línea de la sombra. Una confesión, que en la portada atribuye la «Traducción y nota Premilinar» a Ricardo Baeza (esa misma traducción circuló muchísimo en España en los años ochenta en la colección El Libro Amigo de Bruguera). En cuanto a El negro del «Narcissus», lo publicó también Montaner y Simón al año siguiente, según se indica, en «Traducción del inglés de Ricardo Baeza», y en los años ochenta fue Seix Barral quien lo movió profusamente en la Península.

La confirmación de lo expuesto por Mutis se encuentra en el epistolario de Jorge Zalamea recuperado por Andrés López Bermúdez, que permite además conocer hasta qué punto se agravaron las dificultades económicas de los diplomáticos colombianos como consecuencia del crack de 1929. Así, en agosto de 1930 escribe Zalamea a su amigo también escritor José Restrepo Jaramillo (1896-1945): «Gracias a Ricardo Baeza y al sacrificio casi total de mi propia obra, gano con qué comer», a lo que añade un poco más adelante: «Ricardo [Baeza] me ha dado muchas traducciones, pero todas terriblemente difíciles y mal pagadas […] Las [traducciones] de D’Annunzio y alguna de Conrad y otras cosillas que he hecho, las firmará Baeza, artificio que empleamos para lograr mejor precio».

Podemos deducir de ello –pero no es la única posibilidad– que Ricardo Baeza, sirviéndose de su prestigio, se prestaba a que las traducciones que hacía su buen amigo colombiano se publicaran bajo su propio nombre para que de este modo se las pagaran un poco mejor (aunque de todos modos a Zalamea le siguiera pareciendo un trabajo muy poco rentable). En cualquier caso, a diferencia de lo señalado por Mutis, Zalamea se refiere ya no sólo a dos novelas de Joseph Conrad, sino a traducciones (en plural) de D’Annunzio y, además, a «otras cosillas» que ha hecho y que sin más datos es imposible identificar con precisión. Sin embargo, eso permite poner en duda que otras traducciones publicadas en esos años con la firma de Baeza las escribiera realmente el autor de tan interesantes ensayos en El Sol sobre la labor del traductor, pero el mencionado epistolario deja aún algunas otras perlas:

Más de cuatro mil cuartillas del tamaño de estas llevo escritas en cinco meses. He aprendido el italiano para traducir esas horribles novelas de D’Annunzio que no tienen para mí otro halago que las 750 pesetas que me pagan por tomo (hago cada novela en 25 días) y traduzco a [Dmitri] Merejkovsky del francés. Algunas de este saldrán con mi nombre en estos días. […] Es materialmente imposible pretender que yo escriba una línea de La doble visita después de traducir treinta páginas de El placer o El triunfo de la Muerte [obras ambas de D’Annunzio].

Como sabiamente recomendaba Jack El Destripador, vayamos por partes:

Jorge Zalamea en su exilio bonaerense.

La doble visita era la novela que estaba escribiendo Zalamea cuando en 1929 llegó al puerto de Barcelona, y de la que, pese a haber aparecido ya algunos fragmentos en el periódico de Bogotá El Tiempo, nunca llegó a publicarse una versión completa.

Sobre los mencionados libros de D’Annunzio, tanto de El placer como de El triunfo de la Muerte existían traducciones al español desde 1900, publicadas por la barcelonesa Maucci y llevadas a cabo por Emilio Reverter Delmos y T. Orts Ramos, respectivamente, y no he sabido hallar ninguna edición en la que figure como traductor de estos libros ni Zalamea ni Baeza.

En cuanto a la obra de Dmitri Merezhkovski (1886-1941), Espasa-Calpe venía publicándolo en rápida sucesión, ya desde unos pocos años antes. En 1930 aparecieron en esta editorial las traducciones de Tutankhamen en Creta: El nacimiento de los dioses (con traducción y prólogo firmados por Ricardo Baeza), El misterio de Alejandro I (traducida por Jorge Zalamea y prologada por Ricardo Baeza) y El fin de Alejandro (fimada por J. Zalamea). Añádase como curiosidad, que Luis Antonio Esteve recuperó en su tesis una reseña de la primera de estas obras, publicada en El Pregón el 22 de enero de 1931 firmada por Manuel Culebra, que no es otro que quien llegaría a hacerse famoso como Manuel Andújar.

Años más tarde, cuando, exiliados ambos, volvieron a coincidir en Buenos Aires, Baeza facilitó a su amigo colombiano el contacto con los círculos de Sur y con las principales editoriales argentinas, pero para entonces Zalamea ya se había creado un muy sólido prestigio como traductor, gracias sobre todo a la publicación en la editorial mexicana Costa-Amic de su versión de Elogios y otros poemas de Saint-John Perse (Marie-René-Alexis Saint-Leger Leger, 1887-1975) en 1946. De todos modos, lo seguro es que seguimos aún hoy leyendo traducciones falsamente atribuidas a Baeza y que, caso de haberlas, no sería Zalamea quien cobrara regalías por las sucesivas reediciones de estas traducciones, sino Baeza o sus herederos. Por no hablar de los derechos morales.

Fuentes:

Retrato de Ricardo Baeza en Buenos Aires.

Ricardo Creus «Ricardo Baeza y la difusión de la cultura europea en España (1909.1936)», Artes del Ensayo. Revista Internacional sobre el ensayismo Hispánico, núm. 2 (2018), pp. 47-62.

Francisco Díez de Revenga, «Rafael Alberti y Gerardo Diego, traductores de un mismo volumen de dramaturgos áureos», Monteagudo, núm. 19 (2014), pp. 17-192.

Jorge Fondebrider, «Un traductor español que vivió en Argentina», Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, 17 de noviembre de 2009.

Iker González-Allende, «Semblanza de Ricardo Baeza Durán (1890- 1956)». En Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2016.

Olga Glondys, «Ricardo Baeza», en Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario biobobliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento-Gexel (Biblioteca del Exilio), 2016, vol. I, pp. 260-265.

Germán Loedel Rois, Los traductores del exilio español en Argentina, tesis doctoral, Universitat Pompeu Fabra, 2012.

Andrés López Bermúdez, Jorge Zalamea. Enlace de dos mundos. Quehacer literario y cosmopolitismo (1905-1969), Bogotá, Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad de Rosario (Colección Textos de Ciencias Humanas), 2014.

Consuelo Triviño Anzola, «Federico García Lorca y Jorge Zalamea, un viajero colombiano en España», Actas del Encuentro Internacional Lorca: Viajero por América, Centro Virtual Cervantes.

Juan Jesús Zaro, «Los “Clásicos Jackson” y la traducción», El Trujamán, 24 de mayo de 2017.

Antonio Machado y algunas ediciones raras

Tanto la primera como las últimas obras que vio publicadas en vida Antonio Machado (1875-1939) tienen algunas singularidades dignas de mención.

En 1903 aparecía de la Imprenta A. Álvarez (con sede en la calle Barco, 20), la primera edición de las Soledades (Poesías), un volumen de 112 páginas con un formato de 11 x 16,5 cm, que reunía obra publicada previamente en revistas (Electra, Revista Ibérica) y sin un sentido orgánico muy trabado. Ese mismo año aparecía con pie de esa misma imprenta, por ejemplo, las Páginas sueltas con las que también se estrenaba como autora de libros M. Pilar Contreras de Rodríguez (1861-1930).

Según se indica en la contrabierta, el libro de Machado se insertaba en una Colección de la Revista Ibérica, de la que todo parece indicar que fue el único número publicado. Dirigida por Francisco Villaespesa (1877-1936) y con Pedro González Blanco (1879-1961) como jefe de redacción y el dibujante barcelonés Ricardo Marín (1874-1955) como ilustrador, esta efímera Revista Ibérica —heredera en cierto sentido de Electra—había desaparecido ya en 1903, después de la aparición quincenal de sus cinco números entre el 20 de junio y el 30 de septiembre de 1902 (con textos de Francisco Giner de los Ríos, Juan Ramón Jiménez, Jacinto Benavente, Valle-Inclán), y nadie parece haber aclarado si se propuso convertirse en editora de libros y fracasó o bien había iniciado el proceso de publicación de las Soledades machadianas antes de desaparecer.

En cualquier caso, al año siguiente apareció en Barcelona una edición idéntica (¿acaso empleando las mismas planchas y con un papel idéntico?) presuntamente impresa por Valero Díaz y publicada por Lezcano y Cía Editores —cuya especialidad era la literatura erótica—, como tercer número de la Colección de Escritores Jóvenes que se había estrenado con Amores, del narrador y periodista cántabro Ramón Sánchez Díaz (1869-1960). En realidad, todo induce a pensar que esta segunda edición de las Soledades era un reentape de la misma edición con el propósito de aumentar unas ventas que habían sido más bien magras.

Las Soledades, galerías y otros poemas (1907) los publicó ya una empresa editorial de cierto fuste, la Librería de Pueyo en su Biblioteca Hispano-Americana, y en 1919 iniciaba Machado su relación con sus más fieles editores, Calpe, que se ocuparon de la segunda edición de este libro en su Colección Universal.

Además de varias otras obras —Juan de Mañara en 1927, Poesías completas (1899-1925) y  Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel en 1928, Poesías completas (1899-1933) en 1933—, en los años finales de su vida Machado vio publicadas tres obras singulares vinculadas a Espasa-Calpe, empresa creada en 1925 como resultado de la fusión de las dos editoriales que le daban nombre.

De 1937, cuando tanto los talleres gráficos como la editorial habían sido asumidos por un comité obrero (que la subsumieron en la editorial Nuestro Pueblo) y sus fundadores se hallaban en zona nacional (en San Sebastián), es La Guerra (1936-1937), que aparece aún con pie de Espasa-Calpe en Madrid y cuya edición sorprende el contexto en que se lleva a cabo. Se trata de un volumen de 115 páginas con un formato de 17 x 24,5, muy cuidado en cuanto a la tipografía e impreso sobre papel de hilo de la casa Guarro, con una portada a dos tintas (azul y rojo). Una edición de lujo que Ian Gibson supone «apoyada oficialmente por las agencias de propaganda republicana».

Contiene La Guerra siete textos de Machado y cuarenta y ocho dibujos a pluma de su hermano José. Los textos, aparecidos previamente en las publicaciones que se indican son los siguientes y en este orden:

  • «Los milicianos de 1936», fechado en Madrid, agosto de 1936, y publicado por primera vez en la etapa valenciana de la revista Hora de España (núm. 8, agosto de 1937).
  • «El crimen fue en Granada», aparecido el 17 de octubre de 1936 en el periódico Ayuda y pocos días después en El Mono Azul y el murciano El Liberal.
  • «Apuntes», publicados con el título «Notas de actualidad» en el primer número de la valenciana Madrid. Cuadernos de la Casa de la Cultura (Valencia) en febrero de 1937.
  • «Meditación del día», salvo error, inédito hasta entonces.
  • «Carta a David Vigodsky» en el número de abril de 1937 de Hora de España (20 de febrero de 1937).
  •  «Al escultor Emiliano Barral», que es una versión corregida y aumentada del publicado en Nuevas canciones (Mundo Lartino, 1924).
  • «Discurso a las Juventudes Socialistas Unificadas», inédito si bien leído en Valencia el Primero de Mayo de 1937.

En el número de diciembre de 1937 de Hora de España (pp. 68-74), la escritora y filósofa María Zambrano (1901-1991) ya dedica una reseña a esta obra; «Sin melancolía y con austero dolor nos habla a lo más hondo de nosotros este libro, La Guerra, ofrenda de un poeta a su pueblo», escribe, sin aludir apenas a las obras en prosa. Esto debería bastar para fechar su publicación a finales de 1937, pero también cabe la posibilidad, incluso a la vista del contenido, que Zambrano leyera los textos antes de su edición en forma de libro (muchos de los cuales publicados precisamente en Hora de España), porque resulta un poco asombroso que no haga la más mínima mención ni a los dibujos de José Machado (1879-1958) ni a las llamativas características de la edición. Desconozco, sin embargo, si existe documentación que acredite o desmienta esa suposición, aunque el caso es que aún en 1937 Antonio Machado agradece por carta esta reseña.

Sin embargo, Andrés Trapiello da la siguiente explicación acerca de los motivos de que esta edición pasara tan desapercibida, pese a la reseña de una intelectual como Zambrano en una publicación tan leída como lo era Hora de España: «por razones que desconocemos, los editores nunca lo distribuyeron y sólo circularon algunos pocos ejemplares, causa de su extrema rareza. Al terminar la guerra, la edición completa, guardada en los almacenes de Espasa-Calpe en Madrid, fue destruida.»

De fechas muy cercanas tiene que ser La tierra de Alvargonzález y Canciones del Alto Duero, de nuevo ilustrado por José Machado, que compila el largo romance ya aparecido en 1933 en una edición a cargo de Manuel Altolaguirre (1905-1959) con un dibujo de Santiago Ontañón (1903-1989) y unas canciones de aire folcórico y tradicional («A un olmo seco», «Canciones de tierras altas» y «Canción de mozas»). Según el pie editorial, este volumen de 76 páginas y un formato de 11,5 x 15,5 se imprimió sobre papel basto en Barcelona en los Talleres Gráficos de la Editorial Ramón Sopena, colectivizada, y bajo el sello de Nuestro Pueblo, cuyo destino eran los combatientes en el frente, y Gonzalo Santonja subraya las tremendas tiradas que hacía esta editorial de este tipo de obras:

Los datos asentados en inventarios, actas notariales y diversos documentos de índole comercial certifican que Nuestro Pueblo ponía en circulación tiradas bastante superiores a las normalizadas con anterioridad a la guerra: diez mil ejemplares (frente a dos mil quinientos o tres mil), hasta veinticinco mil en casos como los de Sender (Contraataque), Valle-Inclán o Machado.

Sin duda, eso contribuye a explica que este volumen —aun sin contarse entre los más divulgados y, por supuesto, mucho menos los más representativos del autor— sea ampliamente más conocido que La Guerra.

Fuentes:

Edición digitalizada de La Guerra.

Jordi Doménech, «Machado vs. Espasa-Calpe», Ínsula, núm. 622 (octubre de 1988), pp. 26-27.

Ian Gibson, Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado, Madrid, Aguilar, 2006.

Fernando Larraz, «Política y cultura. Biblioteca Contemporánea y Colección Austral, dos modelos de difusión cultural», Orbis Tertius, vol. 14, núm. 15 (2009).

Jaume Pont, «Sobre La guerra de Antonio Machado», Abel Martín. Revista de Estudios sobre Antonio Machado, 1997.

Gonzalo Santonja, Los signos de la noche. De la guerra al exilio. Historia peregrina del libro republicano entre España y México, Madrid, Castalia (Literatura y Sociedad 76), 2003.

Suárez, Cristina Suárez, «Semblanza de Sociedad Anónima Espasa-Calpe (1925)» (2006), en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED: http://www.cervantesvirtual.com/obra/sociedad-anonima-espasa-calpe1925-semblanza/

Andrés Trapiello, Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), Barcelona, Destino (Imago Mundi 167), 2010.

María Zambrano, «La Guerra de Antonio Machado», Hora de España, núm. XII (diciembre de 1937), pp. 68-74.