El tipógrafo nazi madrileño que inventó el artóleo

En junio de 1930 se publicaba en diversos periódicos españoles un anuncio con el siguiente texto:

ARTÓLEO

Reproducciones artísticas de pinturas al óleo

Artóleo es una imitación de cuadros hecha por un novísimo procedimiento con patente de invención española número 102.895, que permite la reproducción de las pinturas en tal forma que da la sensación exacta del original pintado al óleo.

Los primeros artóleos que se han hecho son reproducciones de algunos de los más célebres cuadros del Museo del Prado, y muchas personas versadas en el arte, que los han visto, han quedado maravilladas de su perfección.

Como el precio de los a artóleos es poco elevado, no son solamente los adinerados los que pueden adquirirlos, sino que a todas las clases sociales les es posible adornar sus casas con ellos. Puestos en un marco adecuado no desmerecen en nada de las pinturas auténticas.

Al publicarse en el «Diario Monárquico» de Mahón El Bien Público, se añade: «Pueden adquirirse estos cuadros en la librería de Manuel Sintes Rotger, Plaza del Príncipe número 17, Mahón». En 1930, Manuel Sintes Rotger (sucesor de B. Fàbregues y M. Parpal) era una empresa de larga trayectoria que, además de al comercio de libros y a la venta de «objetos de escritorio y artículos de fantasía», ofrecía servicios de impresión y encuadernación. Así, por ejemplo, en esas fechas había publicado el libro de 240 páginas del capitán de infantería Francisco Rodríguez-Martín Fernández Hazañas que canta la Española Infantería. Himnario militar, se ocupaba de la impresión del periódico El Scout. Portavoz de la Patrulla del León (que a partir de abril de 1930 incorporaría como subtítulo «Boletín de los Exploradores de España en Mahón») y al final de la guerra civil española lo haría del efímero Arriba España. Diario Nacional Sindicalista (1939-1940), entre otras publicaciones de cariz semejante.

No obstante, en la primavera de 1930 ya hacía varios meses que el artóleo había hecho una intensa presentación en sociedad a través de la prensa, tanto local como nacional. En el periódico turolense Tierra Charra, por ejemplo, en febrero de ese año había aparecido, firmado sólo como X, un muy laudatorio artículo titulado «Sobre un maravilloso invento: Los artóleos del inventor Blass» que se inicia con las siguientes palabras (respeto la delirante puntuación del original):

Ya publicamos en nuestras columnas hace algún tiempo, un notable artículo del prestigioso publicista madrileño don Eduardo Navarro Salvador, en el que se hacía un elogioso comentario del brillante resultado obtenido por el artista señor Blass con su maravilloso invento denominado «Artóleo».

El escritor y militar profesional Eduardo Navarro Salvador (¿?-1939), germanófilo durante la primera guerra mundial, había colaborado en diversos periódicos y revistas conservadores y tradicionalistas (El Correo Español, El Siglo Futuro, Gaceta de los Caminos de Hierro, La Correspondencia de España, El Reformista Pedagógico…), a menudo abordando temas culturales y en particular de alfabetización, y es muy probable que el artículo al que se alude sea el mismo que en marzo de 1930 publica en el también turolense El Mañana.

En cuanto a «el inventor Blass», nada tiene que ver con el protagonista de la pionera novela del costarricense  Joaquín García Monge (1881-1958) El Moto, sino que alude a Joseph Blass Mayer (1873-1957), a quien el mencionado Navarro Salvador describe como un «culto y muy laborioso alemán que lleva muchos años de residencia en España» y como un «impresor de los de mayor fama de Madrid, y aun de España entera», cuya empresa (después de ubicarse en la calle de San Mateo) estaba por entonces situada en el colindante y muy pijo barrio de Salamanca (en la calle Núñez de Balboa, número 21). Por su parte, en «Tinta franquista al servicio de Hitler: La Editorial Blass y la propaganda alemana (1939-1945)», se define a Joseph Blass como «uno de los principales artífices de toda la producción propagandística y cultural en defensa de los valores nazis en lengua castellana». Y es que una cosa no quita la otra.

Logo de la Editorial Blass.

Blass llegó a España cuando en 1899 el director de Abc, Torcuato Luca de Tena Álvarez Ossorio (1861-1929), lo reclutó para que se pusiera al frente de la parte gráfica de la revista Blanco y Negro, trabajo que desempeñó hasta que en 1903 creó su propio taller impresor. Cuatro años después de arrancar su propio negocio ya estaba en condiciones de imprimir por lo menos parte de las enormes cantidades de ejemplares (alrededor de 50.000) que tiraba la exitosa publicación periódica El Cuento Semanal propiedad de Antonio Galiardo y dirigida por el novelista de origen cubano Eduardo Zamacois (1873-1971) y que, en palabras de Gonzalo Santonja, «dio origen al impresionante aluvión de novelas cortas de autores españoles, de bajo precio y distribuidas en quioscos de prensa, que constituyó el fenómeno editorial y literario más relevante de aquellos años». A raíz del suicidio de Galiardo en 1908, Blass se convirtió en socio de Zamacois en la publicación que intentó dar continuidad a este proyecto, Los Contemporáneos, cuyo primer número está fechado en primer día de 1909.

Pruebas del prestigio que alcanzó Blass en el ámbito del papel impreso son por ejemplo que en 1911 se le eligiera para clausurar el Primer Congreso Nacional de las Artes del Libro o que en 1914 fuera el representante del gremio de tipógrafos en la Exposición Internacional de las Artes Gráficas y de la Industria del Libro de Leipzig (donde mostró diversos impresos, catálogos y libros y obtuvo un Gran Premio).

En cuanto concluyó la primera guerra mundial, el Gobierno alemán le concedió la Cruz de Hierro ‒una condecoración militar, si bien ocasionalmente concedida a civiles por prestar servicios militares‒, gracias a la cantidad de folletos propagandísticos anglófobos generados en Alemania que Blass había puesto en circulación en España, entre los que el más famoso es Alerta, marineros españoles (1916), así como de algunos libros entre los que destaca El pensamiento y la actividad alemana en la guerra europea (1915), del economista y diputado por la Unión Valencianista Vicente Gay (1876-1949), quien en 1934 publicaría en Bosch  La revolución nacionalsocialista y al año siguiente, también en Bosch, Madre Roma. Para entender el estado autoritario y totalitario, antes de hacerse famoso por considerar el campo de Dachau «un verdadero establecimiento educativo».

En los años treinta la Imprenta Blass publicó, entre otras obras inesperadas, la primera edición de Fábula y signo (con pie de imprenta del 14 de abril de 1931), de Pedro Salinas (1891-1951), publicado bajo el sello de Plutarco, así como Los nuevos artistas españoles (1932), con veinticuatro reproducciones de obras y texto de Benjamín Palencia (1894-1980), las traducciones de Rafael Alberti (1902-1999), Manuel Altolaguirre, Mariano Brull (1891-1956), Jorge Guillén y Salinas que conformaron Bosque sin horas (1932), de Jules Supervielle (1884-1960) o, por encargo de la Cámara Oficial del Libro de Madrid, el volumen de Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) con que se celebró la Fiesta del Libro de 1936.

Paralelamente, y por lo menos desde 1919 (de ese año es Notas sobre la cacería en el África oriental inglesa, del duque de Medinaceli), Blass había seguido actuando como sello editorial (en muchos casos como Blass y Cía), que se intensificaría durante los años de la segunda guerra mundial, con un carácter y orientación muy evidente.

A la empresa de Joseph Blass cupo el dudoso honor de la publicación de la edición facsimilar del célebre parte oficial de guerra firmado en Burgos por Franco el 1 de abril de 1939, con el membrete del Cuartel General del Generalísimo Estado Mayor. Y en los primeros años de la posguerra publicó libros como, por ejemplo, La paz que quiere Hitler (1939), de Federico de Urrutia (1907-1988), Recordación de José Antonio (1939), de Eugenio Suárez (1919-2014) o Blasón, versos de la cárcel (1940), de José Díaz de Quijano Garcíabriz (1890-1943). No es de extrañar que se convirtiera en uno de los puntales de la propaganda nazi en España.

Fuentes:

Marició Janué Miret, «Relaciones culturales en el «Nuevo orden»: la Alemania nazi y la España de Franco», Hispania, LXXXV/251 (diciembre de 2015), pp. 805-832.

Antonio César Moreno Cantano y Mercedes Peñalba Sotorrío, «Tinta franquista al servicio de Hitler: la editorial Blass y la propaganda alemana (1939-1945)», RIHC. Revista Internacional de Historia de la Comunicación, núm. 12  (2019), pp. 344-369.

Gonzalo Santonja, La novela revolucionaria de quiosco 1905-1939, Madrid, La Productora de Ediciones El Museo Universal, 1993.

Literatura «de quiosco», «revolucionaria», editoriales «de avanzada»…

Al igual que la «literatura de cordel» o el «folletín», existen y empleamos habitualmente algunas categorías que –tradicionalmente o por lo menos en su origen– han sido fronterizas entre la descripción de los principales rasgos de los texto, por un lado, y su soporte, su forma de distribución o incluso sus puntos de venta principales por el otro, como es el caso por ejemplo de la literatura de quiosco, que tal vez para generaciones distintas alude a un tipo de novelas, relatos o textos de divulgación sensiblemente distintos (sicalípticas, de literatura juvenil, de relatos del oeste, etc.).

Eduardo Zamacois (Pinar del Río, Cuba, 1893-Buenos Aires, 1971).

En un libro panorámico centrado en la literatura revolucionaria (otro término conflictivo) publicada con destino a este sistema de venta, y titulado como no podía ser de otra manera, La novela revolucionaria de quiosco (1905-1939), Gonzalo Santonja rescató de las tan poco leídas memorias de Eduardo Zamacois (1873-1971) su testimonio acerca de los avatares del que suele considerarse el primer ejemplo de este género, subgénero o categoría literaria, El Cuento Semanal. Previamente, Alfonso Sastre (n. 1926) se refiere en el prólogo a este libro a la «fórmula Zamacois», pero el caso es que en realidad esta tardó en encontrar la financiación y la infraestructura necesaria para poder ponerse en marcha. La visionaria idea de una colección de muy bajos coste, de libros muy breves, ilustrados, de periodicidad semanal y cuyos potenciales lectores, no necesariamente habituales de las librerías, pudieran encontrar en puntos de venta que frecuentaban para otros menesteres fue rechazada sucesivamente por Ramón Sopena (1869-1932), Gregorio Pueyo (1860-1913) y también por el filósofo y periodista de origen cubano José del Perojo (1850-1908), de Mundo Nuevo, antes de que, gracias a la participación como inversor del también periodista Antonio Galiardo (en agradecimiento a su entrada en el periódico La Publicidad, merced a la intervención de Zamacois), pudiera convertirse en realidad esta colección, que se estrenó el primer día del año 1907 con Desencanto, del escritor y pintor Octavio Picón (1852-1923), quien por aquel entonces tenía a sus espaldas ya una formidable obra como narrador de títulos más o menos inequívocos (La hijastra del amor, 1884; La honrada, 1890; Dulce y Sabrosa, 1891; Drama de familia, 1903…).

El contenido del libro de Santonja es fiel al título que figura en la portada de la primera edición –por cierto: no coincidente con el de la cubierta, que a su vez sí coincide con el subtítulo de una edición del año 2000 SIAL Ediciones–, «Notas para la historia de la novela revolucionaria de quiosco en España (1905-1939)», pues en este breve volumen el autor se centra en unos cuantos casos muy significativos de esta «categoría» o «subcategoría» literaria: El Cuento Semanal de Zamacois, La Novela Roja de Fernando Pintado, La Novela Ideal de la familia Montseny, La Novela Política de Prensa Gráfica, La Novela de Hoy de Artemio Precioso (1891-1945) y unos pocos más, así como en algunas iniciativas nacidas anejas a este tipo de ámbitos editoriales, como es el caso en particular de ciertas novelas de autoría colectiva.

La relativa insatisfacción que pudiera tener el lector interesado en esta materia procede precisamente de ese carácter de notas un poco inconexas, valiosas y útiles en sí mismas pero que constituyen una serie de capítulos escasamente engarzados o articulados para dar respuesta a las preguntas implícitas que se derivan de la lectura del libro.

Pero más allá de quedar esa historia de la literatura revolucionaria en una eterna promesa de la que sin embargo han ido llegando aproximaciones parciales (muchas de ellas del propio Santonja, que recupera fragmentos de este texto en otros títulos y artículos suyos, pero también debidas a José Carlos Mainer, José Esteban, Marisa Siguán, Amelina Correa Ramón y Martínez Arnaldos, entre otros), uno de los mayores intereses de este tipo de aproximaciones es, además de ofrecer listados de las obras publicadas (muy útiles en ausencia de catálogos) y de aportar cuantiosa información acerca del funcionamiento de empresas, obras y autores poco y mal conocidos (en ocasiones debido a la proliferación del empleo del anonimato y de seudónimos en esa época y en esos géneros), no limitarse al estudio de los textos, sino también a establecer los vínculos entre una determinada ideología, unos géneros literarios con unos rasgos bastante bien definidos (y deudores de unas tradiciones fácilmente identificables) y unos determinados sistemas de producción y distribución estrechamente relacionados si no deudores de la configuración de las empresas periodísticas, de la reestructuración de la industria papelera y de los avances y crecimiento de los servicios de impresión. En otras palabras, ofrecer una imagen que tienen tanto en cuenta el sistema editorial como el campo literario.

En realidad este breve libro de Santonja, reeditado en 2000 con diferente título, es una pieza más en la explicación del modo en que se concebía el libro en España en las primeras décadas del siglo XX que resulta indispensable para comprender mínimamente la eclosión posterior de las llamadas –probablemente mal llamadas– «editoriales de avanzada (Ediciones Oriente), cuyo objetivo central era la difusión de la literatura y el pensamiento social y revolucionario a finales de los años veinte y en la década de los treinta», en palabras de Martínez Martín, y cuyos protagonistas en muchas ocasiones ya se habían fogueado en labores editoriales o empresariales en estas mismas iniciativas de los primeros años del siglo.

Portadilla (página 5), con el título divergente, al que no le hubiera sobrado un acento.

Una de las claves para ofrecer a un precio asumible por el lector al que iban destinado estos libros es evidente que fue relegar los procesos de preimpresión (la corrección de galeradas, en particular) a un lugar muy secundario si no inexistente (y agravado además por una premura en el proceso que era más propia de la prensa que de la edición de libros), y de ahí las erratas y transposiciones de renglones de los que Santonja ofrece algunos ejemplos jugosos en este pequeño volumen. El riesgo cultural que estaban asumiendo alegremente esta serie de editores emprendedores, que Santonja no comenta ni el objetivo de su libro propicia, era acostumbrar a los nuevos lectores que indudablemente estaban haciendo aparecer este tipo de iniciativas a un tipo de ediciones adocenadas en las que tenía más importancia la elección de un título y unas ilustraciones llamativos que la corrección o incluso la legibilidad del texto. Y todo por la causa.

Dedicatoria, a José Esteban, que como inapropiadamente indica el folio corresponde a la página 7.

Es evidente, para desgracia del lector de nuestros días, que esa es una tradición editorial que en España sigue contando con entusiastas epígonos (aunque sus «causas» son muy distintas), si bien a veces se parapetan tras la coartada del más glamuroso adjetivo «independientes».

Gonzalo Santonja, La novela revolucionaria de quiosco, 1905-1939, Madrid, La Productora de Ediciones-El Museo Universal, 1993.

Fuentes adicionales

AA.VV., Monteagudo, núm. 12 (2007), monográfco dedicado al centenario de El Cuento Semanal.

Fernández Menéndez, Raquel (2015). «Semblanza de Gregorio Pueyo (1860-1913)». En Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED.

Manuel Martínez Arnaldos, Jesús A. Martínez Martín, «La edición moderna», en Historia de la edición en España, 1836-1936, Madrid, Marcial Pons, 2001, pp. 167-206.

Rivalan Guégo, Christine (2015). «Semblanza de Ramón Sopena López (1869- 1932)». En Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIXXXI) – EDI-RED.