Nona Fernández: trayectoria editorial previa a su internacionalización

En el regreso de Roberto Bolaño (1953-2003) a Chile en 1998, tras veinticinco años de ausencia y cuando en el país sólo eran fácilmente accesibles tres de sus libros ‒la edición en bolsillo de La literatura nazi en América (Seix&Barral, 1996), Estrella distante (Anagrama, 1996) y Llamadas telefónicas (Anagrama, 1997)‒, puede situarse, ni que sea simbólicamente, el primer destello de una impresionante pléyade de escritoras chilenas de la que forman parte Alejandra Costamagna, Lina Meruane y Nona Fernández, pero también Larissa Contreras, Paola Dueville, Andrea Jeftanovic, Marissa Colombara, Mariana Novoa Avaria, Marcia Álvarez-Vega, Flavia Radrigán, María Olivia Recart…

Roberto Bolaño en Chile.

El motivo del viaje de Bolaño ‒es sabido‒ fue la invitación que le hizo la revista Paula para que se incorporara a un jurado que debía seleccionar a los ganadores del premio que en 1968 instituyera Roberto Edwards en el seno de la Editorial Lord Cochrane, y que tras el silencio impuesto por la dictadura reemprendió en 1996 y contó con el apoyo de la Universidad Diego Portales y las Ediciones UDP. El propio Bolaño dejó constancia de diversos modos de ese viaje, aunque quizás el más conocido sean los «Fragmentos de un regreso al país natal», donde escribe explícitamente:

Ignoro si bajo la admonición de Gabriela Mistral, de Violeta Parra, de María Luisa Bombal o de Diamela Eltit, el caso es que hay una generación de escritoras que promete comérselo todo. A la cabeza, claramente, se destacan dos. Éstas son Lina Meruane y Alejandra Costamagna, seguidas por Nona Fernández y por otras cinco o seis jóvenes armadas con todos los implementos de la buena literatura. […] Las infantas, de Lina Meruane, y En voz baja y Ciudadano en retiro, de Alejandra Costamagna, son logros en sí mismos pero sobre todo son la promesa más firme de una literatura que no renuncia a nada. Las jóvenes escritoras chilenas escriben como demonias.

Nona Fernández.

Visto retrospectivamente, Bolaño demostró una vez más tener muy buen criterio. Sin embargo, varios de estos nombres ya habían coincidido sobre el papel. En 1994 una editorial grande como Grijalbo había publicado en Santiago de Chile Música ligera, en el que Antonio Skármeta prologaba una antología producto del taller que dirigió donde coincidían textos de Costamagna («Dedos para el piano»), Jeftanovic, María José Viera-Gallo, Marcelo Leonart, Marcia Álvarez-Vega, Francisco Ortega, etc., con el cuento «Lluvia roja», de Nona Fernández, quien al año siguiente obtenía con «Marsellesa», el premio único en el Concurso Municipal Gabriela Mistral que organiza la Municipalidad de Santiago de Chile.

En 1996 la independiente LOM Ediciones, que ya había empezado a publicar a autores del peso de Enrique Lihn (1929-1988) y las crónicas de Pedro Lemebel (1952-2015), daba a conocer en la colección Entremares una antología prologada por el escritor y editor de origen español Poli Délano (1936-2017) que recogía a los premiados en el Concurso Nacional de la Feria del Disco (Pasión por la música) y que ofrece algunas sorpresas. El mayor gancho de ese libro quizá fuese la inclusión de un cuento por entonces inédito en Chile de Luis Sepúlveda («My favourite things», recogido el año anterior en Desencuentros por Tusquets Editores), pero asombra la presencia del veterano Guido Eytel (1945-2018), a quien Alfonso Calderón (1930-2009) ya había incluido en su antología El cuento chileno actual (1950-1967), junto a un cuento titulado «Marion», firmado por una Paola Fernández Silones que no es otra que Nona Fernández.

En 1997 queda finalista del concurso de la revista Paula, en esa ocasión por el cuento «Blanca» ‒centrado en un personaje que reaparece más adelante en su novela Mapocho‒,  que se publica primero en una edición de los Talleres Literarios José Donoso de la Biblioteca Nacional (dirigido por Carlos Cerda), con «Emilia» y «Mara», y que se incluirá en la antología preparada por Marcelo Maturana para Alfaguara Cuentos extraviados (1997), donde Nona Fernández volvía a coincidir tanto con Costamagna (quien para entonces ya había publicado En voz baja en LOM) como con Francisco Ortega, Óscar Bustamante o Pablo Azócar, entre otros.

De 1998 es el libro, también en Alfaguara y prologado por Bolaño («Lecturas antes de volver a Chile»), en que se recoge el cuento de Nona Fernández «El Cielo» junto a piezas de Marissa Colombara, Larissa Contreras, Mauricio Electorat, María Olivia Recart, Luis López Aliaga y, entre otros, Francisco Peralta, ganador y cuyo relato da pie al título del libro, Queso de cabeza y otros cuentos. Escribe Bolaño acerca de «El Cielo» ‒que la autora ha caracterizado luego como «una búsqueda y experimentación con la escritura»‒ en el mencionado prólogo (incluido luego en A la intemperie):

«El Cielo», de Nona Fernández Silanes, es el primer texto salvaje de esta antología. Aquí entramos en una desmesura sin componentes megaliterarios, a tumba abierta, en donde cada minuto (y por lo tanto cada línea) es vital o mortal de necesidad. Y resulta curioso, al menos para mí, que los otros dos textos salvajes, «Somnium», de Larissa Contreras y «Caída del catre», de Marissa Colombara —cuyos nombres son semejantes—, también estén escritos por mujeres. Curioso y prometedor. De los tres, sin embargo, «El Cielo» es el que reúne los mayores riesgos. De hecho es uno de los mejores cuentos de este libro. Su escritura está siempre tensada al máximo.

No bastaron los elogios de un autor por entonces en el punto más álgido de su carrera (acababa de ganar el Herralde de Novela y el año siguiente obtendría el Rómulo Gallegos) para lanzar editorialmente a nivel internacional la obra de Nona Fernández, pero en mayo del año 2000 aparecía su primer libro, en una editorial marcadamente feminista creada por Marisol Vera: Cuarto Propio.  El libro en cuestión toma el título de uno de los siete cuentos que lo componen, El Cielo, y se incluye en la colección Huellas del Siglo, que formaba parte de la campaña de democratización de la lectura patrocinada por la Unesco, el periódico La Nación y el Ministerio de Educación, lo que conllevaba distribución muy poco usual para un primer libro de esas características.

Por entonces proliferan en Chile las antologías de cuentos, que desempeñan un papel muy importante para dar a conocer a todas estas autoras, y poco después sorprende la inclusión del cuento de Nona Fernández «Manu» (así como el de Flavia Radrigán «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos») en una compilación muy predominantemente realista, Ecos urbanos (2000) prologada por Marco Antonio de la Parra, publicada por Aguilar Chilena de Ediciones ‒luego reeditada por Alfaguara‒ y donde vuelven a encontrarse Costamagna, Jeftanovic, Leonart y López Aliaga.

El siguiente libro de Nona Fernández, Mapocho, publicado en 2002 por la omnipresente editorial Planeta, cambió muchas cosas, pero no enseguida. Ilustrativo de la suerte editorial de esta novela estremecedora es el comentario de Cristián Opazo en la Revista Chilena de Literatura dos años después de su aparición:

Mapocho ha pasado bastante inadvertida para la crítica y el público (solo ha sido reseñada por Sonia Montecino en la revista Rocinante [mayo 2002] y su primera y única edición ha sido relegada a las bodegas de las principales librerías de Santiago). No obstante, he querido llamar la atención sobre esta obra, pues considero que, desde su epígrafe (una cita a «La amortajada», de María Luisa Bombal) tiene la osadía de aventurarse en un diálogo (que, a veces, es también remedo) de aquellos textos que han sido institucionalizados por la ley, santificados por la Iglesia y tolerados por la tradición.

Ese mismo año 2004 (marcado en el ámbito hispánico por la publicación póstuma de 2666, de Bolaño) brindaba la posibilidad de leer a Nona Fernández en una antología solidaria con los afectados por el síndrome de Down, Uno en quinientos, preparada por Rodrigo Fuentes para Alfaguara y que incluye el cuento epistolar «Kinderkopjies» (donde de nuevo, como en Mapocho, las aguas «que va a dar a la mar», en expresión de Jorge Manrique, tienen un papel definitorio), junto a otros de Costamagna, Leonart, Andrea Maturana o Ignacio Fritz, pero también de autores más veteranos, como el cuentista y editor en Alfaguara Marcelo Maturana, Pía Barrios, Ramón Díaz Eterovic o Jaime Collyer.

Hasta tres años después ‒justo tras la llamada «revolución pingüina»‒ no aparecería la primera edición de Av. 10 de Julio Huamachuco (2007), con la que ganó de nuevo el Premio Municipal de Literatura de Santiago y publicó la editorial independiente Uqbar, fundada apenas el año anterior por Isabel Buzeta (con experiencia en Random House Mondadori, Norma y Grijalbo) y que se había estrenado con el dramaturgo y cineasta Benjamín Galemiri y con Santiago Elordi y prosiguió luego con Andrea Jeftanovic, Roberto Fuentes Morales, Óscar Bustamante o las obras de Isidora Aguirre (1919-2011). También en Uqbar apareció en 2008 la segunda edición de Mapocho.

En 2011, el mismo año en que Alejandro Zambra asienta en Formas de volver a casa (Anagrama) el término «literaturas de hijas», la editorial española Algaida publica Junta de vecinas. Antología de narradoras chilenas contemporáneas, en la que la escritora de origen chileno Claudia Apablaza reúne a Costamagna, Meruane, Jeftanovic, María José Navía, Leo Marcazzolo, Andrea Maturana, Carolina Melys y Nona Fernández. Esta última es designada por la Feria del Libro de Guadalajara de ese año como «uno de los veinticinco secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana» (con Carlos Oriel Wynter Melo, Francisco Díaz Klaasen, Pablo Soler Frost, etc.), y eso, coincidiendo luego con el nacimiento de la agencia literaria Ampi Margini, sí marcaría por fin el inicio de la internacionalización editorial de su obra. Hacía ya casi diez años desde que, más allá de antologías, había publicado su primer libro.

De izquierda a derecha: Nona Fernández, Diego Zúñiga, Alejandra Costamagna y Rafael Gumucio (Foto de Nicolás Ábalo).

Fuentes:

Lorena Amaro Castro, «Parquecitos  de  la  memoria:  diez  años  de  narrativa  chilena (2004-2014)». Revista Dossier, n.° 26 (2014), pp.35-41.

Roberto Bolaño, «Fragmentos de un regreso al país natal», Entre paréntesis, Barcelona, Anagrama, pp. 59-70.

Gustavo Carvajal, «Postmemoria y género: Hijas reescribiendo legados en “El lugar del otro”, de Pía Barros, y Fuenzalida, de Nona Fernández», Hispanic Research Journal, núm. 21 (2020), pp. 423-442.

Ricardo Ferrada, «La recursividad de la historia en Mapocho de Nona Fernández», Literatura   y   lingüística, n.° 33 (2016), pp.   149-168.

Javier García, «Crónica de un torturador la nueva novela de Nona Fernández» La Tercera, 30 de noviembre de 2016.

Pedro Pablo Guerrero, «Nona Fernández (entrevista)», Cuadernos Hispanoamericanos, noviembre 2022.

Esther Lázaro, «“La memoria es una especie de palimpsesto”. Entrevista con Nona Fernández (y Valeria Bergalli)», La Huella Digital, 21 de diciembre de 2018.

Gonzalo Maier, «Bruce  Lee  en  Chile:  ironía  y  parodia  en Fuenzalida de   Nona   Fernández», Symposium:   A Quarterly   Journal   in   Modern Literatures, vol.71, n.° 1 (2017),pp.38-49.

Cristián Opazo, «Mapocho de Nona Fernández: La inversión del romance nacional», Revista Chilena de Literatura, núm. 64 (2004), pp. 29-45.

Demian Paredes, «Nona Fernández (entrevista)», Izquierda Diario.es, 28 de febrero de 2015.

Macarena Urzúa, «Cartografía   de   una   memoria: Space   Invaders de   Nona Fernández   o   el   pasado   narrado   en   clave   de   juego», Cuadernos   de Literatura, vol. 21 n.° 42 (2017), pp. 302-318.

Luis Valenzuela Pardo, «Formas residuales en la narrativa de Nona Fernández», Mitologías Hoy. Revista de pensamiento, crítica y estudios literarios americanos, vol.º 17 (junio de 2018), pp. 181-197.