Primeros editores españoles de Edgar Allan Poe

La recepción e influencia en la literatura española de Edgar Allan Poe —que estudió español durante un año en la Universidad de Virginia— ha despertado un intermitente pero intenso interés entre los críticos e historiadores de la literatura del siglo XIX, y parece plenamente justificado, pues, según concluyó David Roas, «la principal novedad en el panorama fantástico de esta segunda mitad del siglo xix la debemos a la publicación y popularización en España de la obra de Edgar Allan Poe».

Edgar Allan Poe.

John Englekirk estableció como la primera traducción al español de un cuento del escritor estadounidense la publicada con el título «La semana de los tres domingos» en el número correspondiente al 15 de febrero de 1857 por la revista el El Museo Universal, fundada y dirigida por el grabador catalán Josep Gaspar i Maristany y cuyo director literario era entonces Nemesio Fernández Cuesta Picatoste (1818-18939  (luego lo sería Gustavo Adolfo Bécquer, desde  1866). Muy poco posterior es el famoso primer artículo publicado en España sobre Poe, firmado por Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891) en el número del 18 de agosto de 1858 de La ÉpocaEdgar Poe. Carta a un amigo»), en el que se anuncia ya la próxima aparición del primer volumen de textos de Poe. Tan conocidas como esta primera aparición en El Museo Universal son las ediciones en El Mundo Pintoresco de los cuentos «¿Quién es él? (Imitación de Edgardo Poe)» (1859) y «El gato negro: fantasía imitada de Edgardo Poe» (1859), ambas del poeta y bibliógrafo Vicente Barrantes (1829-1898), y «La verdad de lo que pasó en casa del señor Valdemar», vertida al español por el periodista y comandante de infantería Pedro de Prado y Torres.

Sin embargo, la primera edición en volumen aparece ya en 1858 en la Imprenta de Luis García (calle de San Bartolomé, 4), quien, además de la traducción de El piloto, historia marina, de Fenimore Cooper (1789-1851), acababa de publicar en su Biblioteca Literaria una edición aumentada de las Doloras de Ramón de Campoamor (1817-1901) y la polémica y exitosa tercera novela de Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), Espatolino (1858), que tantos problemas había tenido con la censura cuando apareció por entregas en la revista El Laberinto.

Esta mencionada primera edición de Poe en volumen, publicada en septiembre y titulada Historias estraordinarias [sic], que se presentan como «precedidas de un prólogo crítico biográfico del Doctor Nombela», se abre con «Dos palabras al público» en las que el periodista y escritor Julio Nombela (1836-1919) explica:

Encomendada a nuestro cuidado la dirección literaria de esta Biblioteca, y proponiéndonos desde luego dar a conocer en España las obras extranjeras más notables, nos ha parecido oportuno inaugurar esta serie que ofrecemos con las Historias estraordinarias de Edgardo Poe, colección de cuentos fantásticos que se distinguen por su originalidad, al mismo tiempo que por los profundos conocimientos científicos que encierran en cada una de sus páginas.

Los cuentos incluidos —que se ajustan más bien poco al criterio de «cuento fantástico» anunciado por Nombela—, lo hacen con los títulos «Singular historia de un tal Hans Pfall», «Doble asesinato» («The Murders in the Rue Morgue»), «El escarabajo de oro», «La carta robada» y «La verdad de lo ocurrido con el señor de Valdemar», todos ellos traducidos a partir de las celebérrimas versiones francesas de Charles Baudelaire (que los hermanos Michel Lévi acababan de reunir con los títulos Histoires extraordinaires y Nouvelles histoires extraordinaires en 1856 y 1857). Como reconoce el propio Nicasio Landa, también su prólogo depende muy estrechamente de la nota final de Baudelaire («Edgar Poe, sa vie et ses oeuvres», remedo a su vez de un artículo publicado en 1852 en la Revue de Paris), pero no así la elección de los títulos. Los cinco relatos publicados por Luis García aparecen en Histoires extraordinaires, pero esta se compone de trece títulos; en cambio, acaso para dar mayor atractivo comercial al volumen o quizás para completar el pliego, esta primera edición madrileña incluye un texto que nada en absoluto tiene que ver con el estilo de Poe: «Dicha y suerte, cuadro de costumbres populares», de Fernán Caballero (Cecilia Böhl de Faber,1796-1877), una novela de amor de tintes folklóricos que se había publicado en 1852 en Cuadros de costumbres populares andaluzas y que acaso se incluyera para dotar al libro de mayor atractivo comercial.

Casi inmediatamente después, aún en 1858, aparece el primero de los dos volúmenes que el impresor J. Martín Alegría preparó de narraciones de Poe, asimismo con el título Narraciones extraordinarias. Primera serie, con el que se estrenaba la colección Biblioteca de Viaje. También en este caso las traducciones procedían de las de Baudelaire, y tampoco en este caso el contenido se ajustaba a las compilaciones del poeta francés, pues tras una nota de presentación del autor en este caso se incluyen siete cuentos, ninguno de los cuales había recogido Nombela: «El barril de amontillado», «El demonio de la Perversidad», «Cuatro palabras con una momia», «Una bestia que vale por cuatro», «El corazón revelador», «Lo que son notabilidades» y «Enterrado vivo».

El segundo volumen (Historias extraordinarias. Segunda serie), quinto volumen de la Biblioteca de Viaje y fechado ya en 1859, lo ocupa casi por completo la narración titulada aquí «Viaje a la luna a despecho de la gravitación, la presión atmosférica y otras zarandajas. Aventuras sin igual de un tal Hans Pfaall», que sin que se sepa muy bien por qué hay quien ha considerado como un error de la portada al suponer que se trataba de dos títulos diferentes (cuando el volumen incluye un solo texto de Poe), en lugar de interpretar que con este título se alude a «The Unparalleled Adventure of One Hans Pfaall», en el que efectivamente el protagonista narra un viaje a la Luna y que se había publicado también alternativamente como «Voyage to the moon». No menos curioso resulta que esta narración de Poe se acompañe de «Soy, tengo y quiero», de Pedro Antonio de Alarcón, a no ser que venga a confirmar que para introducir con éxito en España las obras de Poe sus editores creyeran conveniente añadirles textos de autores españoles famosos.

F. Xumetra.

Surgidos ambos de la Imprenta de El Atalaya (que en 1859 había publicado un volumen de Cuentos, artículos y novelas de Alarcón) , estos dos libros no siguen el índice establecido por Baudelaire ni indican traductor, como tampoco lo hace el volumen que en 1863 reunió, con el título Cuentos inéditos, los que La Correspondencia Autógrafa había ido publicando por entregas en su Biblioteca de Instrucción y Recreo (que aparecía todos los días laborables e incluía cuatro obras y, según indicaba la publicidad, «una de ellas destinada a las madres de familia y otra a los niños»).

Tal vez sea la de E. Doménech Editor de Aventuras de Arturo Gordon Pynn (1863) la primera edición en forma de libro de Poe que indica claramente el traductor, A. de Rosas, que lo es también de la versión seriada que se había ido publicando en el Diario de Barcelona ese mismo año. También la edición en el Establecimiento Viuda e Hijos de Gaspar de El escarabajo de oro, ya en 1867, explicita este dato, pues se presenta en la portada como «traducida espresamente [sic] para la Biblioteca del Viajero por Emilio Domínguez».

Diez años después aparecería otra edición importante, la de Historias extraordinarias (1887) traducidas por Enrique Leopoldo de Verneuil en la Biblioteca de Artes y Letras de Daniel Crortezo, que incorporaba, además del prólogo de Baudelaire, ilustraciones de Ferran Xumetra Ragull (1865-1920), que se convirtió en poco menos que el especialista en narrativa fantástica de la colección de Cortezo (ilustró los Mil y un fantasmas de Dumas, a Hoffmann, etc.). Probablemente, pese a haber sido hecha a partir de la versión francesa, ha sido una de las más difundidas (en 2004, por ejemplo, aún la reeditaba la española Akal; en 2010, la argentina Losada, y en 1974 la mexicana Editora Nacional la había publicado con las ilustraciones originales de Xumetra).

Dibujo de F. Xumetra.

Fuentes:

Francisco Casanova, «Fermando Xumetra», Álbum Salón. Primera Iustración Española en Colores, 1903, pp. 235-245.

Juan José Lanero, Julio–César Santoyo y Secundino Villoria, «50 años de traductores, críticos e imitadores de Edgar Allan Poe (1857–1913)», Livius núm. 3 (1993), pp. 159–184.

Juan Gabriel López Guix, «Sobre la primera traducción de Edgar Allan Poe al español», 1611. Revista de Historia de la Traducción, núm. 3.

David Roas, «Difusión e impacto de las traducciones españolas de la narrativa fantástica de E. A. Poe en el siglo XIX», en Flavio García, Luciana Collucci, Marisa Martins Gama-Khalil y Renata Philippov, eds., Edgar Allan Poe: efemérides em trama, Río de Janeiro, Dialogarts, 2019, pp. 47-77.

David Roas, La recepción de la literatura fantástica en la España del siglo XIX, tesis doctoral, Departament de Filologia Espanyola de la Universitat Autònoma de Barcelona, 2000.

David Roas, «Prólogo» a El castillo del espectro. Antología de relatos fantásticos españoles del siglo XIX, Barcelona, Círculo de Lectores, 2002.

Javier Ortiz García, «La retraducción a examen. El caso de Edgar A. Poe en español», Meta. Journal des Traducteurs, vol. 65, núm. 2 (agosto de 2020), pp. 332-351.

Pedro Salinas. «Poe en España e Hispanoamérica», en Ensayos completos III, Madrid, Taurus, 1981, pp. 340-345.

La editorial de Daniel Cortezo como factor determinante en el proceso creativo de «La Regenta»

De 1885 es la primera edición de La dama joven, de Emilia Pardo Bazán (1851-1921), en un volumen prologado por la propia autora (fechado el 5 de septiembre de 1884 en La Coruña) y que incluye los relatos «La dama joven», «Bucólica», «Nieto del Cid», «El indulto», «Fuego a bordo», «El rizo del Nazareno», «La Borgoñona», «Primer amor», «Un diplomático», «Sic transit…», «El premio gordo», «Una pasión», «El príncipe Amado» y «La gallega».

Emilia Pardo Bazán.

Con dibujos de M[anuel] Obiols Delgado grabados por Thomás, e incluida en la muy prestigiosa colección Biblioteca de Artes y Letras, se trata del primer libro que publicó a Pardo Bazán el Establecimiento Tipográfico-Editorial de Daniel Cortezo y C.ª (con sede en el número 95 de la calle Ausiàs March de Barcelona), apenas un año después de la muy polémica La cuestión palpitante (impresa en Madrid a cargo de Victorino Sainz), que llevaba un prólogo de Leopoldo Alas (1852-1901).

A continuación, fue también la empresa de Daniel Cortezo la que se ocupó de las primeras ediciones de los libros de Pardo Bazán Los pazos de Ulloa. Novela original, precedida de unos apuntes autobiográficos (1886) y La Madre Naturaleza. Novela. Segunda parte de Los Pazos de Ulloa (1887), lo que bastaría para que Daniel Cortezo ocupara un lugar de honor entre los editores decimonónicos, y en particular entre los impulsores del naturalismo.

Leopoldo Alas.

Sin embargo, el nombre de Cortezo suele aparecer asociado a otra edición tanto o más importante en este sentido, un poco anterior a esta, y que, como consecuencia del atropellado proceso editorial, fue sospechosa de haber sido pirateada, la de La Regenta (1884), de Leopoldo Alas, Clarín. En refuerzo de esta hipótesis de piratería se evocó por ejemplo una carta del escritor asturiano Armando Palacio Valdés (1853-1938) a Clarín de 1888 en la que le advertía que tuviera mucho cuidado porque, pese a que hacía ya tiempo que se había agotado la primera edición de La Regenta (al margen de una seriada en La Publicitat), Cortezo no la había reimpreso.

Josep Yxart.

La edición corrió a cargo de quien desde mediados de 1883 era el director literario de la colección, el prestigioso ensayista, traductor y crítico literario Josep Yxart (1852-1895). Fue Santos Sanz Villanueva quien advirtió ciertas diferencias entre ejemplares distintos del primer volumen de lo que parecía la primera edición del primer volumen, lo que puso sobre la mesa la posibilidad de que alguien (¿el propio Cortezo?) hubiera llevado a cabo una edición no autorizada por el autor. Se daba el caso de que términos que en unos ejemplares aparecían en cursiva, en otros aparecían en redonda; en algunos ejemplares se sustituían algunas palabras por sinónimos; en algunos pasajes se insertaban breves añadidos… Sin embargo, el caso tenía una explicación más simple que la sospecha de piratería, y José Luis Gómez la clarificó con detenimiento en su prólogo a la edición de La Regenta en la editorial Crítica (2006): resultó que estaba estrechamente vinculada al proceso creativo. Como se explica en el mencionado prólogo, la fe de erratas que se incluyó en el segundo volumen ya daba alguna pista, pues indica explícitamente que se trata de «erratas de algunos ejemplares del primer tomo», y que el propio Clarín cuantificó en 130. José Luis Gómez llevó un paso más allá el cotejo e identificó los siete pliegos en los que aparecían estas erratas, que en ningún caso afectaban ni a los doce primeros pliegos ni a los once últimos, así como el cambio de papel (de papel con pasta mecánica a papel con pasta química) a partir del pliego 23 y que fue el que se empleó también luego en el segundo volumen.

La muy convincente hipótesis de José Luis Gómez es que Cortezo, a la vista de las expectativas que estaba generando la obra, ampliara la edición inicialmente prevista y agotara el papel del que disponía (con pasta mecánica), de modo que gastó el papel con el que había previsto toda la obra para imprimir solo los doce primeros pliegos, y el resto (incluido el segundo volumen) lo hizo con papel de pasta química. Las galeradas corregidas por el autor llegaron cuando ya se estaban imprimiendo esos pliegos, de modo que se incorporaron las correcciones a pie de imprenta, pero hubo algunos pliegos sobre los que ya no hubo ocasión de intervenir.

Cubierta de la primera edición.

Aún añade José Luis Gómez otro detalle que refuerza su fundamentadísima explicación: Si bien el único dibujante acreditado es Joan Llimona (1860-1926) y Enrique Gómez Polo (1841-1911) como grabador, a partir del capítulo XXVI del segundo tomo las ilustraciones son de Francisco Gómez-Soler (c. 1860-1899). En el aspecto gráfico, lo que más juego ha dado ha sido el aún inexplicado satisfactoriamente contraste entre el boceto de la cubierta y el acabado final, pues si bien en el boceto original de Llimona (a lápiz y coloreado con guache sobre papel, y unas medidas de 21 x 13,5) aparece un personaje inequívocamente mefistotélico cubriéndose el pelo, en el resultado final se muestra lo que podría ser un trovador que muy poco tiene ver, ni metafóricamente, con el contenido de la novela. Al parecer, el responsable de la versión última fue Francesc Jorba Curtils (1850-¿?), reputado dibujante especializado en crear planchas matrices para encuadernación industrial y colaborador habitual de Cortezo en la Biblioteca Artes y Letras, pero sigue siendo un enigma el motivo del cambio, que en cualquier caso orientó (o desorientó) algunas de las experiencias lectoras iniciales creando unas expectativas anacrónicas y absurdas. El cambio de dibujante, por otra parte, probablemente se debiera a la imposibilidad de Llimona de hacerse cargo de esta labor con la premura requerida.

Boceto de la cubierta.

Es bien sabido que el plan inicial de Cortezo, y también de Clarín, era publicar la novela en un solo volumen, pero en el momento que se llegó a ese acuerdo existía un pequeño inconveniente: la novela aún no estaba concluida. Así, pues, en cuanto tuvo escrito el material correspondiente a un volumen (en otoño de 1884) se decidió empezar a confeccionar un libro con lo que Clarín llevaba escrito (que cuantitativamente era lo estipulado, pero apenas era la mitad del proyecto narrativo), en lo que Sergio Beser (1934-2010) describió como «imposición de la editorial, y en contra de su voluntad [la de Clarín]». Se justifica así, además, que en carta no fechada de entre abril y julio de 1884 escribiera a Pérez Galdós acerca de «una novela, vendida ya (pero no cobrada)». Mientras tanto, el autor proseguía la escritura (y en diciembre corregía pruebas del primer volumen, sin abandonar tampoco su labor como crítico literario). Ese primer tomo empezó a circular aún en 1884, pero no se comercializó hasta enero de 1885. En mayo se ese año, Clarín concluye el segundo volumen, que se había ido editando en paralelo a la escritura y aparecería en julio de 1885.

Con motivo de la publicación de este segundo volumen, coincidente con la de las Obras escogidas de José Cadalso, el director de la Revista Contemporánea (1875-1907), R. Álvarez Sereix (1855-1946), destacaba implícitamente el papel que desempeñaba Cortezo en la publicación de los grandes nombres del realismo literario español: «No cabe duda que preside gran acierto a la elección de obras que hace la empresa editorial de D. Daniel Cortezo, y, por ende, de que verá premiados ésta sus afanes con el favor del público.»,  

Volviendo a esta división en dos tomos, impuesta o no por la editorial, tuvo varias consecuencias. En el terreno de la economía personal del autor, escribía Clarín al poeta en bable Pepín Quevedo (José Fernández Quevedo, 1849-1911), en carta fechada 21 de marzo de 1985, que le «han dado once mil reales, que es poco para dos tomos, pero algo para uno, que era lo que me habían pedido». Las consecuencias en la recepción crítica y de ventas de la obra ha sido muy estudiada, pues el lector decimonónico podía estar acostumbrado a seguir novelas seriadas en folletines, pero menos a esperar seis meses entre el inicio de una novela y su continuación, y más cuando el primero se destinaba sobre todo a recrear los ambientes, presentar a los personajes y plantear apenas el conflicto. Aun así, el pormenorizado estudio de José Luis Gómez le permite deducir que la primera edición debió ser de diez mil ejemplares, «tiraje muy elevado para la época, pero no excepcional», por lo que parece evidente que el éxito fue más que notable desde el primer momento y la primera parte de la novela tuvo una buenísima acogida. Con todo, el mayor interés está en las consecuencias propiamente literarias de esta división.

Desaparecidos al parecer tanto el manuscrito como las pruebas de imprenta, basta el distinto tempo narrativo de la segunda parte, sobre todo en su final, para aventurar que Clarín se esforzó en contenerse y ajustarse a la extensión de un segundo volumen similar al primero (y aún así el primero tenía 528 páginas y el segundo 592), con lo que nos encontraríamos ante un caso en que los procesos editoriales ‒¿«imposición de la editorial»?‒ se convirtieron en un factor determinante para que una de las novelas españolas más importantes del siglo XIX tuviera el ritmo (descompensado) y la forma que tuvo ya para siempre.

Fuentes:

R. Álvarez Sereix,  «Variedades. Publicaciones.», Revista Contemporánea, (julio-agosto 1885) vol. 58, pp. 82-90.

Sergio Beser, ed., Clarín y «La Regenta», Barcelona, Ariel, 1982.

José Luis Gómez, «El texto», en Leopoldo Alas, Clarín, La Regenta, edición de José Luis Gómez, anotación y revisión de Rebeca Martín y con un estudio de Sergio Beser, Barcelona, Crítica (Clásicos Universales 10), 2006)

Manuel Llanas, con la colaboración de Montse Ayats, L’edició a Catalunya. El segle XIX, Barcelona, Gremi d’Editors de Catalunya, 2004.

Ángeles Quesada Novás, «La Regenta (1885) de Leopoldo Alas, Clarín. Ilustraciones de Juan Llimona y F. Gómez Soler», en AA. VV., Literatura e Imagen. La Biblioteca Artes y Letras, Santander, Ediciones de la Universidad de Cantabria, 2012, pp. 133-154.

María José Tintoré, «La Regenta» de Clarín y la crítica de su tiempo, prólogo de Antonio Vilanova, Barcelona, Editorial Lumen (Palabra Crítica 1), 1987.