Los Pliegos Sueltos de Marte

Es posible que haya que atribuir a la azarosa y prematuramente truncada trayectoria vital de Carmen Mieza (Carmen Farrés Sirvent, 1930-1976) que su obra literaria haya quedado en el olvido, pese a algunos esfuerzos de estudio y recuperación —como por ejemplo el de Luis A. Esteve «El exilio en las novelas de Carmen Mieza (desde fuera y desde dentro)»— y que en particular su novela de 1962 La imposible canción (cuyo título alude al famoso verso de León Felipe) fue profusamente reeditada y aún es fácil encontrarla en el mercado de segunda mano. También Una mañana cualquiera (Prisma, 1964) fue objeto de reediciones, por Prisma en 1956 y, con prólogo firmado [Federico Carlos] S [áinz] de R [obles Correa], por el Círculo de Amigos de la Historia, pero menos suerte tuvo el libro de entrevistas póstumo La mujer del español (Ediciones Marte, 1977).

Menos conocida aún, por supuesto, es su condición de copropietaria y abnegada editora en las Ediciones Marte, con Tomás Salvador (1921-1984), quien actuaba como director gerente, y donde trabajaría como corrector más o menos fijo el escritor valenciano Raúl Carbonell Sala. Las Ediciones Marte se ubicaban en Galerías Comerciales 18 de la calle Concilio de Trento de Barcelona y acaso empezaron su andadura en 1964. Sin embargo, la existencia de una serie de títulos de tema bélico con ese mismo pie editorial con domicilio en la calle Casanova 136 (y recuérdese que Salvador pasó por la División Azul) suscita la duda de si se trató de la compra de una editorial preexistente a la que se cambió por completo el rumbo. Véanse los casos de El alamein (1962), de Hernert Eschbach; V-2 La muerte silenciosa (1962), de Hans Reburg; El Alcázar de Toledo. El cerco de Madrid (1962), de Volker Nerburg, todos ellos encuadrados en una colección llamada Relatos de soldados, dirigida por Tomás Salvador.

Una de las primeras colecciones de lo que tiene pinta de ser más bien una nueva etapa, fue la destinada a publicar ediciones ilustradas a color y numeradas de grandes clásicos de la literatura universal, que se inició con el volumen colectivo (Paul Féval, Gogol, Joseph Le Fanu) Vampiros, con textos adaptados y prologados por Javier Tomeo (1932-2013) e ilustrados por el popular Serafín (Serafín Rojo Caamaño, 1926-203), y Poemas satíricos, de Francisco de Quevedo (1580-1645) ilustrados por quien fuera célebre cartelista durante la guerra civil Lorenzo Goñi (1911-1992).

En 1965 aparece la versión de Albert Manent de La tragedia de Romeo y Julieta de Shakespeare (la misma que en 1960 publicaría la editorial Juventud), con ilustraciones obra de Raimundo Cobos, de la que se hace una tirada de 5.000 ejemplares numerados en papel offset ahuesado de Papelera Catalana, una decisión un tanto sorprendente, no sólo porque las ediciones de lujo y las ediciones de bibliófilo habían entrado ya por entonces en un marcado declive, sino por la aparente contradicción entre el hecho de numerar los ejemplares y la enormidad de la tirada. Ese mismo año se publicaba en Pliegos de Cordel la Carmen de Merimée, de nuevo con ilustraciones de Serafín, y una compilación de Comedias de Aristófanes (Lisístrata y La Asamblea de las Mujeres), acompañadas de un prólogo de su traductor, Jesús Lizano (1931-2015), y en ambos casos con ilustraciones de Serafín y con tiradas numeradas de 5 000 ejemplares.

Interior del Heptamerón.

La producción parecía haberse establecido en tres títulos anuales, que en 1966 fueron el Hamlet ilustrado por Cobos, el Heptamerón de la reina Margarita de Navarra, en versión de Josefina Martínez Gastoy, y La vida del buscón llamado don Pablos, de Quevedo, ilustrado por Goñi, pero a partir del año siguiente se incrementó el número de títulos y, además, una parte de la tirada de cada título empezó a comercializarse con los libros encuadernados en rústica pero estuchados, como es el caso del Retrato de la lozana andaluza de Francisco Delicado, la Obra completa del Conde de Villamediana preparada por Juan Manuel de Rozas y acompañada de 67 ilustraciones de Rafael Munoa (1930-2012) o las Aventuras del barón de Munchausen, y además a hacerse aparte tiradas de mayor empaque, encuadernadas en goflex e igualmente comercializadas en estuche.

De este modo se presentaba por ejemplo el compendio de relatos breves Floresta varia de gracias y desgracias Joaquin Buxó Montesinos, conocido también como Braulio Sigüenza, prologado por un ficticio Fabián Tuño y con un comentario de Joan Perucho e ilustrado por A. Claube, que luego tendría varias reediciones (para mayores aclaraciones sobre el juego de autorías y prologuistas, véase el cuento de Perucho «Noticia de Madama Edwarda y un desconocido escritor»); así como también El libro de sonetos antologados por Jesús Lizano e iluminado por el escultor, pintor e ilustrador de selectas ediciones de bibliófilo Òscar Estruga Andreu (n. 1933), o la traducción de Josefina Ferrer de Los cuentos de Canterbury de Chaucer, presentados con ilustraciones a color del pintor Ramon Aguilar Moré (1924-2015). Con la Floresta… se abría una cierta fisura en el criterio mantenido hasta entonces de publicar textos clásicos y antiguos, que enseguida se ensancharía.

Las tiradas se habían reducido a unos 3000 aproximadamente, y todo hace suponer que ya no todos los ejemplares se numeraban, pero por su significación en el contexto de la España franquista y por la ampliación del criterio de la colección, mayor relevancia tiene la edición en 1968 de la Antología poética de Antonio Machado (1875-1939), seleccionada, editada y prologada por el poeta madrileño José Hierro (1922-2002) e ilustrada por el muy prestigioso Will Faber (1901-1987). De ese mismo año es la edición de La Celestina, adaptada por el escritor y editor Antonio Prieto (n. 1929) —que toma como guía el texto crítico establecido por Manuel Criado del Val— y con ilustraciones que firma F. Ezquerro, así como una edición en dos volúmenes de El libro de Buen Amor, en versión modernizada, con prólogo y notas de Nicasio Salvador Miguel e ilustraciones de nuevo de Òscar Estruga.

No es de sorprender que el final de la década marcara el parón en esta iniciativa, pero ya en 1972 se recuperaba con la publicación del conocido como Quijote de Avellaneda, ilustrado por Cobos, Rubaiyat, de Omar Kheyyán, y —acaso el título más sorprendente— Estación sin nombre, una compilación de sonetos de la escritora y política mexicana Griselda Álvarez (1913-2009), estos dos últimos ilustrados por Estruga, y en todos los casos con tiradas de unos 3 000 ejemplares.

Los cuentos de Canterbury, encuadernados en goflex y en estuche.

Finalmente, tras un nuevo año en blanco, en 1974 aparecieron los Nuevos Pliegos de Cordel, de los que puede deducirse, por los títulos publicados, que se enfocaba más en la poesía y preferentemente por los nuevos autores: Apuntes para otra historia (1965-1974), del poeta Florentino Huerga Martín (1935-2005) e ilustrado por Antonio Beneyto, Canto por vosotros, de Matías Sánchez Carrasco (1929-1998) ilustrado por Bartolomé Liarte, y, ¿en 1975?, una Antología romántica de José de Espronceda preparada y prologada por Jordi Mustieles y Mercedes Salvador con ilustraciones de Liarte.

A tenor de la estrecha amistad e incluso colaboración que mantuvieron durante muchos años Josep Janés (1913-1959) y Tomás Salvador, es casi inevitable advertir que tanto algunos de los títulos como las características de las ediciones bien podrían estar inspiradas en el modo de enfocar algunas de las primeras colecciones de postguerra janesianas, como es el caso de Cristal (rustica ilustrada) o El Libro del Mes (tapa dura, estuchado), pero no parece que, ni en lo estético ni en lo comercial, la empresa de Mieza y Salvador obtuviera resultados similares, entre otras cosas, acaso porque los parámetros y el mercado de la bibliofilia se había distanciado ya muchísimo de las ediciones corrientes, y estas iniciativas pretendían situarse a medio camino.

Ilustración de Aguilar Moré para Los cuentos de Canterbury.

Fuentes:

Francisco Candel, Patatas calientes, prólogo de Joan J. Gilabert, Barcelona, Ronsel (Colección Pérgamo, serie Crónicas 65), 2003.

Versión en rústica de Los cuentos de Canterbury.

José Cruset, «Tomás Salvador: Generoso discípulo de la vida», La Vanguardia Española, 20 de junio de 1968.

Luis A. Esteve, «El exilio en las novelas de Carmen Mieza (desde fuera y desde dentro)», en Manuel Aznar Soler, ed., Las literaturas del exilio republicano de 1939. Sesenta años después, Sant Cugat del Vallès, Gexel, 2000, vol. 2, pp. 261-272.

Cristina Fanjul, «Este es un libro de epifanías (entrevista a Marcos Ordóñez)», Diario de León, 28 de febrero de 2013.

Marcos Ordóñez, «Me acuerdo de Tomás Salvador», en Bulevares periféricos, 15 de febrero de 2012.

Javier Tomeo, «Primera memoria», El Cultural, 27 de diciembre de 207.

Y los catálogos de la Biblioteca Nacional de España.