Carlos Pujol, maestro de editores

NOTA: Esta reseña fue publicada originalmente en catalán con el título «Escribir a contracorriente» en el Blog de l’Escola de Llibreria de la Facultat d’Informació i Mitjans Audiovisuals de la Universitat de Barcelona en julio de 2020.

Entre los editores barceloneses importantes en el siglo XX, hay una cierta desproporción entre el conocimiento que el común de los lectores tienen de los que llevaron a cabo el grueso de su labor en editoriales pequeñas y a partir sobre todo de los años sesenta (Castellet, Barral, Beatriz de Moura, Herralde) y los que desarrollaron la mayor parte de su carrera en empresas de cierta entidad o incluso en grandes corporaciones, como es el caso de Josep Janés, Germán Plaza, Enrique Badosa, Mario Lacruz… o Carlos Pujol Jaumandreu (1936-2012), auténtico pilar durante varias décadas de la editorial Planeta.

Carlos Pujol Jaumandreu.

Tal vez esto responda a una cuestión de glamur o al hecho de no haber estado nunca en el centro del faranduleo que impregnan el negocio editorial, pero es evidente que, por un lado, la importancia de la labor de Carlos Pujol no es en absoluto desdeñable y, además, que el impacto de algunos de sus trabajos, como por ejemplo la colección de Clásicos Universales Planeta, tuvieron una incidencia enorme en unas cuantas generaciones de lectores. Por no mencionar siquiera las cuatro décadas en que fue jurado del Premio Planeta, con la retahíla de episodios que esto le permitió vivir desde primera fila, y que en coherencia con su modo de ser nunca hizo públicos…

Por si esto no bastara, Carlos Pujol fue un prolífico traductor tanto de prosa como de poesía y tanto del inglés como del francés, el italiano o el catalán (Shakespeare, Defoe, Henry James, Stevenson, Orwell, Hemingway, Ronsard, Voltaire, Racine, Dumas, Balzac, Stendhal, Barthes, Guido Gozzano, Joan Sales…) y un creador literario que cultivó todos los géneros habidos y por haber (ensayos, novelas, reportajes culturales, relatos, poemas, aforismos, crítica literaria…).

Este es solo uno de los motivos por los que vale la pena adentrarse en el libro Escribir a contracorriente, en el cual la profesora Teresa Vallès-Botey compila y estructura materiales en apariencia diversos y heterogéneos (conferencias, cartas, entrevistas), pero con un objetivo que queda claro ya en el subtítulo: «Fuentes para el estudio del pensamiento literario de Carlos Pujol». Y ya adelanto que la promesa se cumple y que el caudal es, en términos cualitativos, muy abundante.

En un primer y breve texto inicial, el también profesor Domingo Ródenas consigue compendiar en apenes cuatro páginas los rasgos más significativos de la trayectoria radicalmente literaria de Carlos Pujol, subrayando el carácter libre y desvinculado de modas, movimientos generacionales y cualquier cosa que sonara a gregarismo. Y, después de la preceptiva «Nota a esta edición», en la que se nos informa de la procedencia de los textos y del propósito general del libro, Vallès-Botey dedica unas páginas a lo que describe como «exponer y articular su pensamiento sobre qué es la literatura y cuál es su función», caracterización que se queda corta, porque también presenta afinadas apreciaciones sobre qué era para Pujol el estilo y qué consideración tenía de conceptos como “tradición”, “estilo” o “canon literario”, y donde ciertamente selecciona sus ideas principales sobre la literatura en un sentido muy amplio.

El cuerpo de Escribir a contracorriente propiamente dicho arranca con un texto ejemplar en cuanto a la presentación del pensamiento literario de Pujol, la conferencia que dio en Huesca en el año 2003 y que, evocando muy acertadamente a Rilke, tituló «Carta a unos jóvenes poetas» (y que hasta ahora era prácticamente inédita, más allá del opúsculo que se imprimió para distribuir entre los asistentes a la conferencia). Se trata de un texto muy fiel a su contenido, lleno de sentido que conocen bien los lectores habituales de Pujol, y en el que tampoco faltan su característico humor e ironía, como tampoco la profundidad de pensamiento que se advierte sobre todo en la relectura.

Aun así, quizás lo más inusual y extraordinario de todo el libro llega a continuación: la posibilidad de asistir desde primera fila y en directo a cómo Carlos Pujol llevó a cabo el editing de La audiencia va de caza, las memorias noveladas del juez Miguel Ángel del Arco. Son casi un centenar de cartas y notas inéditas de extensión diversa escritas entre agosto de 2007 y enero de 2012 en las cuales, a medida que va leyendo capítulos, el editor va haciendo observaciones, recomendaciones y sugerencias al juez y que constituyen un tipo de documento al cual no es muy habitual tener acceso, pero que resulta muy ilustrativo.

A través de estos comentarios, en algunas ocasiones muy generales pero en otras de detalle y en todos los casos muy adecuadamente justificados, esta parte del libro se convierte en poco menos que un manual práctico para editores que no solo indica en qué elementos vale la pena fijarse (efecto y conveniencia de las descripciones, caracterización de personajes, composición de las escenas, uso de los diálogos, disposición de las unidades narrativas, estructuración general de un texto de extensión considerable….), sino también de cómo propiciar que un autor reconsidere las decisiones que ha tomado y que pueden perjudicar a su obra, y qué tipo de tono y de argumentos son los más efectivos para lograr este objetivo. En este sentido, aun habiéndose manifestado en alguna ocasión como poco inclinado a la docencia, en estas páginas Pujol se revela plenamente como el gran maestro de editores que fue.

La tercera sección de Escribir a contracorriente, la única que no se puede considerar en sentido muy estricto inédita, reúne un buen número de entrevitas a Pujol que hasta ahora dormían dispersas en publicaciones periódicas diversas y que, leídas consecutivamente, pese a algunas reiteraciones, permiten ver cómo Pujol concebía su propia obra, la práctica de la creación literaria y el sentido de la carrera literaria (término este último que probablemente él censuraría que aplique al conjunto de su trayectoria). Los buenos conocedores de la obra de Carlos Pujol acaso completarán o afinarán su interpretación sobre algunas de sus novelas o poemarios, y tal vez quien no la conozca sienta la curiosidad o la tentación de acercarse a una obra exigente con sí misma pero muy accesible al lector, en quien siempre deposita su confianza y lo invita a participar (de ahí, por ejemplo, que en su narrativa sean frecuentes los finales más o menos abiertos).

El volumen concluye y se redondea con una muy completa cronología profesional y literaria de Pujol, que usa además con ingenio la tinta de color para resaltar la diversidad de géneros que cultivó y que está salpicada de breves comentarios extraídos de cartas y documentos personales en los que el propio editor-escritor-traductor explica o comenta algunos episodios de su vida.

Es evidente que estamos ante un libro que cualquier lector de Pujol querrá leer, pero que tiene también otros muchos alicientes para quienes deseen conocer el proceso de edición de un texto y que, además, fiel al pensamiento estético del propio Pujol, es original y emocionante sin necesidad de énfasis, trucos ni fuegos artificiales.

Vallès-Botey, Teresa (ed.). Escribir a contracorriente: fuentes para el estudio del pensamiento literario de Carlos Pujol, Granada, Comares, 2019.

Carlos Pujol y la movilidad del canon

«Su presencia hizo más humanos a quienes le conocimos –no de todos los sabios podría hacerse este elogio–, y quizás para un humanista esencial no haya misión más alta.»

Carlos Pujol, «En memoria de Joan Petit», La Vanguardia, 21 de septiembre de 1974

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Max Aub.

Que el canon literario español del siglo XX no es –afortunadamente– muy estable y fijo es una evidencia. A finales de ese siglo, por ejemplo, se inició un proceso mediante el cual la obra del escritor Max Aub (1903-1972), cuya difusión se vio decisivamente entorpecida por la censura durante todo el franquismo, empezó a ser conocida y, en consecuencia pudo ser reevaluada, y el resultado de ello, en un período relativamente breve, fue que sus obras empezaron a estar disponibles para los lectores españoles, la crítica tanto académica como de actualidad pudo ponderar los valores de esos textos y finalmente empezó incluso a entrar en planes de estudios, con lo que puede decirse que hoy es poco menos que un autor consagrado. La obra de algunos de los muchos escritores exiliados como consecuencia de la guerra civil española y que en sus culturas de acogida tampoco habían entrado en el canon, como Pere Calders, Ramon J. Sender, Francisco Ayala o Rosa Chacel, experimentaron, con mayor o menor éxito, procesos similares una vez enterrado el dictador.

En el caso, notablemente exitoso, de Max Aub, la primera piedra la puso sin duda el traslado en 1985 de la biblioteca, hemeroteca y los riquísimos archivos del escritor a Segorbe, que propició posteriormente la implicación en 1997 de las administraciones públicas en la creación en ese pueblo de la Fundación Max Aub. Paralelamente, otros hitos en este proceso fueron también el congreso celebrado en Valencia en diciembre de 1993 Max Aub y el Laberinto Español, así como las diversas publicaciones que fueron apareciendo en diversas editoriales comerciales (Alba, Calambur, Destino) y que allanaron el camino al inicio de la publicación de las muy voluminosas obras completas de Max Aub y a la traducción de varias de estas obras a diversas lenguas.

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Carlos Pujol Jaumandreu.

Al igual que Max Aub, el escritor, traductor y editor barcelonés Carlos Pujol Jaumandreu (1936-2012) nunca llegó a figurar entre los más famosos de su tiempo, en ninguna de sus facetas, pero existen indicios para pensar que eso puede cambiar en un plazo relativamente breve. La donación en marzo de 2016 del archivo personal de Carlos Pujol a la Universitat Internacional de Catalunya (donde Pujol había impartido clases en sus últimos años) dio pie a un doble proceso de catalogación del legado y de difusión de la obra de este polifacético creador literario que, con la profesora de la Facultad de Humanidades Teresa Vallès a la cabeza, dio como primeros frutos la creación de una web, de una cuenta en twiter, la publicación de una de las mejores novelas de Pujol (La sombra del tiempo) y unas jornadas que pusieron de manifiesto no sólo la actualidad de la obra literaria de Carlos Pujol sino también la profunda huella que, como quien no quiere la cosa, dejó en el ambiente editorial español, y muy particularmente en el barcelonés. A medida que el proyecto se desarrolle es de suponer que las cosas irán poniéndose en su sitio.

Junto con reiteradas alusiones a cuán reticente e incluso huidizo se mostraba siempre Carlos Pujol como creador ante los medios de comunicación, en las referidas jornadas se destacaron varios aspectos que prueban la vocación de perennidad de la obra creativa por un lado, y por otro el talento como orientador de lecturas y la agudeza para atribuir los valores pertinentes a los textos que se sometían a su juicio, distinguiendo además con mucha claridad cuándo se trataba de valores estéticos y cuándo de valores comerciales, lo que le permitía ser un crítico literario de referencia y además un editor inestimable en una empresa como Planeta. Su carácter afable, conciliador lo convertían en un hombre idóneo para ocuparse de la secretaría del Premio Planeta, donde además compartió en los primeros años esa labor con quien no se cansaba de reivindicar como su maestro y mentor, Martí de Riquer (1914-2013).

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Laureano Bonet.

Del muy influyente Riquer habló también el profesor Laureano Bonet en su intervención, centrada sobre todo en los entresijos de la enciclopedia Larousse en español que puso en marcha Planeta a principios de los sesenta y sobre todo en la creación y desarrollo de la muy célebre Biblioteca Universal Planeta, donde puso de manifiesto la capacidad y el tacto con que Pujol creaba y dirigía los equipos de trabajo a cuyo frente se ponía. Ésta y otras intervenciones pusieron también de relieve el profundo conocimiento de las culturas francesa e inglesa que Pujol tenía, su amplitud de miras, en buena medida procedente de una formación comparatista avant la lettre, consecuencia a su vez de haber cursado Filología Románica.

De su vertiente como creador literario, desdoblado a su vez en la de poeta, el aforista y narrador, se subrayó su concepción de la responsabilidad del trabajo creativo, en el sentido de ofrecer la mejor obra en la medida de las posibilidades del creador, la intención de publicar a toda costa su obra y someterla luego al juicio libre de los lectores, pero cualquiera que lo haya leído un poco sabe que no pondría ningún empeño en promocionarla (del mismo modo que no se esforzaba en promocionarse a sí mismo y que si a lo largo de su carrera recibió codazos de algún arribista, jamás pagó con la misma moneda).

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Fernando Valls.

La obra, pues, debe defenderse por sí misma, y tal vez no encontrará la mejor acogida entre sus coetáneos, es posible que su aparición coincida con otras de mérito superior o de mayor relumbrón, pero el hecho de haber sido publicada le garantiza –hasta cierto punto– la capacidad para llegar a los lectores que sabrán, en el presente o en el futuro, disfrutarla. Tanto en su vertiente de escritor como en la de editor, Carlos Pujol era un creador que se apartaba de la norma y se distinguía de lo habitual. Quienes en estas jornadas de homenaje se ocuparon de ello o intervinieron en los debates posteriores a las conferencias (Jordi Gracia, Valentí Puig, Andrés Trapiello, Fernando Valls, David Castillo…) coincidieron en señalar que en términos generales ni la prensa periódica ni los ámbitos académicos habían aquilatado hasta ahora el valor de la obra literaria de Pujol, que no ocupaba el lugar que por méritos estéticos se había ganado, del mismo modo que su conocimiento por parte del común de los lectores tampoco era proporcional a su talento. Los mismo podría aplicarse sin apenas correcciones al lugar que ocupa en el ámbito de la historia de la edición, aun cuando su nombre aparezca siempre cuando se analiza la historia del Premio Planeta.

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Emili Rosales y Dolors Massot.

Ciertamente, el de Carlos Pujol no es un nombre que suelan mencionar habitualmente como modelo los editores más o menos jóvenes pretendidamente independientes que en nuestros días pugnan por ocupar el espacio mediático, y quizás ello, además de al hecho de que desarrollara toda su carrera en una editorial como Planeta, sea en buena parte debido al particular modo en que Pujol ejerció su magisterio: nada de participación en másteres en edición, ni intervenciones estruendosas en encuentros, congresos o simposios de editores, y mucho menos artículos en prensa sobre el métier, libros de memorias ni nada que ni de lejos pueda parecérsele. Y aun así, son legión los editores afortunados que sacaron provecho de sus enjundiosas conversaciones cara a cara, además de intentar aprender de su ejemplo.

En ciertos aspectos, el caso de Carlos Pujol guarda algunos parecidos, con el de otro editor silencioso y modesto de referencia, Paco Porrúa, quien pese a dar nombre a la sala de actos de una conocida librería de Barcelona, no goza del reconocimiento de otros editores de relumbrón y no siempre de méritos equiparables.

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De izquierda a derecha: Manuel Borrás (Pre-Textos), Miguel Ángel del Arco (Comares) y José Ángel Zapatero (Menoscuarto).

Programa de las jornadas de homenaje Carlos Pujol, humanista contemporáneo (Universitat Internacional de Catalunya, 16 y 17 de enero de 2017).

Presentación: Xavier Gil, Marta Lagarriga, Josep Crehueras, Aurora Martínez Ezquerro y Teresa Vallès.

Conferencia: José María Pozuelo Yvancos, «Carlos Pujol, humanista contemporáneo».

Conferencia: Andrés Trapiello, «Carlos Pujol, poeta».

Conferencia: Domingo Ródenas de Moya, «Carlos Pujol, novelista».

Coloquio (moderado por Dolors Massot): Ernesto Ayala Dip y David Castillo, «Carlos Pujol visto por la crítica literaria».

Conferencia: Pere Gimferrer, «Perfil de Carlos Pujol».

Conferencia: Manuel Longares, «Carlos Pujol, aforista».

Conferencia: Andreu Jaume, «Carlos Pujol, traductor».

Conferencia: Valentí Puig, «Carlos Pujol, crítico literario».

Coloquio (moderado por Dolors Massot): Laureano Bonet, Josep Mengual y Emili Rosales, «Carlos Pujol, editor y asesor literario».

Mesa redonda (moderada por Fernando Valls): Manuel Borrás, Miguel Ángel del Arco, Daniel Fernández y José Ángel Zapatero: «Hablan los editores».

Clausura: Teresa Vallès y Carlos Pujol Lagarriga.

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Edición prologada por Pere Gimferrer y con epílogos del autor y de Teresa Vallès (Fundación José Manuel Lara, 2016).

Fuentes:

Jordi Gracia, «Un raro maestro de la ironía», El País, 22 de enero de 2017.

Carlos Sala, «Carlos Pujol, retrato de un humanista sabio», La Razón, 17 de enero de 2017.

Las fotos del homenaje, cortesía de Teresa Vallès.

La injustificada modestia de un editor emboscado (homenaje a Carlos Pujol Jaumandreu)

“Hacer libros divertidos pero secretos, esta es la fórmula.”

Carlos Pujol

Es casi inevitable, al referirse a lo que fue el grupo Planeta en el siglo XX, mencionar los nombres de José Manuel Lara (Lara Hernández y Lara Bosch), pero en lo que se refiere a la Editorial Planeta, es muy probable (y comprobable) que uno de los hombres más importantes de la casa fue Carlos Pujol Jaumandreu (1936-2012), que procedía del mundo universitario cuando entró en la órbita de lo que entonces era el gigante indiscutible de la edición española.

Carlos Pujol, que siempre reivindicó a Martí de Riquer como su gran maestro, al regreso de un lectorado en 1961 en Aberdeen (Escocia) se doctoró en Filología Románica con una tesis sobre Ezra Pound (1962) y empezó a ejercer la docencia de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona, pero le flaqueaba la vocación para semejante empresa. Al poco tiempo de su regreso a Barcelona ya estaba colaborando en la preparación de la colección de Clásicos Planeta que dirigían los catedráticos de su universidad Martí de Riquer, José Manuel Blecua Tejeiro y José Mª Valverde, así como leyendo, seleccionando, evaluando, informando y editando originales para la misma editorial. “Ahí anduvo haciendo informes, emitiendo dictámenes, resolviendo admirablemente traducciones, mejorando manuscritos”, en palabras de Jordi Gracia.

Cuando en 1963 José Manuel Lara Hernández decide poner en marcha la versión española de la Enciclopedia Larousse, y tras consultarlo con Riquer, pone la magna y ambiciosa obra en manos de Carlos Pujol, momento en que su carrera como editor, aunque no abandonara todavía la universidad, toma impulso y, además de desempeñar un papel de primer orden en la formación en el oficio de un por entonces joven José Manuel Lara Bosch, le llevará a formar parte del jurado del Premio Planeta (al jubilarse Manuel Lombardero en 1972) y a ocupar en Planeta episódicamente el puesto de director literario (1973), cargo al que, en palabras de su colega y sucesor Rafael Borràs Betriu, “había renunciado tras participar en una convención del departamento comercial con los vendedores de toda España, intervención que, por lo visto, no le resultó cómoda”.

A quienes tuvieron el privilegio de conocerle, no les extrañará esa incomodidad de un gentleman de la edición como él que agradecía mantenerse en la sombra, ocupándose de lo que le gustaba (los textos), al verse de pronto entre los «mercaderes de la literatura»; a quienes hayan leído su Voltaire, aparecido por esas mismas fechas (1973) les será también fácil hacerse una idea de qué poco encajaba él entre vendedores. Este ensayo, como los que le sucederían en los años siguientes (Balzac y La comedia humana, 1974; La novela extramuros, 1975; Abecé de literatura francesa, 1976; Leer a Saint-Simon, 1979…), así como su ingente labor como crítico literario en La Vanguardia, Abc, El Sol, El País y en numerosas revistas le acreditan como uno de los críticos más informados, finos y sensibles de su tiempo. Esta dedicación le llevó inevitablemente a abandonar la Universidad de Barcelona, en 1977, si bien volvería a las aulas entre 1997 y 2007 (en esa ocasión a las de la Facultad de Humanidades de la Universitat Internacional de Catalunya, de cuyo Consejo Académico formó parte).

Pero a esta imagen poliédrica añadió además la de prolífico y exquisito traductor con una versión del Moll Flanders (Planeta, 1978) de Defoe, al que se añadirían enseguida traducciones de  Pascal Lainé (La encajera, Argos-Vergara, 1978), Balzac (El primo Pons, Planeta, 1981) o Stendhal (La cartuja de Parma, Planeta, 1981), entre otros de semejante relumbre. Visto a una cierta distancia, la imagen que transmitía de crítico afilado, lector exquisito y traductor penetrante costaba de encajar con el ambiente planetario.

Para dar una vuelta de tuerca más, en 1981 se daba a conocer como novelista con La sombra del tiempo (y no hay que ser muy avispado para deducir de dónde procede el título del gran best séller de Ruiz Zafón), a partir de la cual se forjó una espléndida y brillante –si bien tan minoritaria como la de Patrick Modiano– obra novelística, en la que sobresalen títulos como El lugar del aire (Bruguera, 1984), Jardín inglés (Plaza & Janés, 1987), Los secretos de San Gervasio (Pamiela, 1994), Cada vez que decimos adiós (Seix Barral, 1999), Los días frágiles (Edhasa, 2003) o El teatro de la guerra (Menoscuarto, 2009).

También de los ochenta son su primer y sorprendente poemario (una biografía de Bernini en alejandrinos: Gian Lorenzo, Diputación Provincial de Málaga, 1987) y su primer libro de aforismos (Cuaderno de escritura, Pamiela, 1988), que contribuyen a perfilar una heterogénea obra literaria, en un sentido muy amplio, regida en todas sus vertientes por una técnica impecable, un dominio –sin exhibicionismos– de la lengua y una vastísima y profunda cultura literaria.

¿Qué hacía un hombre de letras de semejante categoría intelectual y ambición literaria proponiendo obras, evaluándolas, coordinando procesos editoriales y editando textos en un despacho de Planeta? Unas palabras del propio José Manuel Lara Bosch permiten atisbar una explicación:

No quiso nunca ni fue su objetivo fabricar bestsellers, pero no por ello despreció a los lectores de este tipo de obras; lo que hizo fue buscar aquel tipo de lector con el que él se sentía más identificado y con el que le resultaba más fácil comunicarse, y al final encontró al adecuado para su obra […] Supo distinguir perfectamente entre un tipo de obra, que es la que a él le gustaba crear, dirigida a un público exigente en los niveles literarios, y al mismo tiempo valorar perfectamente una novela que buscaba más los valores comerciales y el gran público. Y esto, que a primera vista parece muy fácil, ha sido siempre muy, muy difícil en el mundo editorial.

Sin embargo, más claro incluso fue su hijo, y también editor, Carlos Pujol Lagarriga, quien distinguió claramente entre su “oficio” y su “capricho”, y es evidente que se tomaban tan en serio el uno como el otro. Puedo dar fe de que cuando entregaba una de sus obras de creación, llegaba hasta tal punto revisada, con tal esmero corregida y comprobada hasta en sus más mínimos detalles que sus editores apenas podían desenfundar su lápiz rojo. Y eso es muy muy raro que suceda.

En su extensa trayectoria en el jurado del Premio Planeta, un galardón cuyo objetivo evidente nunca ha sido premiar la calidad literaria sino la comercialidad (dentro de unos mínimos de dignidad), Carlos Pujol era quien, en la práctica, lideraba y coordinaba el equipo de lectores, proporcionándoles unas pautas acerca de los rasgos o características deseados, y tras esa preselección las obras “finalistas” pasaban a manos del jurado (con la salvedad de las siempre supuestas injerencias de las agentes literarias con capacidad para ejercerlas, por lo que todo este trabajo podía ser casi en balde) y, en palabras del propio Pujol, “”salvo contadas excepciones, la decisión final se toma en la tradicional comida del jurado en un restaurante de Barcelona [Via Venetto]”. En cualquier caso, su participación y la de otros hombres de letras mesurado y muy consciente de su papel, como es el caso Alberto Blecua, siempre fue muy valorada por quienes formaron parte de esos jurados.

Otro de los méritos innegables de Carlos Pujol fue su capacidad para crear y liderar discreta y eficientemente equipos de trabajo, y es bien conocida la alineación del que formaban Maite Arbó (hija de Sebastià Juan Arbó), Laureano Bonet, Jordi Estrada, Marcel Plans (autor de los editings de buen número de títulos de la colección Espejo de España) y Xavier Vilaró. Por todo ello, no es de extrañar que Carlos Pujol, apreciado y estimado por sus colegas, respetado cuando no admirado por los autores y a quien no se le conocen enemigos, dejara un hueco importante en Planeta, aunque sea difícil precisar si quienes más lo echarán de menos serán los propietarios de la empresa o los lectores.

Es cierto que profesionalmente quizás hubiera podido dar más de sí en el ámbito de una editorial más eminentemente literaria, nunca lo sabremos con certeza por mucho que lo intuyamos, pero no es menos cierto que el nivel de exigencia y rigor estéticos en cuanto a traducciones y ediciones en Planeta quizás hubiera sido otro (en cualquier caso no más alto) sin su ojo avizor. Se le echa de menos.

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Dedicatoria de Carlos Pujol al autor del blog en su ejemplar de «Cada vez que decimos adiós» (Seix Barral, 1999): «Al amigo Josep Mengual, esta fantasía, con un abrazo». ( abril 2003).

Fuentes:

Alberto Blecua, “Recuerdo de Carlos Pujol”, Fábula, núm. 32 (primavera- verano de 2012), pp. 54-55.

Rafael Borràs Betriu, La batalla de Waterloo. Memorias de un editor, Barcelona, Ediciones B, 2003.

Jordi Gracia, «Elogio intempestivo de Carlos Pujol«, Letras Libres, marzo de 2012.

José Manuel Lara Bosch, “Carlos Pujol, un hombre tranquilo”, Fábula, núm. 32 (primavera-verano de 2012), pp. 59-62.

Fernando Valls, «Carlos Pujol, sabio clandestino«, El País, 24 de enero de 2012.