Luis Martos Lalanne, escritor de informes de censura de libros

En la jugosa lista de censores que Fernando Larraz mencionó en Letricidio español. Censura y novela durante el franquismo, aparece el general de división Luis Martos Lalanne (1906-1982) como «el más prolífico» en la redacción de informes de lectura de textos novelísticos para este órgano represor, si bien ejerció solo estas tareas entre 1971 y 1975, y se le caracteriza en el desempeño de sus funciones como «atrabiliario, rústico, cerril y dogmático» y «el más despectivo con la literatura experimental».

En junio de 1934, su nombre aparece en el Memorial de Ingenieros del Ejército como perteneciente a la promoción 109, salida en julio de 1927 (cuando tenía veintiún años) y en la que obtuvo el número 20; uno de sus primeros destinos fue en la Agrupación de Radiotelegrafía y Automovilismo en África, hasta que el 17 de octubre de 1932 Manuel Azaña (1880-1940) firma como ministro de la Guerra la destinación de Martos al Centro de Estudios Tácticos de Ingenieros, que había obtenido por concurso.

Un poco antes de la guerra civil española, el 26 de mayo de 1935, el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra consigna su pertenencia a la sección de contabilidad de la tercera división e informa que ha quedado sin destino.

 Al iniciarse el golpe de julio de 1936 Martos era capitán de Ingenieros y se encontraba destinado en la Escuela Superior de Guerra, pero cuando en marzo de 1937 se crea la Junta de Movilización, Instrucción y Recuperación, dedicada al reclutamiento de combatientes para el bando franquistas, Martos figura como presidente de la Secretaría entre mayo y septiembre de ese año. Allí se dedicó a «la tramitación de asuntos y documentación de carácter general, y de los de índole secreta o reservada, así como del control de entrada y salida de documentación para la Jefatura», según explican Molina Franco, Sagarra Renedo y González López en su estudio de esta junta. Sin embargo, a finales de 1938, coincidiendo con la autorización para lucir sobre el uniforme la insignia de la Orden Mehdauía (de la que era oficial), se le destina al Ejército de Levante.

Unos años posterior, de 1942, es una colaboración suya en Ejército. Revista ilustrada de las Armas y Servicios del Ministerio del Ejército, en el que se le presenta como comandante de Ingenieros del Servicio de Estado Mayor y donde establece las razones de los éxitos de Hitler e interpreta la segunda guerra mundial como «una continuación de nuestra Cruzada». No es descartable ni mucho menos que anden por ahí algunos otros textos suyos de esos años. Se sabe también que en julio 1964, siendo general de brigada, se le otorgó la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, y que en noviembre de ese mismo año presidió la comisión interministerial creada para evaluar la situación de los marroquíes que habían combatido en las filas franquistas durante la guerra.

Al margen de novelas, cuyos informes emplea y cita Larraz reiterada y generosamente (para deleite del lector), también se ocupó Martos de informar acerca de ensayos políticos, como fue el caso de la traducción de Daniel Iríbar Velasco de La civilisation au Carrefour, coordinado por el filósofo checo Radovan Richta (1924-1983), publicada originalmente por las parisinas Éditions Anthropos en 1968 y que Artiach Editorial preveía publicar en España con un prólogo del sociólogo y militante comunista José Daniel Lacalle Sousa. En su informe de finales de 1971 Martos aceptaba su publicación sin tachaduras argumentando que se trataba de un «espantoso mamotreto» en el que «quizás alguna frase pudiera mejorarse», y consideraba el texto introductorio «tan oscuro como la obra que prologa». Así pues, en febrero de 1972 empezó a distribuirse una edición de 3000 ejemplares de este título. Sin embargo, esta actitud mostrada aquí por Martos de tolerar aquello que no comprendía, consideraba en exceso complejo o le aburría, no siempre la mantuvo, ni al informar acerca de ensayos políticos ni al hacerlo sobre novelas.

De esas mismas fechas es su informe acerca de Pedagogía del oprimido, del filósofo y pedagogo brasileño Paulo Freire (1921-1997) presentado por tres editoriales distintas antes de que se la autorizaran a Siglo XXI, ya en mayo de 1975. En el informe que redactó en noviembre de 1971 Martos, confiesa: «Este libro, o es un camelo, o está tan por encima de la comprensión y conocimientos del lector que suscribe, que no hemos podido entender NI UN SOLO PÁRRAFO». Y aun así, recomienda su prohibición.

Otro argumento no menos curioso es suponer que ciertas obras sólo las leerán marxistas previamente convencidos, por lo cual su capacidad proselitista y por tanto su «peligrosidad» es nula. Fue el caso por ejemplo del Gramsci del filósofo francés Jacques Texier (1932-2011), que la editorial Seghers había publicado en 1966 y Artiach intentó publicar en 1971. Según el informe de Martos, fechado en marzo de ese año, se trataba de un libro que «sólo puede ser leído y entendido por alguien que ya sea marxista, o mejor dicho filósofo del marxismo», y no obstante eso no recomienda su autorización debido a su «contenido totalmente marxista». En marzo de ese año fue denegada la autorización para publicar esta obra.

Un caso un poco similar pero con una conclusión en sentido contrario es el de una Introducción al pensamiento de Gramsci, del filósofo y militante comunista José María Laso Prieto (1926-2009), que presentó a censura la editorial Ayuso en enero de 1973 y de la que en un informe fechado el 30 de ese mes escribe no sin cierta gracia Martos: «El que sea capaz de leer esta obra y enterarse, o bien es un estudioso profundo e imparcial, o un marxista convencido de antemano. El libro puede pues hacer poco o ningún daño.» Aunque con algunas tachaduras, la obra se publicó en septiembre de ese año prologada por el entonces marxista heterodoxo Gustavo Bueno (1924-2006).

Aunque a la barcelonesa editorial Ariel ya se la habían prohibido a principios de ese mismo año, en otoño de 1971 volvió a llegar a censura Las Panteras Negras hablan, del historiador de los movimientos sociales Philip S. Forner (1910-1994), en esta ocasión presentada por la ya mencionada y combativa Artiach. Este libro había dado ocasión, en su primera consulta, a que Martos concluyera su informe haciendo gala de su exuberancia y vehemencia verbal: «En resumen y aparte de los insultos a España, todo el libro es puro comunismo superrevolucionario predicando violencia». Obviamente, la autorización fue de nuevo denegada.

En contraste, del año siguiente es un enfático informe aprobatorio acerca de El escandaloso aquelarre de Larraitz (1972), recopilación debida a Bartolomé de Armuñota acerca del festival de 1971 que tuvo lugar en Larraitz y que la prensa más retrógrada consideró poco menos que un apocalipsis hippie. Una vez presentada a Censura por Fuerza Nueva Editorial, escribe Martos: «El libro es ultraderechista, ultracatólico y ultra-antiseparatista vasco, ultra españolista y todo eso. Cosa que estimamos hace mucha falta en nuestros días para defender nuestra civilización contra las corrientes disolventes tan conocidas». Debido a todo ello, no se conforma con rematar su informe con expresiones lexicalizadas o más o menos formularias, sino que lo considera «ABSOLUTAMENTE AUTORIZABLE».

Y no es que se ensañara en particular con el nacionalismo vasco, sino que incluso se explaya entre jocoso e intolerante en relación a Canarias, región polémica, del abogado Antonio Carballo Contada (1936-1977), cuando Edicusa (Cuadernos para el Diálogo) la presenta en julio de 1972:

para pedir, los canarios tienen la boca como buzón de Correos, e incluso si se les llevara la capital de España a las islas, les parecería poco. Sentimos mucho que no les guste la Ley [sobre régimen económico y fiscal de las islas], pero tampoco les gusta a los quinquis la Ley de Orden Público y ahí está. España está por encima de los regionalismos.

El españolismo radical de Martos está fuera de toda duda, y vuelve a ponerse de manifiesto en el complejo trámite de Hablando con los vascos, del periodista Martín Ugalde (1921-2004) y presentada por la barcelonesa editorial Ariel, en el que se este censor se indigna sobre todo con la entrevista a J.M. Barandiarán porque en ella éste protesta «de que le hayan obligado a aprender español y le llama crimen a eso», aunque considera que en realidad todo el libro «está escrito con verdadera mala intención». El texto inició un periplo de tachaduras y negociación de las mismas, de idas y venidas de la editorial a censura, pero finalmente, amputado, pudo ver la luz.

Ugarte volvió a toparse con Martos a raíz de la presentación por parte de la editorial Seminarios y Ediciones de su Síntesis de Historia del Pueblo Vasco a consulta voluntaria, y en la que se le pidió que la mutilara a consciencia; después de presentarse a depósito, finalmente pudo distribuirse a partir de junio de 1974.

El mes siguiente apareció la Pequeña antología política de Gramsci preparada por el filósofo marxista Juan Ramón Capella y presentada a censura por la editorial Fontanella, que a juicio del ínclito militar metido a censor no incluye sino «Ataques groseros y violentos al capitalismo. No es un estudio filosófico y de altura del marxismo sino una serie de artículos cortos de propaganda.». Fue finalmente autorizada mediante silencio administrativo y publicada en julio de 1974. Ese mismo mes firmaba el dictador el decreto por el que Martos pasaba a la reserva, pero eso no impidió que siguiera redactando informes para censura (quizá le cogiera el gusto, ya fuere a la indigna labor o a la retribución que ésta le reportaba).

Ya muerto Franco, Anagrama presentó a depósito directo en diciembre de 1975 la antología preparada por el filósofo comunista Francisco Fernández Buey (1943-2012) Debate sobre los consejos de fábrica, con textos de Gramsci y de Amadeo Bordiga (1889-1970), que se consideró que chocaba con el ignominioso decreto antiterrorista de 1975 (Decreto-Ley 10/1975 de 26 de agosto), que entre otras cosas facilitó el indecente cierre de publicaciones periódicas como Destino, Posible y Cambio 16 y que se dirigía tanto «contra los grupos u organizaciones comunistas, anarquistas, separatistas» como contra «aquellos otros que preconicen o empleen la violencia como instrumentos de acción política y social» y quienes «públicamente, sea de modo claro o encubierto, defendieren o estimularen aquellas ideologías». Esto hizo que la obra en cuestión fuera secuestrada por el TOP (Tribunal de Orden Público) y no pudo comercializarse hasta finales de septiembre de 1976. En su informe, del 2 de diciembre de 1975, Martos equipara los consejos de fábrica con los sóviets y con las Comisiones Obreras españolas y describe el contenido del libro como «propaganda comunista evidente».

En el ámbito de la poesía, pues Martos toca todos los palos, quizá los autores más conocidos sobre los que informó fueran Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) y Gabriel Celaya (1911-1991). En consulta voluntaria, ya se le había denegado a Llibres de Sinera autorización para las Coplas a la muerte de mi tía Daniela de Vázquez Montalbán en 1970, pero aun así más adelante el poeta y editor José Batlló (1939-2016) presentó a depósito una versión con ciertas variantes y Martos firmó el 6 de julio de 1973 un informe en el que lo describía como «versos sin pies ni cabeza, pero en los que hay alusiones a personas existentes, y alguna obscenidad que deberían ser corregidas». El asunto se resolvió con un silencio administrativo, de modo que la obra pudo distribuirse.

Un poco más complejos son los casos de Rapsodia euskara, de Gabriel Celaya, que en 1961 había publicado la Biblioteca de los Amigos del País como número 16 de la Colección Monografías Vascongadas con ilustraciones de Santos Echeverría, y Baladas y decires vascos, de la que en 1965 la colección El Bardo de José Batlló había publicado una edición sensiblemente perjudicada por los cortes censorios. En 1968 apareció, también censurada y en El Bardo (en la editorial Ciencia Nueva), una edición titulada Canto en lo mío (Rapsodia euskara-Baladas y decires vascos),que en 1973 intentó publicar íntegra, sin éxito, la editorial Auñamendi. En esta ocasión Martos se explaya en algunas consideraciones hasta cierto punto personales (téngase en cuenta que era de origen andaluz, de ahí la referencia a los tartesos): «Todo gira sobre que los únicos que saben trabajar y trabajan son los vascos. Muy bien. Si quieren presumir de mulas de carga, allá ello [sic]. El que suscribe prefiere la suave filosofía tartesia».

Leídas hoy resultan entre disparatadas y jocosas todas estas parrafadas y este estilo carpetovetónico tan extremado de Martos, y el riesgo es que estas ridiculeces hagan olvidar, como insiste Larraz en su libro de 2014, las gravísimas y vergonzosas consecuencias que a menudo tenían sobre las condiciones en que los libros llegaban a lectores; y, en última instancia, sobre el nivel (y la historia) de la cultura española toda.

Fuentes:

Boletín Oficial del Estado.

Diario Oficial del Ministerio de la Guerra.

Sergio García García, «”Se trata de unos poemas de cierto regusto marxistizante”. La poesía de Manuel Vázquez Montalbán ante la censura franquista», Tonos Digital, núm. 38 (2020).

Lucas Molina Franco, Pablo Sagarra Renedo y Óscar González López, El factor humano. Organización y liderazgo para ganar una guerra. La Jefatura de Movilización, Instrucción y Recuperación en la Guerra Civil española, Madrid, Ministerio de Defensa del Gobierno de España (colección Adalid), 2022.

Francisco Rojas Claros, «Edición y censura del marxismo italiano en la España de Franco. Antonio Gramsci y Galvano della Volpe (1962-1975)», Spagna contemporanea, núm. 49 (2016), pp. 121-139.

Francisco Rojas Claros, «La difusión del marxismo durante el franquismo: el caso de Artiach Editorial(1969-1974)», Revista Historia Autónoma, núm. 9 (2016), pp. 147-170.7

Francisco Rojas Claros, Dirigismo cultural y disidencia editorial (1962-1973), Universidad de Alicante, 2013.

Joan Mari Torrealdai Nabea, La censura de Franco y el tema vasco, Astigarraga, Fundación Kutxa, 1999.

El editor Gonzalo Pontón y la historia

«Mucha gente diría que hubo una primera transición hasta el 23 de febrero de 1981, cuando los militares intentaron dar un golpe de Estado que fracasó, y luego a partir de ahí comenzó una segunda transición, que sería la actual. Otros dicen que la verdadera transición empezó cuando por primera vez en España los socialistas llegaron al gobierno, cuando Felipe González ganó las elecciones en 1982. Pero otros creemos que la transición todavía no terminó.»

Gonzalo Pontón

 

Es de suponer que a nadie extrañaría que en diciembre de 2005 la superagente literaria Carmen Balcells (1930-2015) fuera investida doctora honoris causa por la Universitat Autònoma de Barcelona, pero en realidad históricamente no ha sido muy habitual que, ni siquiera a iniciativa de las facultades de humanidades, las universidades españolas hayan reconocido de este modo a quienes a lo largo de las últimas décadas han intervenido de un modo crucial en la difusión del conocimiento y la cultura o en la mejora del ecosistema editorial. Es el caso, sin embargo, de Gonzalo Pontón Gómez (n. 1944), a quien, a propuesta del ámbito de Humanidades, el rectorado de la Universitat Pompeu Fabra aprobó el 17 de octubre de 2018 iniciar los trámites para concederle el doctorado honoris causa por esa universidad (en un acto celebrado casi exactamente un año después).

En la propia web de Pasado & Presente, se calcula que a lo largo de su trayectoria –más de medio siglo ya– Gonzalo Pontón, licenciado en Historia por la Universitat de Barcelona), habrá editado unos dos mil títulos aproximadamente, de los cuales la mitad dedicados a la historia, y en particular a la moderna y contemporánea, pero su adscripción es además clara a la estirpe de editores que se formaron en todos los procesos de elaboración del libro desde que en 1963 entró como corrector en la editorial Ariel, cuando esta se había convertido ya en sociedad anónima. Progresivamente pasó a ser en esta misma empresa jefe de producción, jefe de redacción y secretario de gestión, al tiempo que dejaba además algunas traducciones en el catálogo que más adelante revitalizaría (Hobsbawm y Cipolla, por ejemplo).

No es raro que de esa etapa se recuerde en particular la primera edición española de La historia de España, de Pierre Vilar (1906-2003) –publicada originalmente en las Presses Universitaires de France en 1947–, y no sólo porque Pontón la considera «la mejor síntesis interpretativa de la historia de España», sino también por las condiciones en que se llevó a cabo y por las consecuencias que tuvo su primera edición. Ariel era por entonces uno de los puntos de contacto que con la edición española tenía el librero y editor exiliado en París Antonio Soriano (1913-2005) , que había encargado a sus talleres la impresión de algunos libros que luego distribuía en el exilio, como es el caso de La España del siglo XIX, de Manuel Tuñón de Lara (1915-1997), pero además de esos mismos talleres salieron algunas otras ediciones clandestinas, como Así cayó Alfonso XIII, del que fuera breve ministro de la Gobernación en 1931, Miguel Maura (1887-1971).

Acerca de este caso, escribió Francisco Rojas Claros:

Desafortunadamente para los editores, la Brigada Político Social intervino una parte de los ejemplares del libro. Según establecía la Ley de Prensa e Imprenta, se abrió expediente contra la editorial, siendo el caso juzgado por el Tribunal de Orden Público. El pliego de cargos del Ministerio de Información y Turismo se basó en tres puntos fundamentales: imprimir una obra sin el debido pie de imprenta; difundirla sin efectuar el depósito de la misma (de los 7350 ejemplares, sólo fueron incautados 3834); ser inexactos los datos relativos al lugar de impresión (Librairie Espagnole, París).

Al gerente de la empresa, Alejandro Argullós Marimon, la broma le costó cuatro meses de arresto, pero a la editorial una multa de cien mil pesesetas y, entre otros daños colaterales, la inhabilitación política de Gonzalo Pontón (militante del PSUC, el Partit Socialista Unificat de Catalunya). El editor se resarciría de este mal trago años más tarde, cuando pudo por fin publicar en Crítica este mismo libro en condiciones, «con todos los honores», en sus palabras, al que añadiría varios de los títulos más importantes y representativos de Vilar.

Cuando finalmente en 1971 Ariel se fusionó con Seix Barral, que por entonces no se encontraba precisamente en su mejor momento en cuanto a saneamiento económico, Pontón se puso al frente de la empresa resultante pero nunca se sintió del todo cómodo, porque además había empezado a pensar ya en crear una editorial que, en el ámbito del ensayo, sacara todo el partido posible a la apertura que se suponía que conllevaría la muerte de Franco (si bien, como a otros muchos, a Pontón le pareció que esta se quedaba muy muy corta).

Como es bien sabido, fue el editor catalán exiliado en México Juan Grijalbo (1911-2002), con quien compartía además militancia, quien le proporcionó la oportunidad de poner a andar su propio proyecto, la Editorial Crítica, en el que la colaboración del prestigioso profesor Josep Fontana (1938-2018) fue fundamental y uno de cuyos primeros títulos fue La República y la Guerra Civil, de Gabriel Jackson, que Grijalbo había publicado ya en 1967 en México, y retomó también un ambicioso proyecto que había dado sus primeros pasos en esa capital americana, la edición en español de las obras de Marx y Engels. Fundada en fecha tan simbólica como el 14 de abril (de 1976), el impresionante catálogo de Crítica constituye un índice impecable de los historiadores más importantes en la materia, tanto españoles (Jordi Nadal, Xavier Moreno, José Álvarez Junco, Miguel Artola, Josep Termes, José Antonio González Casanova, Josep Fontana…), como extranjeros (Gabriel Jackson, Ian Gibson, Henry Kamen, Ronald Fraser, Antony Beevor, Eric Hobsbawn…), pero aparecen también políticos tan importantes como Iliá Ehrenburg, Santiago Carrillo o Manuel Azaña, y colecciones destinadas a otros ámbitos, como es el conocido caso de la colección Historia y Crítica de la Literatura Española. 

Cuando Juan Grijalbo finalmente se jubiló, el grupo que había creado fue absorbido en 1985 por el conglomerado italiano Mondadori, de lo que nació Grijalbo.Mondadori, donde completó su formación, entre muchos otros, Claudio López Lamadrid (1960-2019). Al frente de este nuevo grupo como consejero delegado, Pontón logró mantener la independencia de Crítica, pero tuvo además que lidiar con nuevos inconvenientes, que explicó con cierto detalla a Sergio Vila-Sanjuán:

Esencialmente los italianos no me aportaron nada. La idea era aprovechar su know-know para impulsar el desarrollo de Grijalbo-Mondadori en América Latina. Pero en medio los consejeros delegados iban cambiando y cada uno aparecía con un proyecto diferente. Se pierde mucho tiempo discutiendo con un montón de ejecutivos y administradores delegados, No es un mundo tan racional como parece: muchas veces los caprichos y las manías personales pesan mucho más que la consecución de beneficio. A mí los italianos solo me pedían grandes resultados económicos y los di: cuando lo cogí, el grupo facturaba treinta millones de dólares anuales; cuando lo dejé facturaban 100 millones, con cinco millones de beneficio.

Cuando lo dejó, Pontón compró la editorial gracias a la para muchos sorprendente ayuda de José Manuel Lara Hernández (1914-2003), de modo que Crítica pasó a integrarse en el Grupo Planeta y Pontón se convirtió en director general del área universitaria y cultural (formada por las editoriales Crítica,. Paidós y Ariel), y también fue en esta etapa cuando Crítica fue galardonada con el Premio a la Mejor Labor Editorial (en 2007). En 2009, para sorpresa y enfado de casi todos, se le empujó a una jubilación con una cláusula que le impedía además dedicarse a labores editoriales durante los dos siguientes años, lo que recuerda inevitablemente el acuerdo de Lara con Josep Janés cuando le vendió la editorial L.A.R.A. y que evidentemente incumplió.

Sin embargo, Pontón no perdió el tiempo, y además de ultimar su primer libro (La lucha por la desigualdad. Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII), con el que ganaría el Premio Nacional de Ensayo en 2017, empezó a poner las bases de lo que acabaría siendo la editorial Pasado&Presente, que arrancó en cuanto se cumplía el plazo establecido por el contrato con Lepanto, de Alessandro Barbero, y Por el bien del Imperio, de Josep Fontana, y ha dado continuidad a lo que antes los lectores conocían como Crítica (que ha proseguido su trayectoria en el Grupo Planeta).

Por si todo ello fuera poco, aún ha tenido tiempo para intervenir muy activamente en asociaciones y organizaciones destinadas a la colaboración entre editores, y así, presidió la Cámara del Llibre de Catalunya (1994-1998), se incorporó a la Junta Directiva del Gremi d´Editors de Catalunya, presidió la comisión de comercio exterior de la Federación de Gremios de Editores de España y fue el representante español en la comisión Libertad para Publicar de la Asociación Internacional de Editores.

Gonzalo Pontón no solo ha sabido mantener el interés y el prestigio de los catálogos que ha construido, por lo que sobre su aportación a la cultura escrita hay poca discusión posible, sino que además ha logrado mantener su combatividad e independencia tanto cuando ha trabajado a su aire como cuando ha tenido que hacerlo integrado en estructuras empresariales con las que, muy probablemente, ideológicamente no sintiera ninguna afinidad.

Fuentes:

Ab Origine Magazine, «La barbarie del capitalisme (entrevista a Gonzalo Pontón)».

Manuel Llanas, con la colaboración de Montse Ayats, L’edició a Catalunya. El segle XX (1973-1975), Barcelona, Gremi d Editors de Catalunya, 2006.

Ana Martínez Rus, «Semblanza de Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944- )», en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED.

Francisco Luis del Pino Olmedo, «Editorial Ariel. Feliz 70 cumpleaños», Clío, núm. 132 (2012), pp. 29-34.

Gonzalo Pontón [Gómez], «Tiempo de aprendizaje», Tiempo de Ensayo. Revista Internacional sobre el Ensayo Hispánico, núm. 1 (2017), pp. 240-256.

Gonzalo Pontón [Gómez], «Estoy orgulloso de haber publicado estos libros», Librotea El País.

Silvina Friera, «Un estratega contra la censura», Página 12, 9 de junio de 2007.

Francisco Rojas Claros, Dirigismo cultural y disidencia cultural en España (1962-1973), Universidad de Alicante, 2013.

Sergio Vila-Sanjuán, Pasando página. Autores y editores en la España democrática, Barcelona, Destino (imago mundi 26), 2003.

La prodigiosa memoria de Fabrizio del Dongo

Rafael Borràs Betriu, La batalla de Waterloo, Ediciones B, Barcelona, 2003, 546 páginas. (Reseña publicada originalmente en Quimera, núm. 243 [2004])

El 18 de junio de 1816, al cumplirse un año de la batalla de Waterloo, y según consigna el conde de Las Cases en el Mémorial de Sainte Hélène, Napoleón Bonaparte hacía la siguiente reflexión sobre tan decisivo acontecimiento: «Singular derrota, que, pese a ser la mayor catástrofe, no menoscabó la gloria del vencido, ni aumentó la del vencedor. El recuerdo de uno [Napoleón] sobrevivirá a su destrucción; la memoria del otro [Wellington] quedará quizá sepultada por su triunfo».

Cuando Rafael Borràs Betriu (Barcelona, 1935) titula la primera entrega de sus memorias La batalla de Waterloo, evocando la magistral apertura de La cartuja de Parma, se está definiendo como un observador que, inmerso en el combate, no alcanza a ver ni comprender la magnitud ni mucho menos las consecuencias de la batalla. La contienda de la que nos habla el autor es la lucha por la Cultura («las verdaderas conquistas son las que se obtienen sobre la ignorancia», dejó escrito el célebre corso), una batalla que en el mundo editorial se libra a diario y en la que durante décadas uno de los principales rivales, pero no el único, fue la censura.

José Manuel Lara Hernández y Rafael Borràs Betriu.

La brillante y laureada carrera de Rafael Borràs Betriu (de la Casa del Libro a Ediciones B, pasando sucesivamente por Luis de Caralt, Plaza, Ariel, Alfaguara, Planeta y Plaza & Janés, entre otras empresas) le ha mantenido siempre en primera línea de fuego, y a lo largo de su trayectoria ha sido tanto protagonista e instigador como testigo de hechos de armas notables en el acontecer de la industria editorial española. Sin embargo –y además de a la célebre revista La Jirafa (1956-1959) –, su gloria irá siempre unida a su condición de creador e impulsor de dos colecciones míticas: Espejo de España (en Planeta, 1973-1995) y su sucesora Así fue. La Historia Rescatada (Plaza & Janés, 1995-1998). A tenor del heterogéneo catálogo de estas dos colecciones, no sería de extrañar que

Victor Alba.

Borràs Betriu suscribiera la rotunda declaración que hiciera Peter Mayer (capitán general de Penguin Books durante muchos años), referente a la conveniencia de apoyar ciertos libros necesarios: «a veces publico libros que me desagradan, me irritan, incluso me repugnan, pero son obras escritas por gente inteligente que deben ser difundidas» (La Vanguardia, 8/VII/2000), si bien el autor de estas memorias señala ya en el prólogo que el principio rector de su labor editorial procede de Marañón («Ser liberal consiste en estar dispuesto a admitir que el otro puede tener razón»). Es precisamente la pasión por la historia contemporánea y el talante republicano y liberal lo que transmiten con una rara pureza e intensidad las páginas de este libro, cuyos dos subtítulos («Memoria de un editor» y «Una reflexión políticamente incorrecta con el mundo de la letra impresa como trasfondo») son verdaderamente acertados y esclarecedores. Nos encontramos ante un mosaico de impresiones, escenas y anécdotas que, sin atenderse rigurosamente al orden cronológico, en su conjunto nos ofrecen una amplia imagen de la vida cultural y política española entre el final de la década de los cuarenta y las postrimerías del franquismo. Abundan las anécdotas jugosas o significativas tratadas con una acerada ironía –antológicas algunas sobre la falta de método de la censura–, y a menudo dan pie a reflexiones o divagaciones acerca de la evolución histórica y política del país en las que Borràs Betriu opina con absoluta libertad y sin cortapisas sobre acontecimientos y sobre todo sobre protagonistas importantes de la dictadura primorriverista, los años republicanos, la guerra civil y la postguerra: Ricardo de la Cierva, Victor Alba, Antonio Maura, Jorge Semprún, Manuel de Pedrolo, Camilo José Cela, José Maria de Areilza, Alfonso XIII, Juan de Borbón, Ramón Serrano Súñer, José Bergamín, Manuel Azaña, Serrano Suñer, Rafael Sánchez Mazas…

Sin embargo, y sin entrar en el valor cultural de las filias del autor (Mercedes Salisachs, Dionisio Ridruejo o Carlos Rojas entre los más evidentes) sorprenden, cuanto menos, algunos de los juicios vertidos sobre el mundo editorial, como por ejemplo la insistente reivindicación de la labor de Luis de Caralt. Cierto es que Caralt publicó a Bernanos, Faulkner, Steinbeck, Hesse, Greene, Kerouac o Nabokov, pero no lo es menos que, en general, se trata de traducciones abominables se mire como se mire y en ediciones muy poco cuidadas, lo que más bien resultó ser un flaco favor a la Cultura, y por ende sitúa a Caralt unos cuantos pasos por detrás de Manuel Aguilar, Josep Janés, José Vergés o Mario Lacruz. O Rafael Borràs Betriu, a quien en más de una reseña a este libro se ha caracterizado como «El Napoleón de la edición española» (P. Montero y R. Conte, por ejemplo).  Vive alors l´Empereur, y quedamos a la espera de la prometida segunda entrega, que debe cubrir su etapa como mariscal de campo de Planeta. [Efectivamente, en los años posteriores a la publicación original de este primer volumen le siguieron La guerra de los Planetas. Memorias de un editor II, Ediciones B, 2005, y La razón frente al azar. Memorias de un editor III, Flor del Viento, 2010]

Historia y Crítica de la Literatura Española

El mismo año en que se celebraron en España las primeras elecciones tras la dictadura franquista, se estrenaba en la aún reciente Editorial Crítica una colección destinada a los profesionales y aficionados a la filología con un título legendario no sólo en esta disciplina sino en las humanidades en un sentido amplio, Erasmo y el erasmismo, de Marcel Bataillon (1895-1977), precedido de una breve nota previa del director de la colección, Francisco Rico (que ya había dirigido la colección Letras e Ideas en Ariel). Reconocido como el mayor conocedor del erasmismo, al que ya había dedicado su tesis doctoral (Érasme et l’Espagne, recherches sur l’histoire spirituelle du XVIe siècle, 1937), Bataillon era célebre sobre todo gracias a la traducción que con el título Erasmo en España había preparado el escritor y filólogo mexicano Antonio Alatorre (1922-2010) para el Fondo de Cultura Económica, que la publicó en 1950 (922 páginas), y sucesivamente actualizada, corregida y ampliada en 1960 y 1966.

Marcel Bataillon.

El segundo número de la colección Filología, publicado también en 1977, fue Semántica y poética. Góngora, Quevedo, del fundador en París del Centre d’Études Catalans Mauricio Molho (1922-1995), al que seguirían, entre otros, títulos de Walter D. Mignolo (Elementos para una teoría del texto literario, 1978), Carlos Blanco Aguinaga (edición corregida y aumentada de Juventud del 98, 1978), Constanzo Di Girolamo (Teoría crítica de la literatura, 1982), Russell P. Sebold (Trayectoria del Romanticismo español, 1983), Emilio Orozco (Introducción a Góngora, 1984), Cesare Segre (Principios de análisis del texto literario, 1985), Claudio Guillén (Entre lo uno y lo diverso. Introducción a la literatura comparada, 1985)… Y asimismo nacería una serie de Lecturas de Filología, dirigida también por Rico, que daría cabida a textos o compilaciones más breves de Roman Jakobson (Lingüística, Poética y tiempo, 1981), José Ferrater Mora (El mundo del escritor, 1983) o Francisco Ayala (La estructura narrativa y otras experiencias literarias, 1984).

Página de créditos de El mundo del escritor. Adviértase que la dirección de Crítica (en un edificio diseñado por el arquitecto Emili Donat) corresponde a la que actualmente lo es de otra editorial importante, Anagrama, que hasta 1987 ocupó un dúplex en el número 44 de esa misma calle, y entonces (como consecuencia del traslado de Crítica a la sede de Grijalbo), la editorial de Jorge Herralde compró y pasó a ocupar lo que fueran las oficinas de Crítica.

Sin embargo, el mayor y más longevo éxito de la colección Filología fue el de una serie que guardaba ciertas similitudes con El Escritor y la Crítica de la madrileña editorial Taurus, Historia y Crítica de la Literatura Española (comúnmente conocida también como HCLE), cuyos dos primeros números aparecieron en 1980: Edad Media, a cargo del hispanista inglés Alan Deyermond (1932-209), y Siglos de Oro: Renacimiento, preparado por Francisco López Estrada (1918-2010), quien ese mismo año publicaba en la Editorial Complutense Tomás Moro y España: sus relaciones hasta el siglo XVIII. Se trataba de libros bastante voluminosos, con un ingenioso y muy clarificador diseño (de Enric Satué), encuadernados en rústica con solapas y en los que era evidente que, pese a su complejidad editorial, se ajustaban cuanto se podían los costes para no disparatar el precio de venta al público.

En su divertida introducción (con fábula incluida) a cada uno de los volúmenes (nueve en total, más suplementos), Francisco Rico empezaba por exponer con claridad los propósitos de la obra:

Historia y crítica de la literatura española quisiera ser varios libros, pero sobre todo uno: una historia nueva de la literatura española, no compuesta de resúmenes, catálogos y ristras de datos, sino formada por las mejores páginas que la investigación y la crítica más sagaces, desde las perspectivas más originales y reveladoras, han dedicado a los aspectos fundamentales de cerca de mil años de expresión artística en castellano.

La obtención de tal objetivo se fundamentó en la elección de un editor que conociera exhaustivamente el campo que debía abordar y la selección de textos (artículos en revistas especializadas, pasajes de ensayos e incluso ocasionalmente textos específicamente reescritos para su inclusión en la obra), y en una utilísima disposición de los materiales. Tras la mencionada introducción y una nota previa con las claves empleadas, cada volumen se abría con un prólogo del editor y a continuación seguían los diversos capítulos, cada uno de ellos precedidos a su vez de una breve introducción (que orientaba al lector sobre el estado en que se encontraban los estudios acerca de la materia específica y comentaba la bibliografía), una bibliografía específica, y los artículos seleccionados, y el volumen se cerraba con un completo y exhaustivo índice alfabético. Sirva como ejemplo el índice, a grandes rasgos, del quinto volumen, dedicado a Romanticismo y Realismo y a cargo de la poetisa e intelectual puertorriqueña Iris M. Zavala, coordinado por Elvira Pañeda y con traducciones de Carlos Pujol:

  • Introducción
  • Notas previas
  • Prólogo al volumen
  • Románticos y liberales
  • Temas de la literatura burguesa
  • Larra y Espronceda
  • La fortuna del teatro romántico
  • La poesía romántica. Bécquer y Rosalía
  • Costumbrismo y novelas
  • El naturalismo y la novela
  • Benito Pérez Galdós
  • «Clarín»
  • Teatro y poesía naturalistas
  • Apéndice: Prosa intelectual
  • Adiciones [bibliográficas, que actualizan el volumen]
  • Índice alfabético

Entre los textos seleccionados aparecen los más citados y prestigiosos sobre cada una de las materias de Donald L. Shaw, Vicente Llorens, Allison Peers, José Luis Aranguren, Jaime Vicens Vives, Pedro Sailinas, Joaquín Casalduero, Robert Marrast, Bruce W. Wardropper, Luis Cernuda, Fernando Lázaro Carreter, José F. Montesinos, Frank Durand, Vicente Gaos, Carlos Blanco Aguinaga, José-Carlos Mainer, Gonzalo Sobejano, Sergio Beser, Dámaso Alonso, Francisco Ruiz Ramón…

Ya desde el primer momento se anunció la intención de actualizar estas antologías ya fuera mediante la publicación de suplementos o bien mediante ediciones íntegramente rehechas, y al cabo de diez años, en 1991, aparecían los suplementos dedicados a la Edad Media y a Siglos de Oro: Renacimiento, a cargo de los mismos especialistas que se habían ocupado de los tomos originales (véase al pie del texto la lista de títulos publicados). Sin embargo, todo parece indicar que la aceptación que tuvieron estos suplementos fue sensiblemente menor a la que había tenido la serie original, y cosa bastante parecida puede decirse de la Historia y Crítica de la Literatura Hispanoamericana, cuyos tres volúmenes aparecieron entre 1988 y 1990 coordinados por el crítico chileno Cedomil Goic: Época colonial, Del Romanticismo al Modernismo y Época contemporánea.

Como sucede con toda selección, es por su misma naturaleza discutible, y la comparación entre la calidad de uno y otro volumen se convirtió en su momento en poco menos que un entretenimiento recurrente que a veces se convertía en competición de esnobismo. Hoy, casi medio siglo después de su publicación original, es muy probable que el grueso de los textos recogidos en los volúmenes de HCLE sean fácil y gratuitamente accesibles en internet, pero, aun así, lo que sigue haciéndolos útiles a día de hoy es precisamente la tarea prescriptiva y de análisis (a menudo con criterios explicitados en los prólogos) llevada a cabo por reconocidos especialistas en cada ámbito concreto.

Títulos, con sus correspondientes suplementos,de Historia y Crítica de la Literatura Española

Se han dispuesto los suplementos a continuación del título que actualizan y, si no se indica lo contrario, el responsable del suplemento es el mismo que el del volumen corriente.

1: Alan Deyermond, Edad Media, 1980.

1/1 Primer suplemento, 1991.

2 Francisco López Estrada, Siglos de Oro: Renacimiento, 1980.

2/1 Primer suplemento, 1991.

3 Bruce W. Wardropper, Siglos de Oro: Barroco, 1983.

3/1 Aurora Egido, Primer suplemento, 1992.

4 José Miguel Caso González, Ilustración y Neoclasicismo, 1983.

4/1 David T. Gies y Russell P. Sebold, Primer suplemento, 1992.

5 Iris M. Zavala, Romanticismo y Realismo, 1982.

5/1 Primer suplemento, 1993.

6: José-Carlos Mainer, Modernismo y 98, 1980.

6/1 Primer suplemento, 1994

7 Víctor García de la Concha, Época contemporánea: 1914-1939, 1984.

7/1 Agustín Sánchez Vidal, Primer suplemento, 1995.

8 Domingo Ynduráin, Época contemporánea: 1939-1981, 1981.

8/1 Santos Sanz Villanueva, Primer suplemento, 1999.

9 Darío Villanueva, José Luis García Marín, Santos Sanz Villanueva y César Oliva, Los nuevos nombres: 1975-1990, 1992.

9/1 Jordi Gracia, Primer suplemento, 2000.

Los primeros años de la editorial Ariel, la literatura infantil, la censura…

Los orígenes de la editorial Ariel, que en el momento de escribir estas líneas cumple la muy respetable edad de 75 años, tiene justa fama de cantera propicia de grandes nombres de las letras y de la edición, pues en algún momento u otro de su historia desempeñaron en ella funciones de mayor o menor responsabilidad desde el filósofo y traductor Manuel Sacristán (1925-1985) a los editores Xavier Folch i Recasens (n. 1938), Gonzalo Pontón Gómez (n. 1944) y Joan Sales (1912-1983), así como el conocido corrector y editor de mesa Josep Poca i Gaya (n. 1940), pasando por el abogado y economista Jordi Petit Fontseré (1937-2004), el mediático economista Fabià Estapé (1923-2012) , el célebre abogado penalista Octavio Pérez-Vitoria (1912-2010) –a quien se atribuye más de un regate a la censura franquista– o los prestigosos historiadores Josep Fontana (n. 1931) y Jordi Nadal i Oller (n. 1929), entre no pocos otros de similar relieve.

De izquierda a derecha: Manuel Sacristán, Calsamiglia, Mario Bunge y Argullós.

Sin embargo, el origen de la editorial Ariel estuvo en la confluencia de lo que Gonzalo Pontón ha descrito como «una pareja extraña» que se había conocido en la Universidad Autònoma de Barcelona anterior a la guerra, el tándem formado por el licenciado en Derecho Alexandre Argullós (1912-1996) y el licenciado en Filosofía Josep Maria Calsamiglia (1913-1982), que había sido ayudante del celebérrimo profesor y poeta Ramon Xirau (1924-2017). A Argullós la guerra civil le había pillado en una estancia de ampliación de estudios en Milán, pero en 1937 regresó a Barcelona, por lo que no podía tener ninguna esperanza de poder proseguir su carrera como abogado, mientras que a Calsamiglia, aunque intentó depurarse, se le prohibió la docencia superior por un período de ocho años.

Así pues, en 1941 aunaron esfuerzos para comprar una de las imprentas históricas en Barcelona, la de los herederos de Domingo Casanovas, situada en el número 67 de la Ronda de Sant Pau, y al parecer durante un breve tiempo operaron con el nombre Demos. Sin embargo, no tardaron en trasladarse en 1946 a un local en los bajos del edificio modernista que ocupaba la también histórica Montaner y Simon (que hoy alberga la Fundació Tàpies), en un momento en que ésta atravesaba por serios problemas económicos, y pudieron ampliar así un poco su maquinaria, hasta el punto que unos años más tarde (en 1953) se trasladaron allí también las oficinas. En palabras de nuevo de Gonzalo Pontón:

adquirieron una vieja maquinaria tipográfica que estaba pidiendo a gritos la jubilación: una enorme máquina plana de imprimir LM, un par de Koenig Bauer mediocres, dos linotipias Mergenthaler, una cizalla y cajas y chibaletes con tipos que manipulaban con destreza dos viejos cajistas honrados de insigne tradición. Imprimían allí, aparte de la remendería del barrio, los (pocos) libros y revistas que se editaban en la Barcelona de posguerra. Pero también los apuntes de clase de sus compañeros de promoción que habían sido premiados con cátedras y prebendas por su fidelidad a la España eterna.

Al parecer, la elección del nombre con el que esta empresa se convertiría en legendaria en el ámbito de las humanidades se debe a un ensayo ya famoso en esos años del escritor católico francés André Maurois (1885-1967), Ariel ou la vie de Shelley (1923), que en España habían publicado las Ediciones Oriente (1930) en traducción de Luis Calvo y que en 1951 publicaría también José Janés, que concuerda con la ideología que profesaban los propietarios de Ariel.

Entre los primeros libros que llevan pie editorial de Ediciones Ariel se cuentan títulos muy alejados de los que la harían famosa, como fueron por ejemplo La lección de San Juan de la Cruz. Episodios, doctrina y poesía de un resurgimiento espiritual (1942), de Enrique Chandebois, con un prólogo a la edición española de Luis Araujo-Acosta (1885-1956) y encuadernado en tela, o Lo que vi en América (¿1942?), de Benigno Varela, pero en los años cuarenta el peso lo llevaban los Talleres Tipográficos Ariel, responsables entre otros títulos igualmente alejados de los que harían famosa a la editorial como En la soledad del tiempo, de Dionisio Ridruejo, ilustrada por Ramón de Capmany, o la Poesía (1924-1944) de César González-Ruano, ambas para Montaner y Simon, o El paquebot de Noé del igualmente escritor de derechas Félix Ros, en este caso para la Editorial LARA (la primera empresa editorial de José Manuel Lara Hernández).

Cuando en mayo de 1946 empezó a publicarse la revista clandestina Ariel de Josep Palau i Fabra, Joan Triadú, Frederic-Pau Verrié, etc., que no tenía ningún tipo de vínculo con la editorial, surgieron inicialmente algunas confusiones entre los lectores, pero precisamente por su carácter minoritario y su trompicada distribución no se consideró que valiera la pena molestarse por ello (aunque incluso hoy se generan a veces equívocos).

Escribe Francisco Luis del Pino sobre la primera década de Ariel y su tremendo contexto político y social: «Mientras el decenio de 1940 a 1950 se caracterizó por ser años de penuria, represión y censura: “Franco manda y España obedece” sentenciaba una consigna de la dictadura, Ariel se especializó en títulos de medicina, economía, derecho y filosofía», y también hubo espacio para la sociología, la geografía o la historia, lo que marcaba ya desde el principio su vocación de editorial universitaria (incluso en el sentido de tener la vocación de sustituir o paliar las carencias de la universidad franquista). Es significativo en este sentido la ya aludida publicación de apuntes, que constituían prácticamente la única lectura promovida por la universidad.

Y antes de que acabara la década, con la que concluye también una primera etapa de Ariel, se inicia la publicación de libros en catalán, gracias a la iniciativa de Joan Sales, que luego tendría continuidad y frutos tan asombrosos y perennes como los diez volúmenes de Historia de la Literatura Catalana dirigida por Martí de Riquer, Manuel Comas y Joaquim Molas. Así, en 1949 aparecen una edición de bibliófilo y una destinada al comercio regular del primer volumen de rondalles populars, un volumen de 150 páginas con textos de Ramon Llull, Frederic Mistral y Jacint Verdaguer, prologados por Carles Riba y con dibujos a tres tintas de Elvira Elies, y a este seguirían tres volúmenes más cuya importancia radica sobre todo en ser la primera publicación específicamente dirigida al público infantil (en su edición regular) que conseguía la aceptación de la censura española. Sin embargo, no sucedió lo mismo con el intento de Sales y Noel Clarasó de crear una publicación periódica al estilo de la muy célebre Patufet de preguerra, para la que incluso habían elegido ya el nombre, Antonet, y se mandó una primera maqueta a censura, pero estuvieron a punto. Tal como lo cuenta Òscar Samsó, una anécdota acompañó a este fracaso:

Un primer ejemplar y un memorial enviados a la Secretaría de Educación Popular en tiempos del ministro de Educación Ibáñez Martín fueron a parar a la Secretaria del Pardo, residencia de Franco. De allí fueron remitidos al organismo competente que, al ver quién era el último remitente, lo interpretaron como una recomendación. La confusión se disipó y el Antonet permaneció prohibido.

De hecho, los sobresaltos e incluso los conflictos de Ariel en las décadas siguientes serían frecuentes y serias, como ejemplifica por ejemplo otra obra magna, ya de la década siguiente, los ocho volúmenes de la Historia de España de Ferran Soldevila, que sin embargo fue uno de los primeros grandísimos éxitos de Ariel, con el que incluso puede decirse que se abría una nueva etapa.

Fuentes:

Jordi Amat, «Historia en combate», Cultura/s La Vanguardia, 18 de marzo de 2017, pp. 8-9.

Manuel Llanas, con la colaboración de Montse Ayats, L’edició a Catalunya. El segle XX (1973-1975), Barcelona, Gremi d Editors de Catalunya, 2006.

Francisco Luis del Pino Olmedo, «Editorial Ariel. Feliz 70 cumpleaños», Clío, núm. 132 (2012), pp. 29-34.

Gonzalo Pontón [Gómez], «Tiempo de aprendizaje», Tiempo de Ensayo. Revista Internacional sobre el Ensayo Hispánico, núm. 1 (2017), pp. 240-256.

Francisco Rojas Claros, Dirigismo cultural y disidencia cultural en España (1962-1973), Universidad de Alicante, 2013.

Joan Samsó, La cultura catalana. Entre la clandestinitat i la repressa pública (1939-1951), Barcelona, Publicacions de l´Abadia de Montserrat (Biblioteca Abat Oliva), 1995.