Felipe Trigo, de autopublicado a recuperado

El de la literatura del escritor Felipe Trigo (1864-1916) en el canon de la literatura española es un caso bastante singular en cuanto a movilidad, y de hecho ya desde el primer momento, cuando se autopublicó sus primeras obras, la crítica de su tiempo tuvo actitudes muy enfrentadas en cuanto al valor de su obra. En términos generales, en cambio, los lectores se sintieron más que satisfechos con su propuesta y lo convirtieron en uno de los escritores de mayor éxito de principios del siglo xx, si no el que más, en un momento en que ciertos ámbitos editoriales estaban cobrando fuerza con libros destinados a un nuevo público al que le ofrecían la literatura que les interesaba a unos precios muy competitivos. Acaso por morbo sicalíptico, o bien por la contunfdencia de su crítica social, el caso es que su éxito fue extraordinario y en aquellos años solo comparable al de Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928).

Felipe Trigo

Cuando Trigo publica los dos volúmenes de su primera novela, Las ingenuas, tenía ya un cierto nombre tanto por considerársele un héroe como consecuencia de su paso como médico por Filipinas como por su actividad como periodista. Había publicado además una recopilación de artículos aparecidos originalmente en El Globo, Etiología moral (psicomecánica) en la imprenta del periódico El Emeritense y, con mayor éxito, La campaña filipina: impresiones de un soldado. A él se debía además la fundación y dirección inicial en 1893 de un periódico satírico de muy breve vida y modesta presentación (ocho páginas en blanco y negro) titulado Sevilla en broma, que apenas publicó dieciséis números en sus cuatro meses de existencia, pero reunió a ilustradores de cierto fuste: los hermanos Teodoro y Ricardo Aramburu Murua, Fernando Tirado, Pinto, Nicolás Pineda, Luis Cáceres, Wisse y A. P. Cides, y también durante su estancia en Sevilla la compañía de Julián Romea le había estrenado el juguete cómico El primo de mi mujer.

La escritura de esa novela le llevó al parecer dos años, mientras seguía ejerciendo en Mérida su profesión de médico, y en cuanto la terminó mandó a la barcelonesa editorial Maucci una muestra significativa de la obra. Es conocida la fama de tacaña de la poco escrupulosa Maucci, que si bien estaba dispuesta a darle la alternativa al bisoño novelista, le ofreció un trato económico que a Trigo no le pareció satisfactorio. Su amigo y contertulio Francisco Corchero Ramos (1857-1931) le ofreció entonces la oportunidad de hacerse cargo del trabajo a cambio de una participación en las ganancias, pero con la novela ya impresa le entraron las dudas y Trigo le compró la edición por quinientas pesetas de la época. Corchero Ramos acababa de poner en pie en 1900 la empresa Corchero y Compañía, después de haberse disuelto la Tipografía de Plano y Corchero debido a la prematura muerte de su socio y director del mencionado El Emeritense Pedro María Plano García (1851-1900).

Los quinientos ejemplares de la primera edición de Las ingenuas (1901), publicada con cierto lujo en dos volúmenes que conformaban más de setecientas páginas, se agotó en tres meses, y a la altura de 1916 y tras diversas reediciones en la librería de Fernando Fe y luego en Renacimiento, le había reportado al autor unas cien mil pesetas, aproximadamente. Se hace difícil ofrecer cifras exactas debido a la muy lamentable desaparición de los archivos de la editorial Renacimiento (que es la que publicó luego el grueso de la obra de Trigo), pero según la contabilidad de la familia en 1929 esta novela iba por la decimosexta edición.

Las primeras ediciones de sus siguientes novelas, La sed de amar (1903), Alma en los labios (1905), Del frío al fuego (1906) y En la carrera (Un buen chico en Madrid) (1906), así como la del ensayo Socialismo individualista (1904), también las publicó a través de los servicios de Corchero y Compañía.

Así lo explicaba el autor en una entrevista concedida a El Caballero Audaz (José María Carretero Novillo, 1887-1951)  y con fotografías de Campúa (José Luis Demaría López, 1900-1975) que se publicó en el número correspondiente al 24 de julio de 1915 de la revista La Esfera, donde afirmaba además que por entonces había años en que su obra literaria le reportaba hasta sesenta mil pesetas.

Allí, como ya no tenía nada que hacer, escribí Las Ingenuas. Cuando yo me encontré con aquel montón de cuartillas escritas pensé en publicarlas. Yo no tenía un céntimo. ¿Cómo, pues?… Le escribí a Maucci, proponiéndole la edición: le enviaba un capítulo del principio, otro del medio y otro del final de la novela y le explicaba el asunto. Me contestó Maucci ofreciéndome ¡500 pesetas! por la propiedad del libro; yo estuve tentado de dárselo, pero mi mujer, que para esto siempre ha tenido un claro instinto, se opuso. Es una novela que me lleva producidas unas cien mil pesetas. Bueno, pues para reunir fondos para editarla resuelvo marcharme a Mérida a ejercer la carrera [de médico]. A los tres meses tenía ahorradas ocho mil pesetas, las cuales dediqué íntegras a la primera edición de lujo, que se agotó a los tres meses. Me alentó aquel éxito, y publiqué enseguida La sed de amar y después las demás.

Valga el paréntesis: No deja de tener su miga irónica que en ese mismo número de La Esfera (que contiene las firmas de Bartolozzi, Luis Bello, José Francés y Miguel de Unamuno, entre otros) se dé noticia, a página entera y con fotografía, de la muerte de la cupletista Fornarina (Consuelo Bello Campo, 1884-1915), pues Trigo aplicaría ese nombre como mote a uno de los personajes principales de una de sus novelas más reeditadas y mejor valoradas por la crítica, Jarrapellejos.

A partir de 1907, las primeras ediciones de sus nuevos títulos, así como las siguientes (a menudo revisadas), de sus obras anteriores salen de la Librería de [Gregorio] Pueyo, que hace por ejemplo la de La Altísima en la Imprenta de Antonio Marzo. Pero empieza también pronto a publicar novelas breves en la recién estrenada colección de Eduardo Zamacois y Antonio Gallardo El Cuento Semanal con Reveladoras (marzo de 1907), a la que luego añadiría El gran simpático (junio de 1908), Las posadas del amor (noviembre de 1908), Lo irreparable (marzo de 1909), Así paga el diablo (octubre 1909), etc., y a partir de 1909 se convertirá también en uno de los autores más asiduos de la muy popular colección Los Contemporáneos que había estrenado ese mismo año Joaquín Dicenta con El lobo. Aun así, el principal editor de Trigo fue la poderosa editorial Renacimiento de Victoriano Prieto, Martínez Sierra (1881-1947) y José Ruiz Castillo (1875-1945).

Y añádanse a ello volúmenes en los que recopilaba algunas de estas obras narrativas breves para hacerse una idea del incombustible éxito que tuvo Trigo, incluso con sus obras póstumas.

Con todo, la crítica estuvo desde el primer momento dividida en cuanto a la calidad literaria de la narrativa de Trigo, y a partir del final de la guerra civil española su obra desapareció por completo del panorama editorial peninsular (aunque se le reeditó tanto en México como en Argentina), y no fue hasta aproximadamente los años ochenta del siglo XX cuando su obra empezó a ser objeto de estudios y tesis y experimentó una cierta recuperación editorial al margen de las multinacionales y de los circuitos más hegemónicos: El moralista (Emiliano Escolar, 1981), En la carrera (Universitas, 1981; Turner, 1988; Carisma, 2002), Jarrapellejos (Austral, 1988; Castalia, 2004), El semental y otros relatos (Ágata, 1994), Las ingenuas (Otero, 1996), La de los ojos color de uva (Clásicos Extremeños, 1997), Cuentos ingenuos (Clan, 1998), El médico rural (Carisma, 2000), El papá de las bellezas (Pellecín, 2002), Alma en los labios (Renacimiento, 2004), Cuentos diabólicos (Clan, 2005), El odio es amor inverso (Libros de la Ballena, 2015), Teresilla (Renacimiento, 2020)…

Parece razonable pensar que, si bien por un lado parte de la crítica más elitista ‒a la que el éxito popular le resultaba cuanto menos sospechoso‒ ha considerado siempre la obra de Trigo como poco menos que pornográfica y pedestre, por el otro el aspecto de reivindicación de la dignidad de la mujer y de crítica del caciquismo, así como de algunos convencionalismos sociales y políticos, han propiciado una relectura y reconsideración de su obra y, en consecuencia, una resurrección editorial que ya no se ha detenido a medida que ha ido avanzando el siglo XXI.

Reunión en la sede de Renacimiento. Puede identificarse, de izquierda a derecha, a Gregorio Martínez Sierra, José Francés, Francisco Villaespesa, Ruiz Castillo, el actor Villangómez (leyendo), el escritor argentino David Peña, Felipe Trigo y Alberto Insúa.

Fuentes:

AA. VV., Encuentros de estudios comarcales de Vegas Altas, La Serena y La Siberia- Felipe Trigo, 150 aniversario (1864-2014), Imprenta de la Diputación de Badajoz, 2015.

Rafael Conte, «Trigo, nuestro contemporáneo», en Felipe Trigo, Jarrapellejos, Madrid, Turner, 1975, pp. VII-XIX.

Carlos Fortea, «Introducción biográfica y crítica», en Felipe Trigo, Jarrapellejos, Madrid, Castalia (Clásicos Castalia 278), pp. 9-45.

Víctor Guerrero Cabanillas, «Felipe Trigo, un escritor postnaturalista», en Juan Diego Carmona Barrero y Matilde Tribiño García, Tres centenarios. Teatro Carolina Coronado, Cervantes y Rubén Darío Almendralejo, Asociación Histórica de Almendralejo, 2017, pp. 223-242.

Ángel Martínez San Martín, Contribución al estudio crítico de la novelística de Felipe Trigo, tesis doctoral presentada en la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla, 1980.

Martín Muelas Herráiz, La obra narrativa de Felipe Trigo, tesis doctoral presentada en la Facultad de Filosodía y Letras de la Universidad de Alicante en 1986.

Felipe Traseira González, «Felipe Trigo, “padre” de la novela erótica española», Los Cuadernos del Norte, núm. 15 (septiembre-octubre 1982), pp. 36-41.

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