En sus nunca bastante leídas memorias, publicadas en 1972, el editor José Ruiz Castillo Basala describía al también editor y librero madrileño Rafael Giménez Siles (1900-1991) en los siguientes términos:
Hoy Giménez Siles, aparte de su actividad editorial, es uno de los libreros más importantes del mundo, y sin duda el más considerable de los países de habla española, por la enorme labor desarrollada en favor de la difusión del libro en México durante estos últimos treinta años, a través de una veintena de grandes establecimientos y asistido por un grupo de intelectuales muy destacados en aquel país, especialmente con la colaboración del escritor Martín Luis Guzmán.
Mucho más recientemente, y sin dejar ni mucho menos aparte «su actividad editorial», Ana Martínez Rus lo reivindicaba desde las páginas de la revista Texturas como «un personaje fascinante pero desconocido para la sociedad española debido a la desmemoria enraizada en este país», y añadía que «El mundo de la cultura de ambas orillas del Atlántico le debe mucho a este hombre alto, erguido y con gafas».
Antes sin embargo de alcanzar un puesto tan preeminente en el ámbito editorial en lengua española, e incluso antes de convertirse en uno de los editores emblemáticos de literatura de avanzada de los años treinta, el malagueño Giménez Siles se inició en la profesión de corrector e impresor cuando, llamado a filas, se incorpora a la Brigada Obrera y Topográfica del Estado Mayor en el Ministerio de Guerra y participó en la confección del Anuario Militar de España.
A partir del número séptimo de El Estudiante (correspondiente a junio de 1925), Giménez Siles sustituye a Ángel Santos Mirat (uno de los habituales de la tertulia La Sentina, presidida por Miguel de Unamuno en el café Novelty) como corresponsal de esta interesante revista estudiantil salmantina que tenía al comunista Wenceslao Roces (1897-1997) como principal inspirador, quien por entonces era catedrático de Derecho Romano en la Universidad de Salamanca. Según se indica en la undécima página (no foliada) de este número, «Dirige y representa a El Estudiante en Madrid Rafael Giménez Siles, Ateneo (Prado 21)».
Cuando la presión de la censura acabó definitivamente con esta primera época de la revista, resurgió domiciliada en Madrid con el subtítulo «Semanario de la juventud española» y dirigida a partir de entonces por Giménez Siles. A partir de este momento la revista pasa a imprimirse en la célebre Caro Raggio (hasta entonces se hacía en la salmantina de Francisco González) y Giménez Siles reúne a su alrededor un equipo en el que figuran José Antonio Balbotín (1893-197), que entonces presidía el Grupo de Estudiantes Socialistas de Madrid, y Antonio Garrigues, que había presidido la Asociación Oficial de Estudiantes de Derecho. Entre los colaboradores habituales destaca el caso de Esteban Salazar [Chapela], que pasa a dirigir la sección de libros, y entre los nuevos fichajes el del ilustrador Luis Bagaría (hasta entonces el ilustrador había sido Júlio Núñez). Sin embargo, lo más recordado de esta etapa es sin duda que en El Estudiante se publican los primeros pasajes de la novela de Valle Inclán Tirano Banderas.
En cualquier caso, desde Madrid la revista prosiguió asentándose como una publicación estudiantil ávida por conocer la literatura y los movimientos políticos que estaban gestándose en América, así como por combatir el auge de una concepción de la cultura alejada de las clases populares. Sin embargo, Alejandro Civantos ha subrayado las consecuencias que tendría en los años sucesivos esta concentración de las iniciativas editoriales obreras en Madrid —«la ciudad con mayor densidad de intelectuales por metro cuadrado», según escribe— en detrimento de proyectos similares que venían desarrollando colectivos más propiamente obreros tanto en Cataluña como en Andalucía.
Mayor trascendencia incluso tuvo el siguiente proyecto hemerográfico en el que participó Giménez Siles, la revista Post-Guerra, en particular porque supuso la confluencia con otros activistas importantes en su trayectoria, pero también por su intento de amalgamar vanguardia estética y vanguardia política (fueron impactantes sus diatribas contra Revista de Occidente, La Gaceta Literaria y sus embates contra el «reaccionarismo político y social de esa literatura última, llamada en doble paradoja joven y de vanguardia»). No es de extrañar, pues, que fuera en un número de esta revista (el cuarto, de septiembre de 1927) donde José Fernández Díaz (1898-1941) publicara una primera aproximación a lo que acabaría por ser el polémico libro El Nuevo Romanticismo. En palabras de nuevo de Alejandro Civantos:
Es posible que Post-Guerra, recogiendo el testigo de El Estudiante, fuese el primer ensayo serio y sistemático por parte de la burguesía para luchar contra la cultura como privilegio de clase, afirmando los valores populares y denunciando la falsa de los intelectuales de salón con sus mil asepsias y esteticismos, pero es posible también que hubiera algo de cinismo extremoso en toda la simbología revolucionaria de la que la revista alardeaba, con su sistemática idealización de una clase obrera con la que apenas tenían contacto real.
El heterogéneo grupo que sustentaba Post-Guerra se reunía en el café Savoia, en el vestíbulo del madrileño teatro Apolo, y lo formaban, con Giménez Siles, el republicano Justino Azcárate, los socialistas José Venegas y José Díaz Fernández y los más o menos próximos al comunismo de tendencias diversas José Antonio Balbotín, Joaquín Arderius (1885-1969), Juan de Andrade, Julián Gorkin y José Loredo Aparicio. Las cubiertas de Gabriel García Maroto, autor también de muchas ilustraciones interiores, dotaban de dignidad artística a esta revista de 27 x 19 y texto a dos columnas, pero la maquetación, corrección e impresión no estaban a su altura, y probablemente algo tenga que ver en ello que no se componía ni imprimía en los prestigiosos talleres de este impresor (en la calle Alcántara, 9-11), sino, sucesivamente, en Aguiano Impresor (números 1 y 2), Imprenta La Perfecta (3, 4 y 5), y finalmente la Imprenta Argis (en la calle General Lacy hasta el número 12, y en Tarragona, 22, el 13 y último).
El nombre Argis surge de unir el principio de los nombres de Arderíus (que por entonces contaba cuarenta y dos años) y Giménez Siles (de veintisiete), y la imprenta se creó a finales de 1927, probablemente con el propósito de hacerse cargo de la edición de la revista y poder ampliar el radio de acción de este activo grupo de escritores, que no tardarían mucho en desdoblarse en editores para poner en pie una amplia serie de plataformas sin las que, sin duda, la llamada «literatura de avanzada» hubiera sido otra cosa muy distinta.
Procedente de una familia murciana adinerada —que pudo permitirse mandarlo a iniciar estudios de Ingeniería en Lieja (Bélgica)—, Joaquín Arderíus ya había residido intermitentemente en Madrid desde su época escolar, y desde principios de los años veinte malvivía entregado a la literatura y al activismo político-cultural en la capital madrileña. Al igual que hicieran cabeceras como Tierra y Libertad o Acracia, Post-Guerra empezó por crear un catálogo mediante el cuan distribuía libros publicados originalmente por otras editoriales afines, así como La espuela, de Arderíus (aparecida previamente en la Imprenta de G. Hernández y Galo Sáez), Inquietudes, de Balbotín y Los de abajo, del mexicano Mariano Azuela, y muchísima literatura soviética.
En Post-Guerra, pues, de cuya impresión se ocupaba ya Argis, está el germen de Ediciones Oriente, fundada en diciembre de 1927 y de la que empiezan a anunciarse títulos en el número 10 de la revista (de mayo de 1928), y en ella volverán a confluir Giménez Siles y Arderíus con el grueso del consejo de redacción de Post-Guerra y la adición de y José Lorenzo y, en calidad de socios capitalistas, el pintor Juan Manuel DÍaz Caneja y Bustelo.
Como es lógico suponer, la impresión de los libros de Ediciones Oriente corrió a cargo también de Argis, el primero de los cuales fue, en enero de 1928, China contra el imperialismo, de Juan Andrade, y no lo es menos que cuando Giménez Siles creó con Graco Marsá y Andrade la editorial Cénit, también recayera en Argis la tarea de imprimir sus libros (el primero de los cuales fue El problema religioso en México, de Ramón J. Sender).
A diferencia de Arderíus, que ya solo participaría en la dirección de la revista Nueva España, a Giménez Siles la fiebre de la tinta ya no le abandonaría nunca, y son cuantiosísimas las iniciativas relacionadas de un modo u otro con el libro que llevan su impronta.
Fuentes:
Alejandro Civantos Urrutia, Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero (1917-1931), Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo (Colección Investigación 3), 2017.
Alejandro Civantos Urrutia, «Esplendor y miseria de Ediciones Oriente (Madrid 1927-1932). Un grupo editorial de avanzada para construir la República», Cultura de la República. Revista de Análisis Crítico, 3 (junio 2019), pp. 114-144.
Ana Martínez Rus, «Rafael Giménez Siles, editor comprometido y moderno. Impulsor de la Feria del Libro de Madrid», Texturas, núm. 42 (2020), pp. 77-90.
José Ruiz-Castillo Basala, El apasionante mundo del libro. Memorias de un editor, Madrid, Agrupación Nacional del Comercio del Libro, 1972.
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Habría sido muy poético que Jiménez Siles hubiera comenzado su andadura profesional en la Brigada Obrera y Tipográfica, pero tal brigada no existió. Era la Brigada Obrera y Topográfica, también de interesante trabajo, pero no en el ámbito de la imprenta, sino en el trazado de mapas (entre otros menesteres).
Corregido. Hay erratas que mejoran no sólo el texto sino incluso la historia…