Fogwill, editor de Tierra Baldía

Intentar desentrañar y establecer cuánto hay de mito, ficción, leyenda, anécdota apócrifa o campaña de autobombo en la historia comúnmente compartida acerca de la breve y atribulada trayectoria del sociólogo, publicitario y escritor Rodolfo Fogwill (1941-2010) como editor de libros no es fácil ni sencillo. En cualquier caso, quizá no sea ocioso ante ese reto evocar como preámbulo un artículo que publicó en los años sesenta, escrito a cuatro manos con Óscar Steimberg (n. 1936), titulado «La publicidad en el mundo actual» y publicado en Transformaciones: «Actualmente, la publicidad sirve para vender haciendo apetecibles los artículos de consumo; pero también es empleada para orientar conductas electorales, modificar ideologías políticas y sociales, desarrollar nuevas costumbres y difundir modas».

Rodolfo Enrique Fogwill, que a partir de cierto momento firmó como, simplemente, el más comercial «Fogwill».

Si bien con variantes, según cuenta la leyenda acerca de la editorial Tierra Baldía esta nació de la confluencia de los mencionados Fogwill y Steimberg con Osvaldo Lamborghini (1940-1985) y si no llegó a llamarse Waste Land como originalmente habían acordado fue por una decisión a última hora de Fogwill, por su cuenta y riesgo y sin advertir a sus colegas, algo a lo que sin duda estaba legitimado si, como todo parece indicar, el grueso de los fondos ─si no todos─ salían de los bolsillos de Fogwill, que según contó Alan Pauls, por entonces podía tener todo tipo de problemas, pero no de dinero:

Tenía 38 años, dos hijos, una agencia de publicidad llamada ad hoc, una consultora de mercado llamada Facta que daba de comer a los semiólogos, sociólogos, lingüistas y lacanianos más brillantes de la época, una oficina gigante en un edificio francés de Callao y Santa Fe, una cuenta corriente en British Airways, un velero, algún auto más o menos antiguo, varias máquinas de escribir IBM con bochita, una colección de zapatos náuticos, provisiones regulares de un polvo blanco que a los pichis como yo, cuando lo veían por primera vez hundir la nariz en él, le gustaba describir como un “remedio para la sinusitis”

El momento fue el final de la década de 1970; el escenario, la muy exitosa agencia de publicidad mencionada en la que Fogwill era la estrella indiscutible y donde confluyeron brevemente, entre otros personajes tanto o más peculiares, Osvaldo Lamborghini y Néstor Perlongher (1942-1992).  A nadie extrañaría, pues, que el primer libro de Tierra Baldía fuera el primer poemario de Fogwill, El efecto de la realidad (1979).

En el nacimiento de la editorial Tierra Baldía se ha cruzado también en ocasiones una muy famosa anécdota, la referente al premio de cuentos patrocinado por Coca-cola, que se otorgó a Fogwill y éste, tras cobrar el correspondiente cheque y recibir el contrato, pretendió renegociarlo por considerarlo insuficiente. Según lo cuenta Leila Guerriero, «cuando la empresa quiso firmar un contrato de publicación él dijo que, si querían publicar, tenían que pagarle aparte, de modo que lo editó por su cuenta bajo el título Mis muertos punk». A ese dinero se ha atribuido a veces parte del capital fundacional de Tierra Baldía. O tal como se cuenta en la solapa de Mis muertos punk:

Había un premio. Dinero: un cheque. Había otro premio: una edición. La Gran Editorial lanzaría el premio. Vaticinaban un lanzamiento Grande, Editorial. Llegó el cheque. Días después, por correo, el Contrato Editorial. “Rogamos firmarlo a la brevedad…” rezaba un papelito. Fue leído, a la brevedad, el contrato: ¿Premio o Castigo…?

Llamaron al ejecutivo de la editorial. Hombre de letras, hombre de tacto y reconocido buen gusto. (Era uno de los miembros del jurado que premiaron el libro.) Se habló:

─Dime, querido… ¿Vos leíste mi libro? ─preguntó el de escribir.

─Sí. Naturalmente ─juró el de premiar.

─¿Y vos pensabas ─preguntó el de hacer cuentos─ que habiendo escrito un libro como el mío yo firmaría un contrato como el tuyo?…

Reía el de juzgar (el de premiar, el de editar). No firmó el de escribir. Y quedaron amigos: chicas cuestiones de derechos de autor no pueden pringar una amistad, ya bastante enchastran la literatura. El libro sale así. El que escribe ya había aprendido a perder, especialmente cuando gana.

 

En la efímera vida de Tierra Baldía se publicó la poesía de lo que acaso no sea excesivo llamar la camarilla de Fogwill: Majestad, etc. de Oscar Steimberg, Episodios de Leónidas Lamborghini, Poemas de Osvaldo Lamborghini, Austria–Hungría de Néstor Perlongher, El tapiz, de Ferdinand Oziel y El efecto de realidad y Las horas de citar, del propio Fogwill, todos ellos en 1980. A ello hay que añadir el cuarto y último número de la revista LENGUAjes, órgano de la Asociación Argentina de Semiótica y cuyo comité editorial integraban Steimberg, Juan Carlos Indart (n. 1943), Oscar Traversa (n. 1940) y Eliseo Verón (1935-2014). Tras eso, según Steimberg, «No hubo ninguna decisión explícita de cerrar la editorial. El motivo fue que hubo un momento en que Fogwill dejó de ser el hombre rico del trío.»

Las valoraciones acerca de esta empresa, sin embargo, han sido bastante variopintas y diversas, y quizá el mejor modo de exponerlas sea recoger unas cuantas opiniones cualificadas al respecto: «Fogwill estaba siempre detrás de lo nuevo, de la vanguardia […] Se le pueden atribuir los surgimientos en la escena literaria de Fabian Casas, Martín Gambarotta, Sergio Raimondi, Hebe Uhart, Diego Meret, María Medrano, entre otros (Carla Grasse)»; «Fogwill fue –y hubiera seguido siendo– un extraordinario editor, como lo probó en los ochenta con su editorial –La tierra baldía–, y como lo demostraba en cada una de sus campañas de entusiasmo por autores que le gustaban, de César Aira a Belgrano Rawson, de Marcos Victoria a Héctor Viel Témperley.» (Luis Chitarroni); «Tierra Baldía fue un proyecto increíble. Fogwill trataba de poner en práctica técnicas de publicidad y marketing para vender poesía argentina contemporánea » (Alan Pauls)…

Si parece claro que la obra editorial de Fogwill no fue un caso de mecenazgo, y que sin duda contribuyó a agitar el canon literario argentino (labor que continuó en formas diversas), no está tan claro que Tierra Baldía no fuera un modo de introducir su nombre en el panorama literario de su tiempo ─lo que permite a Mirta Harispe compararlo con Oliverio Girondo o con Dalí─, poniendo sus libros de poesía en compañía de los de otros outsiders o enfants teribles, en algún caso de un cierto prestigio (caso en particular de Lamborghini), y hacerlo como una inversión de futuro en lo que podría describirse como una exitosa campaña de política literaria (y la anécdota del premio de la Coca-cola tiene visos de ello). Valgan como final unas líneas sobre el editor procedentes de «Fogwill versus Fogwill»:

La paradoja del editor es andar siempre a la caza de un libro bueno ─paga fortunas por los que lo parecen─ sabiendo que su mejor negocio es fabricar libros malos: los libros que se tiran a la basura, los libros que se olvidan rápidamente, los que no son irremplazables son, por puro fáciles de remplazar, la realización sobre papel de la fórmula de la obsolescencia planificada que fortalece al capitalismo predador, abarrotador y contaminador que sostiene el modo de vida que preferimos.

Fuentes:

Luis Chitarroni,  «Memoria de paso», Radar (suplemento cultural de Página12), 29 de agosto de 2010.

Fogwill, «Fogwill versus Fogwill», Ñ. Revista de Cultura, 10 de agosto de 2010.

Carla Grassi, «El libro que Fogwill deseo toda su vida», Infobae, 9 de febrero de 2017.

Leila Guerreiro, «Máquina Fogwill», publicado con el título «Pensar al sol» en el suplemento cultural de El País, de Uruguay, el 2 de octubre de 2009, en la revista colombiana El Malpensante en noviembre de 2009 y en Plano americano, Barcelona, Anagrama, 2018.

Mirta Harispe, «Genio y figura hasta la sepultura», El Día, 19 de septiembre de 2010.

Rodrigo Montenegro, «Poesía y publicidad. Notas sobre la editorial Tierra Baldía», El jardín de los poetas. Revista de teoría y crítica de la poesía latinoamericana, núm. 7 (segundo semestre 2018), pp.116-131.

Rodrigo Montenegro, «Capitalismo, lenguaje e ideología a través de Rodolfo Fogwill», Orbis Tertius, núm. 27 (junio de 2018).

Alan Pauls, «Despiadado West», Radar (suplemento cultural de Página12), 29 de agosto de 2010.

Sofía Silva, «Oscar Steimberg, en una zona sin nombre», Diagonales, 3 de octubre de 2011.

Gustavo Valle y Pablo E. Chacón, «Entrevista con César Aira y Rodolfo Enrique Fogwill», Letras Libres (septiembre 2003), pp. 50-53.

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