Que la influencia que tuvo un libro pudiera cambiar por completo el curso del pensamiento occidental es motivo suficiente para prestarle cuando menos cierta atención, pero que además ese libro estuviera perdido en unos cuantos monasterios durante siglos lo convierte ya en protagonista de un episodio fascinante, que es el que recreó Stephen Greenblatt en El Giro (The Swerve: How the World Became Modern, W.W. Norton & Co., 2011), que con justicia le valió el en 2011 National Book Award de No Ficción y al año siguiente el Pulitzer en la misma categoría.
Estrechamente vinculado a la recuperación de este singular libro se encuentra un hombre no menos extraordinario, el copista, epistológrafo, buscador de libros y erudito Gian Franceso Poggio Bracciolini (1380-1459). A finales de la década de 1390 Poggio se había presentado ante Coluccio Salutati, gran canciller de la República Florentina (equivalente a un ministro de Asuntos Exteriores), y estando bajo su protección había conocido a otro personaje fundamental en todo este episodio, Niccolò Niccoli (1364-1437), uno de los primeros coleccionistas de antigüedades y cuya biblioteca acabó por convertirse en los cimientos de los fondos que hoy conserva la florentina Biblioteca Medicea Laurenciana.
Poggio Bracciolini se dedicó a la copia de libros y documentos como fuente ingresos, pero sin abandonar una carrera cuyo destino, tras pasar por la corte del cardenal de Bari, era la corte papal. Y durante su etapa como scriptor —esto es, escribiente de documentos oficiales al servicio de la burocracia papal— Poggio se había ganado un lugar en la pequeña historia de la letra escrita, que Greenblatt explica del siguiente modo: «La forma que tenía Poggio de dibujar las letras estaba muy lejos de la complicada escritura entrelazada u angular llamada letra gótica. La demanda de una caligrafía más abierta y legible ya había sido planteada a principios de siglo por Petrarca». Tomando como modelo la minúscula carolingia desarrollada en el siglo IX, Poggio creó la letra caligráfica lettera antica formata (la humanista) y puso la semilla de lo que sería la itálica (o bastardilla) y la redonda que conocemos como carácter tipográfico «romano».
La búsqueda y captura de libros se había convertido en poco menos que una obsesión para un buen número de italianos y había incluso generado un negocio de cierta importancia de compra venta de copias, en particular desde el momento que en la década de 1330 Francesco Petrarca (1304-1374) había dado a conocer su reconstrucción de la Historia de Roma desde su fundación, de Tito Livio (59 a.C.- 17 d.C.) —con lo que pasaba a convertirse en poco menos que el padre de la crítica textual—, así como de otros textos por entonces olvidados, caso de Pro Archia poeta, Ad Atticum, Ad Quintum y Ad Brutum, de Cicerón o las elegías de Propercio.
A Niccoli van dirigidas muchas de las cartas que sirven a Greenblatt para seguir y documentar las pesquisas y los éxitos de Poggio, en particular los que obtuvo en su importante viaje a Costanza, y concretamente al monasterio de San Gall, en un trayecto que inició compañía de su amigo Bartolomeo Aragazzi, si bien no tardaron en separarse y Poggio se dirigió hacia el norte, probablemente hasta recalar en la abadía benedictina de Fulda (se guardó muy mucho de ventilar dónde realizó su trascendente descubrimiento). Quizá fue allí donde pudo ver «un poema épico de unos catorce mil versos acerca de las guerras de Roma contra Cartago», de Silio Itálico (25 d.C.-101 d.C.), un tratado erudito sobre astronomía obra de Manilio (siglo I d.C.), un fragmento de una extensa historia del imperio romano de Amiano Marcelino (330 d. C.- 400 d. C.)… Y:
Uno de los manuscritos era un texto bastante largo escrito en torno al año 50 a. e. [antes de la era vulgar, es decir, a. C.] por un poeta y filósofo llamado Tito Lucrecio Caro. El título del texto De rerum natura -—«Sobre la naturaleza de las cosas»— era curiosamente parecido al título de la celebrada enciclopedia de Rabano Mauro [776-856], De rerum naturis. Pero mientras que la obra del monje era aburrida y convencional, la obra de Lucrecio era peligrosamente radical.
Greennblatt dedica todo un capítulo («Las cosas como son», pp. 159-175) a repasar los elementos del extenso poema en hexámetros de Lucrecio destinados a transformar por completo el modo de pensar y sentir en Occidente, desde su concepción de los átomos («las semillas de las cosas») al asombro que produce la comprensión de la naturaleza de las cosas, pasando por el origen del libre albedrío, la creación del Universo, la mortalidad del alma, la inexistencia de un más allá o la búsqueda del placer como fin supremo de la vida humana, que tantísima tinta haría correr. Toda una constelación de ideas que, si Poggio no hubiera hecho copiar y posteriormente divulgar el De rerum natura, a saber cómo hubieran evolucionado o cuándo y cómo se hubieran planteado. De Botticelli (1445-1510) a Michel de Montaigne (1533-1592), de Giordano Bruno (1548-1600) a Galileo (1564-1642), de Shakespeare (1564-1616) a Thomas Jefferson (1743-1826), de Darwin (1809-1882) a Freud (1856-1939) y Einstein (1879-1955), la influencia (directa o indirecta) y el poso que dejó Lucrecio en nuestra cultura resulta a todas luces radical. Y todo gracias al buen ojo de un buscador de libros.
Si la historia del hallazgo de Poggio resulta sumamente interesante por sí mismo, lo que hace excepcional el libro de Greenblat es no tanto el esmero y rigor con que reconstruye y narra su historia como el buen tino y el profundo conocimiento con que elige los datos y hechos que constituyen el contexto necesario para comprender la trascendencia de ese descubrimiento (no es casual que los trabajos de Greenblatt estén en el origen del «nuevo historicismo»): cómo funcionaba el comercio de libros y de copias, cómo se desarrollaba y remuneraba el trabajo de los copistas, cómo y por qué adquirieron valor los libros antiguos y qué hizo que a punto estuvieran de desaparecer para siempre ocultos tras otros textos, en qué consistía la búsqueda de textos y quiénes la llevaban a cabo, cómo funcionaba una biblioteca monástica… Todo un mundo fascinante que fácilmente puede evocar novelas como El nombre de la rosa o La copista del rey Alfonso y contribuir a hacer una lectura más profunda y rica de estas obras de Umberto Eco (1932-2016) y Yael Guiladi. Y, de paso, El Giro demuestra que la realidad siempre supera a la ficción.
Stephen Greenblatt, El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno, traducción de Juan Rabasseda y Téofilo de Lozoya, Barcelona, Crítica (Serie Mayor), 2012.
Fuentes adicionales:
Martín José Ciordia, «El placer en Poggio Bracciolini», Eadem Atraque Europa, año 10, núm. 15 (julio de 2014), pp. 63-73.
Lucrecio, De rerum natura/ De la naturaleza, presentación de Stephen Greenblatt, prólogo, traducción y notas de Eduard Valentí Fiol, Barcelona, Acantilado, 2012.
Kevin Shau, «The Humanist Spirit: Poggio Bracciolini and the Search for Ancient Texts», Medium.co.
Leandro Ezequiel Simarri, «Miradas humanistas sobre el cuerpo y la otredad en Poggio Bracciolini y Michel de Montaigne», Tonos digital. Revista electrónica de estudios filológicos, núm. 26 (2014).