Por la misma naturaleza confidencial de su tarea, no es muy frecuente que los conocidos como «negros editoriales», «escritores fantasmas» o «negros literarios» escriban sus memorias o su autobiografía, pero hay algunas, pocas, excepciones, cuya importancia estriba en mostrar una cara generalmente oculta del campo editorial.
Sin duda el caso más conocido es el del célebre y carísimo Andrew Crofts, autor de unas memorias, Confessions of a Ghostwriter (2014), que venía a añadirse a una bibliografía firmada con su propio nombre con otras atractivos títulos sobre la materia: The Freelance Writer´s Handbook. How to turn your writing skills into a succesful business. How to make money and enjoy your life (2007) y Ghostwriting, publicado por la A&C Black Academic and Professional en 2009. En su web personal pueden verse un listado con algunos de los muchos títulos que ha escrito, tanto de ficción como de no ficción, para que otros los firmaran.
Un poco anterior a estos títulos de Croft es el de la escritora escocesa Jennie Erdal Ghosting, a memoir (Canongate, 2004), donde relata su larga trayectoria como negra editorial al servicio del escritor de origen palestino Naim Attalah, editor y propietario de Quartet Books y de Women´s Press. En 2013 apareció en español en Alba, en traducción de Laura Vidal.
A diferencia de los títulos mencionados, sí está disponible en español Ècrivain de l´ombre (2006), las memorias de un prolífico e interesante erudito y escritor recientemente fallecido, que en su momento ilusionó a la crítica literaria (sin conseguir en cambio el favor de los lectores), Orlando de Rudder (1950-2015).
Según la escueta información biográfica que ofrece la edición española de este libro, publicado por Trama Editorial:
Nacido en 1950 y doctor en historia de la Edad Media, lleva a cabo una prolífica actividad de creación y desarrollo de talleres de escritura, fundamentalmente dirigidos a los adultos y trabajadores por toda Francia. En 1983 publicó su primera novela, La Nuit des Barnares, y desde entonces ha editado más de 30mobras no sólo literarias, sino también ensayos, diccionarios…
Haciendo un juego de palabras con el clásico de Queneau, el famoso e influyente crítico francés Bernard Pivot saludó esa primera novela de De Rudder –que relata la historia de dos personajes que cruzan Europa de punta a cabo en el año 450 d.C. e incomprensiblemente sigue inédita en español– como un «Zazie en tiempos de Attila». Sin embargo, la propia vida del autor da en sí misma para una jugosa y divertida novela.
La abuela de Orlando de Rudder fue la compositora Germaine Tailleferre (1892-1983), única mujer en el Group des Six, que en realidad eran siete: Georges Auric (1899-1983), Louis Durey (1888-1979), Arthur Honegger (1892-1955), Darius Milhaud (1892-1955), Francis Poulenc (1899-1963) y Erik Satie (1866-1925), cuyo mánager era otra celebridad, el escritor y cineasta Jean Cocteau (1889-1963), y su madre (Françoise) nació antes del matrimonio entre Tailleferre y el prestigioso jurista francés Jean Lageat. Orlando es fruto, pues, del matrimonio entre Françoise y el crítico de arte y gastrónomo Jean-Luc de Rudder, uno de los componentes del influyente grupo gastronómico Gault-Millau, que, gracias al crucial apoyo del por entonces editor de Julliard Christian Bourgois (1933-2007), en los años sesenta y setenta del siglo XX promovió y dio a conocer con enorme éxito la nouvelle cuisine en todo el mundo. Por si esos antecedentes fueran poco, según él mismo ha contado, su nacimiento se produjo a bordo de un tren con destino a Roma y, una vez divorciados sus padres, su educación corrió a cargo sobre todo de su famosa abuela materna. A través de ella conoció a la flor y nata de la cultura francesa: Francis Poulenc, Julien Gracq (1910-2007), Boris Vian (1920-1959)… Cuenta sobre ella en Escritor en la sombra: «Fue, con Betsy Jolas, una de las dos músicas francesas más grandes de su tiempo y de otros, sin duda. Mi memoria me habla de ella con dulzura. Se trata de un tono melodioso, melancólico realmente, de una ternura indefinible. Hay que escuchar en sí misma la inflexión de su memoria. Ella aporta muchas otras voces.»
Sin embargo, tanta influencia atribuye a su formación musical y como grabador como a la experiencia de gozar de absoluta libertad a los dieciocho años en el París de 1968, adonde llegó tras los pasos de su padre. Transportista de pianos, boxeador, profesor de guitarra y catedrático de historia antigua son algunos de los empleos que desempeñó Orlando antes de que Robert Laffont (1916-2010) le publicara su primera novela ya citada, a la que seguirían una treintena larga de títulos que van desde la erudición histórica hasta el humorismo, pasando sobre todo por las reflexiones sobre la lengua francesa, la biografía y la novela histórica: Lee Jackson (Laffont, 1985), Les carnets de Marianita Pacheco (Regine Deforgues, 1989), Le droit de la blasphème (Renaudot, 1989), insipirado en la persecución fundamentalista a la que fueron sometidos tanto Salman Rushdie como Martin Scorsesse, Une pedagogie du succès (Renaudot, 1989), Le couteau de la Décembre (Presses de la Renaissence, 1989), Aperto libro ou le latin retrouvé (Larousse, 1991), Le traité des traités (J.C. Lattès, 1995), Alfred Nobel, 1833-1896 (Denoël, 1997), Rethorique de la scène de ménage (Hors Texte, 2004)…
Con todo, la carrera literaria de este extraordinario erudito y prolífico escritor aplaudido con entusiasmo por la crítica más exigente parecía tener largas etapas de silencio creativo, sobre los que Escritor en la sombra arroja nueva luz: despojándose del estilo que le hacía fácilmente reconocible para sus lectores, y echando mano de oficio, se dedicaba a escribir para otros, al tiempo que impartía clases de guitarra y de escritura creativa.
Quien busque el brillo de las confesiones escandalosas, el desvelo de los clientes famosos que tuvo o las situaciones chocantes a las que tuvo que enfrentarse Orlando de Rudder a lo largo de su carrera es muy probable que se sienta defraudado con este libro, aun cuando relata cómo abandonó la escritura de una serie de novelas escabrosamente pornográficas cuando consideró que se traspasaba una cierta línea de lo aceptable, o incluso aunque haga alguna que otra afirmación un poquito escandalosa:
Se dice que dos o tres de los más conocidos [libros de filoterapia] han sido elaborados por gente que lo ignoran rtodo, que prefieren el whisky a las tisanas. De todas formas, son buenas obras: muy bien documentadas a partir de una bibliografía impresionante y apenas conllevan errores. Sin embargo, el mérito no debe adjudicarse al médico firmante. Ya que, si existe, como mucho se habrá tomado la molestia de echarle una ojeada.
En cambio, quien desee conocer cómo es el oficio en un mercado completamente distinto al estadounidense y las reflexiones que sugiere a uno de sus mejores profesionales encontrará en esta obra una experiencia sumamente enriquecedora.
Al hilo sobre todo de la labor con una mujer que pretende publicar su autobiografía, Orlando de Rudder se plantea en este libro algunas de las principales cuestiones editoriales y literarias, estrictamente literarias, a que se enfrenta un «escritor en la sombra», empezando por su naturaleza y función en el sistema editorial, lo que, tal vez paradójicamente, acaba por dignificar la profesión, porque lo que transluce todo el texto es un profundo respeto por el oficio, por la escritura, y también, consecuentemente, por el lector.
En opinión de Orlando de Rudder, el «negro editorial» no sólo debe tener oficio, ser un buen conocedor de las técnicas narrativas, del arte de la escritura, de las estrategias para crear personajes (a menudo cuando se trata de construirlos a partir de personajes reales) y los modos de crear determinados ambientes y mantener el interés del lector, sino que para ello es imprescindible que sea un buen lector y que sepa acomodar su estilo a la voz del cliente. En otras palabras, ha de ser capaz de hacer creíble tanto la historia que narra –incluso o sobre todo cuando se trata de una historia verídica– como el estilo del cliente, y de ahí la importancia de haber leído mucho pero leído bien, empapándose de los estilos ajenos y siendo capaz de aprovecharlos en su propio trabajo.
Hace falta un negro que transforme una realidad, lo vivido, en el clon de una ficción engañosa. Para que sea creíble, para que tenga un aire de veracidad…
La literatura no sólo es cruel, sino que también le gusta mostrarse injusta con los que no tienen el talento de vivir episodios extraordinarios, acontecimientos históricos, de forma estética: sucede que nos aburren profundamente. En cambio, otro nos apasionará contando cómo su tía abuela pelaba judías verdes. Cuestión de ritmo, de forma, des estilo.
De Rudder concibe este tipo de autobiografías y memorias destinadas a convertirse en libros «verdaderos» de un cierto éxito casi como un género en sí mismo, con sus pautas y convenciones a las que el escritor puede plegarse en mayor o menor medida, también en función del material y el cliente con el que trabaja, y teniendo en cuenta además que el cliente es en realidad a menudo doble: quien firmará la obra y quien le pondrá el sello de su editorial. Hay, pues, unas reglas a las que debe atenerse, o cuando menos tener en cuenta para satisfacer las expectativas del lector al que se dirige. Y si bien muestra cierta indulgencia hacia la «negritud» en el ámbito académico, y dedica un jugoso capítulo a la «negritud» en las tesis doctorales, se muestra más perplejo ante la «negritud» en las novelas y la poesía:
Igual que puedo comprender que uno haga que cuente su vida un escritor como yo, me cuesta imaginar que alguien pueda hacer que otro le escriba una novela. No comprendo a la gente que actúa así. ¿Por qué no poemas?
Firmar una novela que uno no ha escrito me deja estupefacto. Creo que prefiero la irritante pasividad de los que «querrían escribir» y no llegan a hacerlo. Es en general una por falta de amor recibido o entregado.
En el sistema editorial francés, mucho más parecido a los hispanos que el estadounidense e incluso el británico, la «negritud» no es sólo un modo de obtener ingresos adicionales para periodistas e incluso traductores, a los que se supone una cierta competencia como narradores, sino que además es una de las principales salidas profesionales de los escritores que pretenden comprar tiempo para poder dedicarlo a textos vocacionalmente literarios.
Extraño oficio, ¿verdad? Se puede redactar una biografía de alguien a quien no se conoce en un mes, hilvanar un manual de saber vivir en quince días, un método de yoga en un mes, esbozar el discurso de un político en menos que canta un gallo. Esto antes de garabatear el libraco de un campeón, o de un actor haciendo guiños sobre su regreso. Y después, por último, quedarse sólo ante sus propias páginas, frente a su obra. Y pasar varias horas para crear cinco líneas, lentamente, en su propio silencio y su celosa soledad. Encontrar la literatura de ofrenda, abandonar la literatura de mercado, deslumbra habitualmente. Se experimenta una especie de vértigo ante la propia libertad. En carne viva.
Y ahí, el oficio no basta…
Orlando de Rudder, Escritor en la sombra, traducción de Miguel Hernández Sola, Madrid, Trama Editorial, 2009.
Fuentes adicionales:
Blog de Orlando de Rudder, aquí.
Biografía de Orlando de Rudder en Babelio.
François Bonneau, «Orlando de Rudder. In memoriam, et que sa joie demeure», L´Irregulier, 28 de octubre de 2015.
Matthias Dormingy, «Orlando de Rudder est décédé», L´Observateur, 22 de octubre de 2015.
Christophe Massé, «Orlando de Rudder», 18 de noviembre de 2018, canalblog.com.
Pascal Perrot, «Orlando de Rudder, la rage d´écrire», Brouillons de Culture, 28 de noviembre de 2015.
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