Todos fuimos muy honrados, y cuando la gente es así la cosa funciona para todos.
Bennett Cerff, Llamémosla Random House.

Bennett Cerf (1898-1971)
En los libros de memorias de los grandes editores, en particular de los estadounidenses, es común encontrar, entre otras cosas, retratos de autores importantes realizados a partir de alguna anécdota significativa, una línea argumental acerca de la evolución del mundo editorial, consideraciones sobre el oficio de editar textos y notas más o menos cómicas tras las que se adivinan una serie de juergas, excesos o jolgorios más o menos notables. Llama la atención, por ejemplo, que en Egos revueltos, de Juan Cruz, los jolgorios sean tan abrumadoramente numerosos en comparación con el relato (apenas existente) sobre cómo se editó tal o cuál libro, qué sugerencias de mejora se hicieron al autor antes de publicar un libro y si los aceptó o no, qué autores requerían un mayor y más profundo trabajo de mesa y cuáles no. Quizá se debe a que el libro de Juan Cruz no es en sentido estricto un libro de memorias, pero su libro acaso puede transmitir una imagen del oficio de editar como propia de diletantes y gente de mal vivir que casi nunca se corresponde con la realidad.
Libros memorialísticos tan distintos como Editar la vida (Debate, 205), de Michael Korda, La industria del libro (Anagrama 2001), de Jason Epstein, o Llamémosla Random House (Trama Editorial, 2013), de Bennett Cerf, por poner sólo algunos ejemplos muy conocidos, logran un equilibrio notable al conjugar esos diversos aspectos antes señalados.

Bennett Cerf, portada de la revista Time.
Particularmente notable y asombroso es el caso de las memorias de Cerf, sobre todo por el insólito modo en que se generó ese libro. Tal como cuenta Christopher Cerf en la introducción, su padre llevaba bastante tiempo trabajando en ese texto:
Por desgracia, a papá, fallecido de un ataque al corazón en 1971, la muerte le negó la oportunidad de acabar de reunir y pulir unas memorias en las que venía trabajando desde finales de los años sesenta.
Sin embargo, y como no podía ser de otra manera, un personaje legendario como Cerf tuvo como editor (póstumo) a otro de los grandes, Albert Erskine (1912-1993), quien, en palabras de nuevo de Christopher Cerf:
Con brillantez montó este libro con las notas, las libretas, apuntes y diarios de mi padre, y de la historia oral que había grabado para la Universidad de Columbia; cada detalle del carácter profusamente rico de mi padre queda reflejado en este libro.

Albert Erskine.
El material original, tal como se cuenta en la nota de los editores, fueron más de mil páginas con las transcripciones de las entrevistas de Columbia mencionadas, y como se explica en la misma nota, “Cuando encontramos piezas que escribió hace tiempo, cuyo contenido es superior a su tratamiento de los mismos hechos de viva voz, los incluimos en el lugar adecuado”.
Desde luego, este monumental y minucioso trabajo de cotejo, montaje y pulido valió la pena, pues el resultado es uno de los libros de referencia acerca de la época dorada de la edición estadounidense, en la que Cerf desempeñó un papel protagonista.
Horace Liveright
Tras unos inicios en el periodismo y como agente de Bolsa, la vocación de Bennett Cerf (1898-1971) le llevó a entrar en la empresa creada por Albert Boni y Horace Liveright (cuando el primero de ellos ya la había abandonado), y como él mismo explica de allí tomó algunos modos de trabajo que luego aplicaría en la empresa que fundaría con Donald Klopfer (1902-1986), Random House:
Horace me enseñó algo en esas reuniones [informales, con los editores de la casa] . Si un editor se sentía lo suficientemente seguro sobre un libro, Horace le permitía contratarlo, y siempre hemos hecho lo mismo en Random House. Si tenemos un editor confiamos en su criterio: si va detrás de un libro y el anticipo no es demasiado alto, no siempre lo leemos, al igual que [hacía] Horace.
Los compañeros de trabajo de Cerft, sin embargo, no eran unos tipos cualesquiera y Liveright demostró tener muy buen ojo para crear un equipo de trabajo de lujo: Julian Messner (más adelante fundador de su propia compañía, Julian Messner Inc), Beatrice Kaufman, Manuel Komroff (autor de una edición ejemplar de Los viajes de Marco Polo), la más tarde exitosísima guionista y escritora Lillian Hellman (cuyas memorias, Una mujer con atributos, publica en español Lumen) o Ted Weeks (que más adelante se convertiría en editor de la prestigiosa Atlantic Mothly. Una lección de la que Cerf debió de tomar muy buena nota.

Lillian Hellman con Dashiell Hammett
Aun así, en cuanto hubo acumulado la suficiente experiencia y cometido sus primeros y aleccionadores errores, a Cerf se le presentó la oportunidad de comprar con Kloper la magnífica colección de clásicos The Modern Library, y no la desaprovechó. La Modern la había creado en 1917 Albert Boni (1893-1981) tomando como modelo la mítica Everyman, pero incluyendo además autores estadounidenses, y a mediados de los años veinte era una colección muy acreditada que superaba el centenar de títulos (La letra escarlata, Moby Dick, El retrato de Dorian Gray…).

El Moby Dick ilustrado por Raymond Bishop para Albert & Charles Boni Inc, fechado misteriosamente en 1933 (cuatro años después de disuelta la empresa).
Éstos fueron, pues, los modestos pero ilustres cimientos de Random House, una empresa en la que los fundadores se conformaban con no tener que poner dinero de su bolsillo, o en cualquier caso no demasiado: “En este sentido, eran ejemplares típicos de la brillante generación de editores a la que pertenecían”, escribió Jason Epstein. “Trabajaban por amor al arte, y les sorprendió amasar una fortuna inesperada”. Tal como describe Schiffrin la cuestión en esa época, “los editores de libros destinados a la librería admitían que perdían dinero o apenas cubrían gastos en la primera edición y que los beneficios de producían luego, en las ventas a los clubes y en ediciones de bolsillo”.
Volumen que reúne la correspondencia Cerf-Klopfer, ed. de Robert D. Loomis.
Uno de los más brillantes blasones de Random House fue también la pléyade de editores y colaboradores con que contó: Saxe Commins (1892-1958), sobrino y editor de Emma Goldman, que procedía de Liveright y que fue editor jefe de Random House hasta su facllecimiento, ocupándose de textos de Theodore Dreiser, Gertrude Stein, W. H. Auden, Stephen Spender, James Michener, William Carlos Williams, Isak Dinesen y en particular de Eugene O’Neill y William Faulkner; Louise Bonino, célebre editor de libro infantil y juvenil que se incorporó al fusionarse Random House con Smith & Haas, como el propio Robert K. Haas (1890-1964), quien durante años estuvo al frente del Book-of-the-Month Club; Harry Maule, prestigioso editor en Doubleday (conocido sobre todo por su trabajo con las obras de Sinclair Lewis) que estuvo en Random entre 1946 y 1964; Robert Linscott, procedente de Houghton Mifflin; el famoso editor de obras de referencia Jess Stein; Frank Taylor y Albert Erskine (ambos procedentes de Reynal & Hitchcock, donde descubrieron a Karl Shapiro y Ralph Ellison); David McDowell; Hyram Haydn, que llegó en 1955 procedente de Crown y de Bobbs-Merrill (y allí dio la alternativa a William Styron) y se convertiría en director editorial de Random hasta que en 1959 creo con Alfred A. Knopf Jr. (Pat) y Simon Michael Bessie la editorial Atheneum Publishers; Bertha Krantz; Robert Loomis (editor de ficción y no ficción que se ocupó de varios Premios Pulitzer, y de Philip Roth entre otros grandes autores)…

William Faulkner y Saxe Commins, del brazo de la esposa de este último, Dorothy.
Otra de las reflexiones frecuentes en las memorias de editores en empresas de éxito es, en muchísimos casos y quizá paradójicamente, el progresivo abandono del trabajo de edición de mesa, el trabajo codo con codo con los autores para revisar argumentos, subtramas, pasajes, personajes, frases, conseguir convencerlo de abreviar tal o cual capítulo, etc. A medida que crecen las empresas, en lugar de delegar el trabajo de “representación” de la marca o los compromisos sociales (o limitarse a dejarlo en manos de los agentes literarios o del personal de prensa o publicidad), ha sido siempre muy frecuente que los editores deleguen el trabajo de edición propiamente dicho, reservándose sólo aquellos autores particularmente importantes o con los que les unía una cierta afinidad personal (o en ocasiones, simplemente, aquellos que daban menos trabajo). Y en algunos casos, ni eso.
Maxwell Perkins (que reconstruyó El ángel que nos mira de Thomas Wolfe y fue el editor de Hermingway y Scott Fitzgerald), que siempre se mantuvo a la sombra de Charles Scribner, quizá sea en este sentido la excepción más célebre.

El legendario Maxwell Perkins (1884-1947).
Cuenta sobre esta tarea del editor de mesa Cerf (cuya alusión a las adaptaciones ha quedado en parte desfasada):
Los autores difieren en gran medida en cuanto a la cantidad de ayuda que necesitan aceptar de sus editores. Dado que algunos de ellos se niegan a consentir incluso aquellas sugerencias más cándidas, ha habido más de un libro publicado que el autor no ha permitido editar, a pesar de lo mucho que lo necesitaba. Lo que a veces me enfurece es leer en una reseña algo como “¿por qué el editor no ha hecho su trabajo?” […] Cuando un libro se vende al cine o a la televisión se entiende que quienes lo compran podrán hacer lo que quieran con él, pero en el mundo editorial el autor tiene la última palabra.

Bennett Cerf.
A medida que Random House crecía, Bennet Cerf fue también “soltando lastre” en este campo, pero aun así da cuenta de algunos trabajos interesantes con autores como William Saroyan o William Faulkner, cuyos manuscritos apenas necesitaban correcciones, y del que Cerf cuenta una respuesta muy ilustrativa de lo que Faulkner esperaba de él:
Él me traía un manuscrito y yo le decía:
–Bill, ¿tienes alguna idea sobre la cubierta del libro y la publicidad?
–Bennett, ése es tu trabajo –replicaba–. Si yo no creyese que lo haces bien, me iría a otro lugar.
E incluso comenta los problemas de Saxe Commins con John O´Hara y James Michener, o sus espectaculares éxitos con Eugene O´Neill, Irwin Shaw y Budd Schulberg, entre otros, lo cual resulta muy aleccionador para cualquier persona interesada en conocer los entresijos del oficio.

Erskine, O´Hara y Cerf.
En realidad, quizá sea ésa una de las tareas principales del editor, en el sentido de que es la que aporta realmente un valor añadido a la obra que se publica, y probablemente el resultado no es el mismo cuando quien edita es alguien comprometido a fondo con el texto (porque arriesga su dinero, o incluso, la suerte de la empresa que le paga el sueldo) que cuando lo hace alguien, por profesional que sea este alguien, a quien el autor paga una cantidad fija y acordada de antemano. Quizás el auge de la autoedición esté alimentando esa añoranza que algunos confesamos por los “viejos y buenos tiempos”, de los que Bennett Cerf fue protagonista principal. Pero incluso para quienes no la sientan su libro constituye una lección de primer orden (además de una lectura muy amena e incluso a ratos divertida).
Fuentes:
La transcripción completa y no editada de las conversaciones con Bennett Cerf en la Universidad de Columbia pueden leerse en línea.
Parte del riquísimo epistolario de la época dorada de Random House puede consultarse en la página de The Investigators of Books.
Miguel Aguilar “Catedrales de papel”, Letras Libres, septiembre de 2003.
Anna Caballé, “Llamémosla Random House, el editor Bennett Cerf hace memoria”, Abc, 15 de julio de 2007.
Bennett Cerf, Llamémosla Random House. Memorias de Bennett Cerf (traducción de Íñigo García Uretra), Madrid, Trama Editorial, 2013.
Juan Cruz, Egos revueltos. Una memoria personal de la vida literaria, Barcelona, Tusquets (Tiempo de Memoria 78), 2010.
Jason Epstein, La industria del libro. Pasado, presente y futuro de la edición (traducción de Jesús Zuaika), Barcelona, Anagrama 2001.
Martín Gómez, “Llamémosla Random House, de Bennett Cerf: Un viaje a la prehistoria de una empresa y de una industria”, El ojo fisgón, 1 de octubre de 2013.
Michael Korda, Editar la vida. Mitos y realidades de la industria del libro (traducción de Fernando González Téllez y revisión de Jonio González), Barcelona, Debate, 2005.
Laura Revuelta, «La fascinante vida del fundador de Random House«, Entre Líneas, 10 de junio de 2013.
André Schiffrin, La edición sin editores (traducción de Eduard Gonzalo), Barcelona, Destino (Áncora y Delfín, 896), 2000.
Guzmán Urrero, “Reseña: Llamémosla Random House. Memorias de Bennett Cerf«, The Cult.