El que inventa un nuevo tipo tiene ganado el cielo
Max Aub
No creo que haya muchas novelas que tengan a tipógrafos por protagonistas, no parece una profesión muy dada a la aventura. Pero lo que singulariza Le maître de Garamond, de Anne Cuneo, no es sólo eso, sino que en mi opinión constituye la forma más inteligente y original de convertir en novela el nacimiento del reformismo en Francia. El argumento de esta obra (subtitulada “Antoine Augereau, graveur, imprimeur, éditeur, librarire”), se inicia cuando, una vez muerto Augereau, Claude Garamond abandona París para esclarecer las circunstancias que desembocaron en la condena y ejecución de su maestro, y se encuentra en Suiza con el editor Pierre de Vingle (h. 1495-¿1536?), a quien entrega un librito que acaba de imprimir en París contando lo que sabe acerca de la vida de Augereau.
Claude Garamond (1499-1561) entró en contacto con Augereau (h. 1490-1534) cuando tenía sólo doce años y ambos trabajaban con el reputado impresor Henri Estienne (1528/1531-1598). De su mano empezó a estudiar latín, griego y el oficio de cajista, y conoció de primera mano el debate que enfrentaba amistosamente a Estienne con Augereau: Mientras el primero abogaba por introducir cambios y mejoras en la letra gótica, bajo los efectos de la lectura de Elogio de la locura Augereau estaba convencido de la necesidad de publicar en francés y, consecuentemente, en una letra latina (debate que actuará en la novela como correlato de la disputa entre ortodoxos católicos y reformistas). Garamond viaja a Venecia con Augereau en busca de textos latinos y conocen durante el viaje a Francis de Montcorbier (más tarde, François Villon, a quien publicará). En Venecia trabajan en la Biblia traducida por Erasmo, conocen a Aldo Manuzio (1449-1515) y al grabador Franceso Griffo (1450-1518), quien está en ese momento perfeccionando la “cancelleresca” (cursiva). Entretanto, acaba el Concilio de Letrán (1512-1517) y Lutero cuelga las tesis.
De regreso a París, Garamond continúa su progresión en el gremio (entre otros, trabaja para el célebre Simon de Colines [1480-1546]), al tiempo que se va acentuando la polémica entre luteranos y ortodoxos y el peso de la censura sobre los impresores y editores va incrementándose (La Sorbona prohíbe a Lutero, quema pública de Biblias en francés, huida de impresores, arrestos, ejecuciones…). Francisco I emprende un pulso con los católicos más intransigentes, pero haber impreso la segunda edición de Le miroir de l´âme pechereuse…, de Margarita de Navarra, le cuesta a Augereau serios problemas con la censura (registros, prisión, multas) en cuanto da el más mínimo pretexto (uno de ellos, publicar la primera edición de Gargantúa, considerado inmoral). La gota que colma el vaso es la aparición de unos pasquines que se atribuyen a Augereau y que le llevan a la hoguera sin que nadie pueda hacer nada por él. En una conversación posterior en Neuchatel con Pierre de Vingle, Garamond se entera de que Augereau, contra lo que su círculo de amistades creía, no sólo estaba al corriente de la impresión de los pasquines, sino que era uno de los pocos impresores que apoyaban la causa reformista, aunque, para protegerlos, a sus amigos y familiares se lo ocultara.
Siendo como es interesante la trama, lo que me parece que convierte esta en una novela excepcional es el correlato que establece entre ideas religiosas, publicación en latín y otras lenguas y debates entre tipógrafos de vieja escuela y renovadores, con el discurso subyacente además de que se trata, en el fondo, de un mismo y único debate: Por un lado, los que desean preservar el conocimiento del riesgo de la sobreinterpretación; por el otro, aquellos que pugnan por acercarlo al común de los mortales mediante todas las estrategias a su alcance (una religiosidad no mediatizada ni por ritos ni por sacerdotes, una lengua como transmisora de conocimiento y arte al alcance de todos y, particularmente, una tipografía que minimice el esfuerzo que para algunos puede suponer la actividad de leer).
En muy escasos y mínimos detalles, la autora se aparta de lo que es la historia documentada, y luego revela esas libertades mínimas en un encantador postfacio con una argucia de lo más ingeniosa: remite a la sección 4772 o 4773 de la Biblioteca Real (hoy Bibioteca Nacional de Francia): como recordarán los buenos lectores de Dumas, la misma en que éste dijo haber encontrado las memorias del duque de La Fère (es decir, el Athos de Los tres mosqueteros). Y la novela, en la edición de Stock de 2003 (antes en Bernard Campiche, 2002), se enriquece además con un prólogo acerca de las fuentes Garamond (h. 1530) y el desplazamiento de la letra gótica en el siglo XVI, un retrato de Garamond (p. 453), un breve artículo titulado “Decouvrir Antoine Augereau”, que recurre a estudios especializados para reforzar la tesis presentada en la novela (un detalle curioso: una de las últimas fuentes, creada por el maestro tipógrafo George Abrams [1920-2001] lleva el nombre augereau), la biografía de los personajes que aparecen en la novela más allá del momento en que se cierra la historia, una muestra facsímil de un libro de Augereau (pp. 475-478), una bibliografía de las obras impresas, “editadas”, por Augereau y una amplia y muy útil bibliografía empleada para documentar la novela.
Es un poco triste que la extensa y variada obra de la polifacética Anne Cuneo, traducida al alemán, al italiano y al neerlandés, entre otras lenguas, siga inédita en español. ¿Será que las novelas históricas duras e inteligentes no es exactamente lo que buscan los lectores?
Fuentes:
Anne Cuneo, Le maître de Garamond, París, Stock, 20003 (editado bajo la dirección de Françoise Roth). Otras ediciones: Bernard Campiche Éditeur, 2000; Le Grand Livre du Mois, 2003, y, en italiano, Sironi Editore, 2010.
Renaissance-France.org: www.renaissance-france.org
Garamond: www.garamond.culture.fr
Página personal del increíble Luc Devroye (McGill University, Montreal): http://luc.devroye.org/designers.html